El lenguaje poético, realidad y ficción en la obra de Jaime Siles Por Pedro García Cueto [1] Profesor y escritor español Jaime Siles, poeta, profesor, especialista en lenguas clásicas, poseedor de una obra ya consolidada, articulista y crítico literario, hombre que ha viajado por el mundo y ha compartido tantas experiencias con otros poetas y escritores, conoce la evanescencia de la palabra, su fugacidad, lo efímero de un lenguaje que siempre se deshace por el poso de la vida, donde el lenguaje oral carece de consistencia, solo lo escrito permanece, puede pasar a la posteridad, dejar una huella en las generaciones futuras. El hombre lucha con el tiempo, solo a través del lenguaje concitamos lo eterno, buscamos la pervivencia de las palabras, como si nos sobreviviesen, pero el poeta, consciente de esa fugacidad de la palabra que se le escapa al decirla o escribirla, siente el dolor de la desposesión, lenguaje que se rebela al autor, en la senda de Unamuno y su célebre Niebla, donde el protagonista se rebela a su creador. Sin duda alguna, la metamorfosis de nuestro proceso vital acompaña nuestras palabras, pero ellas nos abandonan tan pronto las hemos creado, como entidades autónomas que nunca se quedan con nosotros. Como afirmó Rosa Navarro Durán, acerca del lenguaje de Alegoría (1973-1977), libro del poeta valenciano donde el lenguaje lo llevará a ir “de la nada a la nada” (Rosa Navarro Durán, “La poesía de Jaime Siles: la identidad y el lenguaje”, pp. 9-47), texto aparecido como prólogo en la Antología poética que la Institución Alfonso el Magnánimo publicó en el año 2007 sobre la obra de Jaime Siles. Muy cierta esa apreciación de la investigadora, ya que en Alegoría, el lenguaje se deshace ante la voz que la crea, en un proceso de descomposición de lo creado, lo apreciamos en el primer poema, como ejemplo, de un tema clave que sobrevuela en el libro: “Como esas voces / que una palabra dicen / mientras suenan / y que luego no son / pero ya han sido / una palabra sola / mientras suenan: / una palabra ya / como esas voces”. En este poema, el lenguaje pierde su identidad, se está continuamente deshaciendo, si suenan las palabras, deberían quedar como eco, pero todo es pasado, la búsqueda solo contiene su apariencia, descompuesta en el mismo momento de ser dicha. Sin duda, la metafísica de la vida, que se pierde en múltiples apariencias, como si el lenguaje fuese también una fantasmagoría que ya no tiene entidad, solo lo sonoro queda, en el recuerdo, pero se incorpora a otras voces idas, que mueren con el cantor.En “Interiores”, perteneciente al mismo libro, Siles vuelve al juego de los espejos, lo real y su apariencia, la realidad y la ficción, conviven, sin que el cantor pueda saber quién es quién en ese juego. Las gaviotas que aparecen en el poema reflejan los seres que han de volar, efímeros, seres que no permanecen, pero que vemos pasar, en su belleza, como un interrogante vital, como el cisne de Darío: “En el tacto interior de esas gaviotas / hay un eco de sombras que conduce / a una intemperie toda de cristal / Lo que el aire levanta es su presencia / que, en un compás de luces, se diluye / hacia una abierta y sola identidad. / ¡Qué profundo interior éste del aire, / cuyas formas modulan su no ser!”. Sin duda alguna, Siles logra en esta primera parte del poema plantearnos la apariencia de un ser que vuela, que perdemos al instante de verlo, como un compás de luces, se diluye, nos dice, como si el cielo fuese ya impenetrable y nos cegase para no ver a la gaviota, un ser tan cerca del lenguaje, efímero también, cuya luz perdemos al instante de crearla. El libro anida en una necesidad de un lector, porque la obra solo se completa con este, ya que la inmensa soledad del creador que pierde el lenguaje al darlo forma, nos lleva a un cómplice, alguien que fundamente este lenguaje efímero y lo haga sobrevivir, en un afán de necesaria comunicación, para que no muera del todo. Por ello, recordando a otro gran poeta, Francisco Brines, la poesía se vuelve creación en dos