Modo linterna de Sergio Chejfec o Variaciones sobre un cierto síndrome de Diógenes
Por Daniel Mesa Gancedo [1] Universidad deZaragoza, España Una apresurada biografía de SergioChejfec (infiel al título de su primera novela: Lenta biografía, 1990) podría retener estos datos: nació en BuenosAires en 1956; se trasladó a Venezuela en 1990 y a Nueva York –dondeactualmente reside– en 2005. Tres lugares y tres fechas, que revelan –cuandomenos– la esencia transmigráfica del autor. A España, llegó primero su nombre,y el nombre –mágicamente– convocó a la persona y sobre todo a la obra, graciasa los buenos, mágicos oficios, de la editorial Candaya. Esos oficios nospermitieron, por primera vez en 2008, conocer Mis dos mundos; en 2010, Baroni:un viaje (publicada en Argentina en 2007), y en 2013, La experiencia dramática. Eran sus tres últimas novelas (las otrasocho anteriores –como sus dos libros de poemas y otro de ensayos– siguencirculando por cauces más alejados del lector español), y Chejfec volvió porcuarta vez a elegir Candaya para publicar en España el libro del que aquí voy aocuparme: Modo linterna, la primera colecciónde –digamos por ahora– cuentos que aparece en su bibliografía. Según se nosadvierte, no obstante, “versiones previas” de siete de los nueve cuentos que ellibro incluye habían aparecido en otras publicaciones, entre 2006 y 2012. Dos,entonces, son absolutamente inéditos: “Vecino invisible” (que abre el volumen)y “Una visita al cementerio” (donde aparece la expresión que le da título).Todos, en cualquier caso, son extraordinarios experimentos que someten a pruebala idea preconcebida que pudiéramos tener de un género tan elusivo: de hecho,si mis noticias son ciertas, en Argentina, donde la colección se publicó amediados de 2013, algunos medios lo consideraron el mejor libro de no ficción del año.
Modo “tráiler” En un principio, y para entrar enmateria, podríamos entender que la expresión que aparece ante el lector en laportada, Modo linterna, más que untítulo, simule ser una instrucción de uso o una descripción de funcionamiento. Demomento, preferimos ignorarla, poner la máquina de lectura en –digamos– “modotráiler” y avanzar rápido para saber qué hay en ese artefacto que Chejfec nospropone. Y esto es lo queretienen las retinas: vecinos invisibles, paseos y ventanas, loros enigmáticos,personajes reales de otras ficciones de Chejfec (Baroni), escritores, muchosescritores (Saer, Cortázar, Onetti, Bragi Ólafson, Vila-Matas, y otros nonombrados, y otros muchos nombres –en antiguos directorios telefónicos– deescritores muertos que son también vecinos invisibles de una ciudad perdida),parques, autopistas, congresos literarios, autobuses y metros, mercadillos (condivanes turquesa de psiquiatra), mapas virtuales, extranjeros que vuelven,cuadros descritos, cámaras de fotos y fotos impresas, y uno o dos teléfonos, sí,“cimientos putrefactos” de ciudades visibles, aviones como luciérnagas,paisajes “inconsistentes”, hospitales laberínticos (como en algunas últimasentregas de otros escritores argentinos de más de 50 años: pienso en Comer, de Martín Caparrós; en una de laspartes de La parte inventada, de RodrigoFresán), chistes que no se cuentan en cuentos que comienzan como un chiste, not walking dead, osos de peluche que sellaman “Colita”, una versión “muda” de MartínFierro, árbitros famosos que leen a Galeano y a Benedetti, nieve yhermandades de especialistas en ocupaciones raras, una servilleta colgada deuna silla y papeles que caen, alegoría y sabias tretas compositivas.
Utopía y entropía Stop. Rewind. El libro, como hedicho, había salido a mediados de 2013 en Argentina, en Entropía una editorial “melliza”de Candaya, pues –si mis datos no son erróneos– ambas cumplen 10 años por estasfechas. La confluencia puede no ser del todo irrelevante. Si bien la mayoría delas ediciones argentinas de Chejfec circulan bajo el sello de Alfaguara, lafilial española de ese entramado (cada vez más, como sabemos, multinacionalizado)–por esos arcanos del mundo de la edición– no las ha movido por estas orillas.Así los libros de Chejfec, que empezaron a “desalfaguarizarse” en el utópicoproyecto de Candaya, pueden estar ahora consolidando una deriva, nunca mejordicho, entrópica, en lo que tiene –si vale la metáfora– de desorden,incertidumbre y generoso derroche de energía literaria.
