Cincuenta años de un libro mágico: Rayuela de Julio Cortázar
Por Pedro García Cueto
Se cumplen
cincuenta espléndidos años de un libro que despertó oleadas de entusiasmo,
libro que aún desprende el aroma de la Maga en cualquier rincón, historia de
amor que desprende el tejido de la vida, los hilos donde la ciudad se convierte
en un halo de luz, donde los personajes se vuelven personas de carne y hueso,
caminan con nosotros, se meten en nuestras camas, como si aún pudiésemos creer
que la literatura nos salva de la vida.
En tiempos
donde la literatura ha perdido tanto aroma, donde las novelas parecen calcadas
unas de otras, Rayuela supone un experimento realmente brillante, un boceto de
lo que quiere ser la vida, la respiración de Cortázar a través de sus
personajes por París, Oliveira es el raro, ser que desconoce la estrategia para
sobrevivir, La Maga es la mujer que todo lo trastoca, mujer de impulsos que ama
a Oliveira por su cultura, pero no entiende sus sombras, Rocamadour es el niño,
tocado por la enfermedad, niño que representa la ternura de la Maga, su madre,
el ser que ha sido incendiado por Dios, al que se aferra a ella, al que
desprecia Oliveira, desde su raciocinio.
Rayuela es
París, sus pulmones, sus aceras, sus tranvías, sus bulevares, pero también la
luz de una ciudad que recorre, con sus fantasmas las obsesiones de Oliveira,
antes de irse con el circo que llevan Horacio y Talita, seres extraños,
convertidos en la imaginación de Cortázar en parte de nosotros.
RAYUELA:
SU ORIGEN
En 1963, cuando se publicó Rayuela, Cortázar estaba cerca de cumplir cincuenta años, ya había
publicado Final de Juego (1956), Las armas secretas (1959), Los premios (1960) e Historias de cronopios y famas (1962).
Si el
cuento había sido su preferencia en esos años, la novela se le antojaba
necesaria, para dar rienda suelta a sus mundos interiores. La idea de crear una
novela que recogiera, como un collage, su forma de ver la vida, sus monólogos
profundos, sus digresiones vitales, se convirtió en una obsesión para Cortázar.
Por ello,
como nos recordó Andrés Amorós, en su prólogo a la edición de Rayuela,
publicada por Cátedra, en el año 2010, en su segunda edición, el libro asimila
tendencias, crea profundas raíces donde podemos ver la importancia que va a
tener la novela ante la inminente llegada de la literatura del boom
hispanoamericano:
“Asimilación natural de las técnicas renovadoras de
la novela contemporánea, profundización de las raíces del mundo
hispanoamericano, la fantasía creadora, que no se opone al realismo, sino que
lo potencia, intento, como decía Carlos Fuentes, de conducir con una sola mano
dos caballos: el estético y el político” (p. 18).
Rayuela es
todo eso y mucho más, es el conglomerado de miradas en una, es una fantasía que
se pone delante de nuestros ojos, para hacernos partícipe de lo extraño que es
vivir y cómo nosotros somos, sin darnos cuentas, espejos de Oliveira o la Maga.
Cortázar,
que se fue con una beca en 1951 a París, aunque naciera en Bruselas en 1914,
vivió en Argentina su niñez y, tras llegar a la capital de Francia, el escritor
asume el mundo cosmopolita de la ciudad, su poesía interior. Si Argentina es el
fondo de su vida, donde el mate y las charlas filosóficas contribuyen a crear
al intelectual, París será la bohemia, la vida elegante, refinada, pero
envuelta siempre en un aire irreal, como si navegase un extranjero en un río
caudaloso, así se siente Oliveira en la novela, sin duda, el personaje que más
se parece a Cortázar.
La novela
la escribió en un par de casas, comenzó a redactarla por la mitad y sin un plan
preciso, escribió durante años y sin prisas, porque la novela crecía en su
interior, era un pulso latente en su conciencia. La muerte de Rocamadour el
hijo de la Maga es el momento de inflexión, cuando Oliveira se da cuenta de que
ya no ama a la Maga, decide irse al circo, con sus amigos Talita y Horacio, la
novela se enreda, a veces pierde la coherencia, en páginas que nos invitan al
vacío, llenas de palabras incomprensibles, pero luego recupera, en algunos
momentos, como si fuese una radiografía de la vida, la lógica, luces y sombras
en un mismo texto, un puzle que nos obliga a leer de varias maneras, tan lejos
de las novelas convencionales de hoy día.