fases, la del poeta que la crea y la del lector que genera un nuevo poema, donde podemos ver la importancia del lenguaje que se va. En Música de agua, el poeta valenciano inicia una senda hacia una poesía iluminadora, donde la realidad cada vez sea más esencial, el signo como representación y el silencio como su oponente. Francoise Morcillo dice, en su gran trabajo sobre Siles, Jaime Siles: un poeta español “clásico contemporáneo”, publicado en la editorial L´Harmattan de París en el año 2002, que su poesía, en este libro, es des-significación, idea que toma de las palabras del propio autor en su nota a la edición de “Poesía 1969-1980”, publicada por Visor, ya que el lenguaje deja de ser, se reduce a lo esencial, para conseguir que el lector conozca la identidad verdadera de la realidad, reducida al signo y al silencio. Libro doblemente premiado, “Premio de la Crítica Nacional” y el “Premio de la Crítica del País Valenciano”, donde el poeta valenciano reduce el fulgor de la palabra a un espacio menor, donde el espacio en blanco cobra significado, como nos recuerda muy bien el poeta, profesor e investigador valenciano Sergio Arlandis en el excelente prólogo a Cenotafio (Antología poética de Jaime Siles (1969-2009), aparecida en Cátedra en el año 2011, ya que, como nos dice Arlandis, el espacio en blanco es metáfora del silencio, necesidad del poeta ante la ficción del lenguaje y su efímero poder ante la realidad. Yendo al libro, comento un poema que me llama especial atención, “Final”, dentro de la gran valía del libro, donde la palabra muere, se deshace ante el ser que ya deja su presencia en las cosas, en la página (cobrará esta una gran relevancia en Pasos en la nieve, pasos en la página blanca donde las palabras van y vienen, para no permanecer), pero en el poema el no ser lo es todo, la inutilidad de fingir una presencia que el tiempo nos niega, la imposibilidad de eternizarse en la palabra: “Ningún sonido o signo se te impone. / Nada de lo que eres / te invita a ser tu voz. / En vano insiste. / Sólo / este silencio firme te acompaña. / Este silencio / más tuyo ahora que tu propia voz. / El invisible punto / ya ha llegado. / Ya solo en ti / final / la transparencia”. Como si el poema muriese en su decir, el silencio gana a la voz, lo impone, demostrando que la existencia de la condición vital está llena de sombras y solo el no decir puede conciliarnos con nuestro misterio humano. El poema logra su propósito, enunciar y deshacer lo enunciado, para que la transparencia llegue, nuestro encuentro con nuestra hondura existencia. Sin duda, la metafísica está presente, el poeta renuncia a llenar de palabras lo que el silencio dice mejor. En Columnae, el poeta indaga en la sonoridad como un trasunto del yo que se revela desde la ausencia. Solo podemos vivir la integridad de lo real desde lo que no se nos revela, siendo el esfuerzo del creador necesario para restablecer el eco que deja lo que no se manifiesta, en realidad, nos hallamos ante una búsqueda de la complejidad del mundo, pero con la sensación de no hallarla sino en aquello que está ausente. Vuelve el tema de la página en blanco, que ya desarrolló Sergio Arlandis en el prólogo a su Antología poética llamada Cenotafio, la obsesión es la creación de una página que llene de tinta (metáfora indudable de la negrura que atisba la claridad y la luz de lo real), la blancura del papel. Sin duda alguna, nos hallamos ante un libro que reivindica el poder de la palabra como representación de lo real, a sabiendas de la inexactitud que esa analogía produce, nada puede ser igual a lo que vemos, pese a que queramos expresarlo con palabras.Podemos ver, como ejemplo, en Blanco, azul, gaviotas, la sensación que queda de ese lenguaje representativo de la inmensidad del mundo, pero también de su inexactitud, como si la creación del poema fuese un icono de nuestras aspiraciones donde la perfección del mundo busca su espejo en el lenguaje. Por ello, el poema se va componiendo de dos espacios, el de la naturaleza, el mar, las