Espectáculo de sonido (y, sí,también de luz) El propio Chejfec señaló enArgentina la pertinencia de esa recomposición de su sistema, en términos que meatrevo a pensar que suscribiría aplicados a Candaya: Buena parte de lo más interesante que se escribe ypublica pasa por las editoriales independientes, que son las que asumen elmayor riesgo. Me pareció normal y natural publicar Modo linterna por Entropía. Es una editorial en voz baja y yo concibomi literatura en voz baja. (Entrevista con Silvina Friera, en Página /12; citado en el blog deEntropía: http://www.editorialentropia.com.ar/linterna.htm) Y estareferencia metafórica del autor al “volumen” sonoro de su literatura (queinfluye en su difusión) me parece que puede ser una vía de acceso quizá noevidente en primera instancia a un libro que lleva en su portada una –digamos–deslumbrante referencia visual. En efecto, en los cuentos de Modo linterna se habla mucho de la luz,y el léxico relacionado con ese campo es –sin duda– muy revelador para hacersecargo de la poética del relato que atraviesa la colección, como más adelanteseñalaré. Pero también, desde muy pronto, el lector se da cuenta de que latensión entre ruido y silencio compone un contrapunto sostenido, de ningún modocasual: el ruido de la calle azota “como un viento caliente y brutal” (9; todaslas citas remiten a las páginas de la edición de Candaya, 2014) al protagonistadel primer relato, y le lleva a refugiarse en su cuarto de baño, el lugar másaislado de su apartamento, desde donde sine embargo oye claramente las voces desus vecinos. Los graznidos de los gansos y el “rumor permanente” de lacarretera (40-41) se escuchan en el “Donaldson Park” (que da título a otro delos cuentos), y (naturales y maquinales) resumen –siniestramente– todos los “ruidoselementales” de ese país que es EE.UU. Está también el “arrullo amable” delruido de las ruedas de los coches sobre el empedrado de algunas calles deBuenos Aires, que apenas rompe el silencio de la ciudad semivacía por la que semueve la protagonista de “Los enfermos” (46), quien, cuando llega al hospitalal que ha sido misteriosamente convocada, imagina que ese hospital “existe paraproducir ruido y expulsarlo” (56). En silencio análogo al porteño se sume elParís por el que circulan los protagonistas de “Una visita al cementerio”, laciudad de Scranton semivacía en “Hacia la ciudad eléctrica”, o –tópica yexplícitamente– la ciudad cubierta de nieve en “El seguidor de la nieve”, puesel “acolchado blanco” absorbe los ruidos e introduce una “temporalidadespecial” (146), al punto de que ese personaje de oficio o afición tan singular(“seguir la nieve”) se convierte en un “arreador de silencios” (152), unamisión –cómo no pensarlo– quizá no tan distinta a la del poeta o la delnarrador. Pero sí: es la luz–¿quizá la luz de una “linterna sorda”?– la que, si apagamos el receptor deruidos –a lo que invita esta literatura “en voz baja”–, si disimulamos unsentido, concita más sentidos en esta colección de relatos. La imagen que le datítulo ha sido celebrada por casi todos los que han comentado ya el libro, y meparece a mí también uno de sus muchos aciertos, en la medida en que cumple,como pocas veces sucede, la misión del título: incitar a la lectura. Pero nosólo porque nos invite a preguntarnos qué “modo” será ése, y a quién o a qué seatribuye, o cómo o para qué se utiliza, sino porque –en sordina, ciertamente–nos invita a esperar una cierta sintaxis: decir “modo linterna” no sólo alertaal lector de la eventual aparición de uno de esos así llamados “teléfonosinteligentes” –y de las no menos sedicentes “nuevas tecnologías”–, sino que–durante la lectura– el sintagma funciona casi como un led titilante que advierte de que debemos estar atentos al mensajeque el estilo transmite. La expresión“modo X”, en sí misma, puede considerarse una de las formas condensadas y “másactuales” del símil: un avatar del “como si (fuera X)”. Sin embargo, puedegenerar una expectativa, sorprendente para quien ha leído a Chejfec, ofrustrada para quien no lo hubiera hecho todavía: esa pieza minúscula delenguaje, ese modo sincopado de nombrar (cuyo análogo más próximo, conreferencia semántica curiosamente opuesta, podría ser Boca de lobo, el título de su novela de 2000), no es lo que vamos aencontrar en la prosa que, al volver de la página, de inmediato va