Hay en
Rayuela la sensación de esperpento vital, en la línea que señala Amorós en el
prólogo antes citado, como si la voz de Valle-Inclán y su Luces de bohemia
volviese, vida absurda para personas que han de vivir el absurdo vital,
envueltos en la incertidumbre de todo gesto, ya que nada tiene sentido en
realidad, la muerte de Rocamadour certifica la muerte de Dios, no hay
omnipotencia, todo se relativiza, la vida es accidente, un hecho casual que no
ha de conducirnos a ninguna trascendencia, así vive la Maga, como si fuera el
último día, rompiendo los esquemas, viviendo de verdad cada momento, en cambio,
Oliveira vive extrañado, empujado a su interior, sin compartir la espontaneidad
de ella, su capacidad de disfrutar de cada instante.
ALGUNOS
PÁRRAFOS INOLVIDABLES DE RAYUELA
Toda la novela destila momentos mágicos, como cuando
se cae un terrón de azúcar y la Maga lo persigue por debajo de las sillas en un
restaurante, causando revuelo entre la gente, pero el principio de la novela es
uno de los más hermosos que he leído nunca, por ello, cito unas líneas del
mismo:
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había
bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de
Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba
distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en en el Pont des
Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de
hierro, inclinada sobre el agua.
Pero la
Maga es todo, es el destello de la ciudad, es su ritmo, es si oxígeno, por
ello, dice Oliveira:
Oh, Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba
un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por
derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra.
Las
sesiones de cine mudo, Oliveira con su cultura y la Maga, virgen de cultura,
sin saber qué decir o sentir ante esas películas, porque la Maga es la vida y
Oliveira la cultura, en definitiva, una ficción de la vida, una representación
de la misma.
Y el amor,
como una búsqueda necesaria por las calles de la ciudad, siempre presente, el
amor externo, el que viven en las calles y el de la casa, tan importante, donde
ceban mate, sin que sus tradiciones argentinas queden olvidadas, siempre dentro
de ellos, extranjeros en la ciudad de la luz:
El tercer cigarrillo del insomnio se quemaba en la
boca de Horacio Oliveira, sentado en la cama; una o dos veces había pasado
levemente la mano por el pelo de la Maga dormida contra él.
Todo es
casualidad, Dios ya no nos rodea, el accidente de un viejo en la calle, cuando
Oliveira entra, mientras llueve intensamente en París, a ver el concierto de
Berthe Trepap, una señora mayor, a la que acompaña a su casa, todo está rodeado
del absurdo de la vida, de un dejarse llevar hacia ninguna parte, porque nada
debe estar escrito, todo ocurre en el instante, el destino ya no existe,
jugamos nosotros con nuestra propia temporalidad.
Y
Rocamadour, el niño que se va muriendo, como si ya nada pudiese salvarlo, en la
casa donde conviven ambos, porque el niño es el alma de la Maga, rota ya por el
dolor ante la creciente enfermedad del hijo:
Oliveira cebó despacio el mate. La Maga fue hasta
la cama baja que les había prestado Ronald para que pudieran tener en la pieza
a Rocamadour. Con la cama y Rocamadour y la cólera de los vecinos ya no quedaba
espacio para vivir, pero cualquiera convencía a la Maga de que Rocamadour se
curaría mejor en el hospital de niños.
RAYUELA:
UNA NOVELA QUE ES TODAS LAS NOVELAS
Sin entrar
en más detalles, para que el lector se adentre en la poesía de sus páginas,
leer Rayuela es leer todas las novelas, porque hay psicologismo, introspección,
prosa poética, personajes que son uno y muchos a la vez, monólogos que se hacen
y se deshacen en cada instante, radiografía de la vida en cada respiración.
Cincuenta
años ya de Rayuela, la mano sabia de
Cortázar antes de la magistral Cien años de soledad, ya nos dejó su poesía
interior, en este libro, que es, sin duda alguna, una obra maestra, de
múltiples lecturas, tan lógica e ilógica como la propia vida, que los lectores
jóvenes se acerquen a la novela supone un reto admirable entre tantos vanos
entretenimientos de nuestro tiempo, entre la literatura de usar y tirar, leer
Rayuela es guardar un tesoro para acercarse a él cada cierto tiempo, como es,
sin duda, nuestro paso ante la vida, ante las certidumbres e incertidumbres que
nos rodean.