palomas, etc y el lenguaje: comas, puntos. La necesidad de encontrar una afinidad entre lo real y lo representado lleva al poeta a esa conjunción, una simbiosis que el poeta busca en este muy logrado poema: “El mar se transparenta / en una idea: olas, / con que se identifica / la inteligencia. Cosas / en transparencia, siendo / ondulación en forma / de sal hacia lo blanco / del azul en palomas”. La idea (representación mental) tiene su analogía en un ente real (el mar), como si la búsqueda de la asimilación del mundo real al que solo lo representa fuese una necesidad para dar sentido y entidad al mundo, el poeta necesita esa analogía para sentirse vivo realmente. Después nos lleva al lenguaje, donde convive la palabra y la naturaleza, dos esfuerzos de asimilación que el poema consigue: “Un brillo lento irisa / el cielo gris de comas. / Alas en vuelo leve. / Picos, patas, gaviotas / no vuelan, se suceden / en círculo, redondas, / y pigmentan de puntos / alas, hilos y olas”. Como si la página en blanco se llenase de imágenes, las comas son los espacios de luz del cielo, pausas en nuestro pensamiento cuando lo miramos en su enorme trascendencia, los puntos son sin duda las grafías que hacen las gaviotas, son representaciones de esa dualidad, lo real y la ficción que es su espejo en la página. La necesidad de crear, no dejar que el tiempo de la meditación gane al de la acción se conjugan en este libro, buscando una asociación de imágenes que tengan su espejo en el idioma, único capaz de acercar el poderoso y fascinante mundo real al lector. En 1989 llega Semáforos, Semáforos, un libro que fue premiado con el II Premio Internacional Loewe con un jurado presidido por Octavio Paz y compuesto por Carlos Bousoño, Antonio Colinas, Francisco Brines, Juan Luis Panero y Luis Antonio de Villena. El esfuerzo de Jaime Siles de acercarse a lo cotidiano, dejando la poesía metafísica o más intelectual, logra un libro fresco, lleno de imágenes muy logradas, donde podemos ver el gran espíritu observador del poeta que en toda situación saca partido de una realidad que podemos ver desde lo real o desde sus apariencias. El poeta utiliza el mundo real para crear un mundo de imágenes que lo acerquen al mundo moderno, porque este también tiene su luz, su fascinación, no todo empieza y acaba en el mundo clásico, el mundo moderno contiene briznas de luz, que le sirven para hacer un libro de gran contenido estético, donde el lenguaje, su poder de representar la realidad, cobra relevancia. Como dijo muy bien Sergio Arlandis en Cenotafio, el mundo real aparece adaptado al ritmo clásico para quebrar el simulacro de cotidianeidad y reforzar el concepto de artificio (p. 72-73). Cierto, porque los poemas navegan en esa línea donde se da paso a una simbiosis entre lo visual (el video clip, el zoom (del lenguaje cinematográfico)) con el ritmo clásico, pero sometido a un dinamismo vertiginoso, parecido al cine, se trata de imágenes que se suceden con rapidez, lo que me recuerda al esfuerzo de Gimferrer en La muerte en Beverly Hills (1968), lo que emparenta este libro al estilo de los novísimos, al que Siles también perteneció. Lo vemos en unos versos de uno de los más famosos, que da título al libro, “Semáforos, semáforos”: “La falda, los zapatos / la blusa, la melena. / El cuello, con sus rizos. / El seno, con su almena. / El neón de los cines / en su piel, en sus piernas. / Y en los leves tobillos, / una luz violeta. / El claxon de los coches / se desangra por ella. / Anuncios luminosos / ven fundirse sus letras. / Cuánta coma de rímel / bajo sus cejas negras / taquigrafía el aire / y el aire es una idea”. Como vemos, hay ritmo trepidante, como en el cine, la visión de la mujer, su descripción renacentista, del cuello al seno, también tenemos la versificación clásica, no utiliza el verso libre, más acorde para un poema de estilo posmoderno, sino versos heptasílabos, también la alusión al lenguaje de nuevo (coma, taquigrafía, idea) y un deseo de iluminar el poema, como si la luz lo fuese todo (campo