a empezar adesarrollarse en un tempo de andantedemorado, como suele. Si acaso, sin decirlo, la ausencia de cualquier tipo dedeterminante en ese título (un artículo, alguna preposición) potencia laincertidumbre entrópica de la que antes hablaba, en la que se mueven lospersonajes de Chejfec y que sus narradores nunca silencian. Si acaso, también,el símil se deja leer como simulacro: anuncia algo que sin ser una linternafunciona como una linterna y, por lo tanto, a todos los efectos, vale por ella. (Desde otra novelaargentina, que acaso a Chejfec le guste –al menos por su título: La ciudad ausente, de Ricardo Piglia– unsiniestro doctor advertía: “una máquina no es, una máquina funciona”). Y aldejarse leer así, entonces, también nos habla de la ficción, otro territoriodonde la esencia importa menos que el funcionamiento. Pero, comodecía, el título es una llamada de atención hacia el estilo. Tomemos porejemplo algunas fórmulas que me he atrevido en lo anterior a imitarocasionalmente: las aclaraciones metalingüísticas del tipo “así llamado”. Losejemplos atraviesan el volumen:
Se trata de unafórmula algo extraña en español, puesto que podría decirse (casi) exactamente lo mismo sin la presenciadel adverbio “así” (justamente, uno de los asíllamados “adverbios de modo”, queen la expresión “correcta” casi siempre tiene un valor catafórico, y raramente anafórico).El exceso genera, entonces, un efecto de “distanciamiento”, que podría justificarsepor la influencia de ciertos autores germánicos, especialmente Bernhard –no sési leídos en traducción, que es donde frecuentemente aparece la fórmula–, peroque, en su simplicidad es clave de una poética: la que cuestiona y desarma–pero en voz baja– el consenso expresivo (el que hace llamar así a las cosas), mediante esa sobreabundancia léxica que noes sino huella de una discreta ironía propia del autor, una vez más, entrópica.O quizá sólo se trata de una (fingida) despreocupación por la “palabra exacta”.O de una secreta convicción de que dar nombre es, apenas, sugerir un seudónimo(como ocurre cuando se cita al poeta argentino “así llamado Álvaro Yunque”,cuyo verdadero nombre –Arístides Gandolfini Herrero– no se desvela en el relatoque lo menciona). Había empezado ahablar de la luz en Modo linterna y,sin embargo, he vuelto (entrópicamente) a hablar de cómo suena esa prosa. Dejo, entonces, esa cuestión y regreso a laimagen de la “linterna”. Ya señalé –y el lector lo confirmará en la página 87–que el título alude a una “funcionalidad” de los “así llamados” teléfonos“inteligentes”. En el cuento que pone en juego esa funcionalidad (“Una visitaal cementerio”) un personaje la utiliza (infructuosamente) para buscar la lápidade otro escritor argentino, Juan José Saer, y, una vez encontrada, parailuminarla de un modo extraño mientras se toma una foto que documente elhallazgo. El propio relato –como es frecuente en Chejfec– anticipa lasinterpretaciones simbólicas de la imagen: puesto que el dueño del teléfono esun teólogo, no falta la mención de la luz de la fe; puesto que otro de lospersonajes es un narrador –quien, sin esa luz suplementaria que proporcionaríael sucedáneo de lámpara, encuentra la tumba– se invita a la conexión entre la linternay una cierta concepción del relato que ese narrador ha expresado justo antes deque se mencione el dispositivo: “una irradiación discontinua, por otra partesin resultados garantizados” (86), analogía que resuena en el final del cuento: “[el teólogo] Se poneentonces a un costado de la placa de Saer y extiende el brazo hacia abajo, comosi la luz fuera un fluido que puede rociarse” (89). Mientras la conclusión sedeja al tercer personaje de este cuento con estructura de (meta)chiste: “Yquizá no se trate de otra cosa, piensa el ensayista, viendo la dedicación conla que el teólogo ilumina algo que está seco de luz” (89).En esascircunstancias (dejando de lado otras apariciones de los teléfonos y latecnología, y también el resto de numerosas referencias a otros “modos deiluminación” que aparecen en el volumen: semáforos, aviones, letreros deneón…), y más allá de lo que el propio relato revela, cabría preguntarse ¿haciadónde irradia, entonces, ese “modo linterna”? Apunto ahora sólo algunas ideas:tiene que ver, supongo, con la imagen romántica de la “lámpara” como emblema deuna poética “no imitativa” (a diferencia