semántico clave en estos versos y en todo el poema: neón, luz violeta, anuncios luminosos, fundirse sus letras). Sin lugar a dudas, el poeta crea, desde su herencia, un poema que contenga todo lo necesario para que el lector se deje llevar por su ritmo, por su estética y por una lectura que no se rompa, ante el poder de las imágenes. La realidad, por tanto, puede ser representada, llevada al papel, para que el lector contemple fascinado el ritmo de los versos en analogía clara con ese universo donde triunfa la mujer hermosa y su escenario de luces de neón.El lenguaje ya no tiene límites, conviven mundos antagónicos, pero que sí viven en la imaginación del poeta valenciano, en una especie de surrealismo que late en su necesidad de hacer un poema muy visual, donde todo quepa: “Lloran los diccionarios / lloran las azoteas / y dicto mis mensajes / en una lengua muerta”. Sin duda alguna, Jaime Siles arriesga y vence en el combate por hacer que el idioma pueda ser clásico y moderno, por esa conjunción de mundos en pleno esplendor, el de los semáforos, los escaparates, la mujer bella y el de las palabras arraigadas a la melancolía (otoño de terrazas, costura del cielo, blondas de niebla). En Himnos tardíos (1999), el poeta valenciano ya se deja llevar por otro mundo, sabe que el creador debe contar con el lector, dejando a un lado el valioso experimento realizado en Semáforos, semáforos, ahora el lenguaje es un nosotros, que debe contar con el lector, en la idea ya expuesta por mi anteriormente, legado de uno de los grandes de la poesía valenciana, Brines, donde el lector se convierte en un segundo poeta que enriquece el texto, lo da forma y sustancia, hasta hacerlo un segundo poema. Ya lo dijo Rosa Navarro Durán, en “La poesía de Jaime Siles: la identidad y el lenguaje”, esclarecedor prólogo a la Antología poética de Siles, publicada por el Magnánimo en el año 2007, cuando decía que Siles se identifica en el libro desde un yo poético a un nosotros, ya que es necesario el lector, para que el poema sobreviva realmente. Sin duda alguna, el libro está tamizado de desengaño, ya queda lejos el optimismo de Semáforos, semáforos, donde todo era juego, el poeta valenciano vuelve a su meditación existencial, una metafísica necesaria para entender sus obsesiones creadoras. Convive entonces un mundo que se va abriendo al lector con la complejidad de un desencanto vital, que el poema, a través del lenguaje, pretende desbrozar. Arlandis señala en Cenotafio que es la imperfección de la vida, lo que lleva al poeta a ese desencanto y los poemas dan fe de ello. Por lo tanto, me parece interesante comentar uno de los que más me gustan, para ejemplificar ese deseo de exponer la insuficiencia de la vida para el hombre meditativo, me refiero a “Pasos sobre el papel”, en este poema ya dice el vate valenciano que las palabras se van, llegan y no permanecen, tienen su fragancia, su perfume, pero de repente, se deshilachan con la impronta de su propio vacío, quizá el lector pueda recomponer lo ido, pensamos los lectores del poema: “Hoy todas las palabras me vinieron a ver. / Iban todas vestidas y yo las desnudé. / Tenían agua dentro y yo se las quité. / Bebí toda su agua y me quedó su sed. / No me quedó su habla: me quedó su mudez”. Sin duda alguna, el lenguaje llega y se anuncia, pero el poeta lo vacía, tras haber mancillado la virginidad de la palabra, solo queda su silencio, su mudez. Necesitamos al otro (tema clave del libro) para que ese himno, acorde con el título del libro, pueda vivir y no nos deje huérfanos de su esplendor, por ello, dice en otros veros del poema: “Las palabras son pasos dados sobre el papel / hacia nosotros mismos pero con otra piel. / Ellas y nosotros formamos un vaivén / en el tiempo que dura nuestro yo en otro quien”. Palabras que van y vienen, que no nos pertenecen, que son nuestras y de nadie, ese es el tema clave que sustenta el libro, donde Siles logra, probablemente uno de los mejores libros de su obra poética, esos himnos tardíos ya llegan tarde, están lejos y