de la imagen del “espejo”); y tambiéncon su traducción pop o naïf en la “bombilla” que representa ala inspiración en los tebeos (y las viñetas también tienen importancia enalguno de estos cuentos). Precarias lamparitas, en cualquier caso, las quesustentan su utilidad (o su significado) en baterías cada vez más exigidas. Pero también, ydado que en el cuento que incluye el título del libro se busca una tumba (y alparecer en algún lugar, en otra lengua, “hombres-linterna” es una expresión quedesigna algo parecido a lo que aquí llamamos “fuegos fatuos”), se busca latumba –decía– de un escritor representativo, el modo linterna puede ser una manera de poner a funcionar a los “poetas-faro”,un icono no menos romántico, pero también ya no menos precario, pues a estasalturas no cabe esperar grandes focos imperturbables, sino apenas minúsculospuntos de luz vacilante que se desplaza. O al menos, podríamos pensar, así seráhasta que llegue a perfeccionarse un prototipo de “Criatura LuminosaInteligente”, que circula por internet y cuya descripción a lo mejor convieneal poeta o al narrador del futuro: [...] es un curioso robot cuya función útil no es másque la de servir de linterna automática allá donde haga falta … analiza elentorno y se desplaza automáticamente a zonas donde detecte oscuridad parailuminarlas con un foco situado en la parte superior [...] El movimiento delrobot parece bastante caótico mientras se está moviendo, pero una vez queencuentra su lugar se mantiene estático … Podría parecer útil en lugares enestado de emergencia donde un grupo de robots pudiera iluminar toda una zonadesplegándose de forma automática … [http://tec.nologia.com/2012/02/18/5-objetos-con-disenos-inspirados-en-robots-clasicos/]
Diógenes 2.0 (y final) Esa imagendel robot que ilumina automáticamente allí donde sea necesario parece también –comoel teólogo que pone su teléfono en modo linterna– un avatar 2.0 (“nuevas cosaspara un tiempo viejo”, si invertimos el nombre del mercado que aparece en unode los cuentos del volumen, “Donaldson Park”) del filósofo Diógenes buscando enla plaza un hombre de verdad. A su vez, Diógenes (a quien se atribuye tambiénla sentencia “el movimiento se demuestra andando”) podría funcionar como uncierto arquetipo del narrador ambulante de Chejfec, lo que también podríallevarnos a hablar del “giro espacial” que su narrativa ilustra sin parangón enel ámbito hispánico. No pocas de las tesis que uno de los principales teóricosde ese “giro” en las humanidades, Karl Schlögel, expone en En el espacio leemos el tiempo (Madrid, Siruela, 2007) estánconfirmadas en los relatos de Chejfec: la importancia de adiestrar la miradapara acreditar “fehacientemente” cualquier palabra que se diga sobre unespacio; la dificultad de “dar a leer” ese espacio, que más bien pide “darlo aver”; la mutación de los no-lugares en virtud de la energía “vital” que enellos pueda o no activarse; la posibilidad de leer narrativamente (incluso) losdirectorios telefónicos de una ciudad… Peroa estas alturas este ensayo de aproximación a Modo linterna empieza a correr el riesgo de convertirse en unaexhibición impúdica de un cierto “síndrome de Diógenes” crítico, más común delo que nos gustaría, causado por la acumulación enrarecida de residuos de lecturas.Hay, pues, que saber detenerse; dudar incluso de lo que ha creído verse. Ventilarel espacio de lectura: salir, en suma, al libro; hojearlo y airearse con él, recorrer–en definitiva– la ciudad (la idea de ciudad) sobre las líneas de las otrasciudades que esas páginas inventan. [1] Daniel Mesa Gancedo (Zaragoza, 1969). Profesor titular de LiteraturaHispanomericana en la Universidad de Zaragoza. Entre los resultados de susinvestigaciones destacan tres libros: La emergencia de la escritura. Parauna poética de la poesía cortazariana (Kassel, 1998), La aperturaórfica. Hacia el sentido de la poesía de Julio Cortázar (Berna, 1999) y Extrañossemejantes. El personaje artificial y el artefacto narrativo en la literaturahispanoamericana (Zaragoza, 2002). Ha colaborado en la edición de lapoesía completa de Cortázar (Barcelona, 2005) y ha coordinado un volumen sobrela obra de Ricardo Piglia: Ricardo Piglia: la escritura y el arte nuevo dela sospecha (Sevilla, 2006). Es responsable de la antología Novísimarelación. Narrativa amerispánica actual (Zaragoza, 2012). |