cerca y en ninguna parte. Después surge Pasos en la nieve (2004), otro libro que me ha interesado mucho, porque Siles completa sus obsesiones creadoras y nos dice que las palabras están en la página para que brillen por un momento, aunque sean evanescentes, como la propia vida. Como dijo Francisco Ruiz Soriano sobre el libro, en un extenso artículo, este busca la salvación por la memoria poética a través de preocupaciones existenciales (p. 133). Cierto, ya que el libro quiere que el recuerdo nos salve de la muerte total que nos asedia y las palabras son náufragos de ese derrumbamiento que supone la vida, son botes salvavidas, a través de la memoria y de su espíritu de evocación, para que nada acabe del todo, que el papel (nieve) se llene de pasos (palabras) que nos ayuden a vivir, el poder regenerador y salvador del idioma y de la palabra es indudable. Aparecen recuerdos de países vividos, amados, pero también personas, todo vale en ese deseo de no morir que significa el libro, comento, para no extenderme demasiado, unos versos del poema “Volver”, dedicado a Leopoldo de Luis: “Volver mañana y siempre. / Volver, siempre volver / a la vez de las voces / y a la voz de la vez./ Vivir en los instantes /de una y otra piel / y en la plegada imagen / que son sobre el papel. / En ese doble puente / donde página y piel / confluyen, abismarse: / resbalar hacia el ser”. Sin duda alguna, el volver nos salva, el recordar no nos aniquila, nos deja intactos ante el poder devastador del paso del tiempo y el lenguaje ayuda, sin duda, a evitar el destrozo de la vida sobre nosotros. La página y la piel se hermanan, porque late dentro de nosotros el deseo de inmortalidad, de no dejar de ser, la evocación, a través del poema, devuelve al lenguaje su poder y a nosotros nos sana para siempre, pese a que nunca olvidamos que vamos muriendo, en la senda del gran Manrique. Concluyo, diciendo, que vuelve en sus últimos libros, a ese deseo de explorar la vida, de desvelar y desbrozar la madeja de lo aparente, como demuestra Colección de tapices, cuando dice, en el poema titulado “Tapiz marino”, lo que sigue: Todo son preguntas, nada está claro, el poeta conoce la duda y nunca hay certezas, su inteligencia, como un bien y un mal que lo rodea como gangrena, le lleva a meditar, a sufrir por lo vivo, en una eterna contradicción entre lo real y lo imaginado, el lenguaje, sin duda le acompaña, pero, ¿es real o también es un sueño como la propia vida? No lo sabemos, la poesía de Jaime Siles sigue interrogando al mundo, como el cisne de Darío ante la incertidumbre del ser humano hacia la belleza, con su esplendor y su ruina, que nos rodea, cada día. Con sus últimos libros, Actos de habla y Desnudos y acuarelas, ambos del 2009, el poeta sigue buscando el por qué de la existencia, el por qué el lenguaje no basta para representar la realidad y nos ofrece un claro ejemplo de gran poesía, de hondo calado existencial.
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA: ARLANDIS, SERGIO: CENOTAFIO, ANTOLOGÍA POÉTICA DE JAIME SILES (1969-2009), 2011. NAVARRO DURÁN, ROSA: “LA POESÍA DE JAIME SILES: LA IDENTIDAD Y EL LENGUAJE”, PP. 9-47 MORCILLO, FRANCOISE: JAIME SILES: UN POETA ESPAÑOL CLÁSICO CONTEMPORÁNEO, PARÍS, L´HARMATTAN, 2002 RUIZ SORIANO, FRANCISCO: “PASOS EN LA NIEVE DE JAIME SILES: EL DOLOR DE LA VITA PUCTUM FUGIT”, CUADERNOS PARA LA INVESTIGACIÓN DE LA LITERATURA HISPÁNICA, 31, 2006, PP. 133-164. [1] PEDRO GARCÍA CUETO: DOCTOR EN FILOLOGÍA HISPÁNICA POR LA UNED, LICENCIADO EN ANTROPOLOGÍA POR LA UNED, AUTOR DE DOS LIBROS SOBRE LA OBRA DE JUAN GIL-ALBERT Y UN ENSAYO SOBRE DOCE POETAS VALENCIANOS CONTEMPORÁNEOS TITULADO LA MIRADA DEL MEDITERRÁNEO, CRÍTICO DE CINE Y LITERARIO, HA COLABORADO EN REVISTAS LITERARIAS COMO REPÚBLICA DE LAS LETRAS, CUADERNOS HISPANOAMERICANOS, CUADERNOS DEL MATEMÁTICO, CLARÍN, QUIMERA, EL CIERVO, ETC Y EN LA REVISTA DE CINE VERSIÓN ORIGINAL. ES PROFESOR DE LENGUA Y LITERATURA EN ESO Y BACHILLERATO EN LA COMUNIDAD DE MADRID Y PROFESOR ASOCIADO EN LA UNED. |
LITERATURA >