Coral Bracho

           

         Coral Bracho



Ciudad de México, México, 1951. Profesora de Lengua y Literatura en la UNAM, ha trabajado en la elaboración de un diccionario del español hablado en su país y ha formado parte del consejo de redacción de la revista La Mesa Llena. Obtuvo en 1981 el premio de poesía Aguascalientes con el libro El ser que va a morir. Ha publicado también Peces de piel fugaz (1977), Tierra de entraña ardiente (1992, en colaboración con la pintora Irma Palacios) y Jardín del mar. Han sido editadas dos recopilaciones de sus poemas: Bajo el destello líquido y Huellas de luz.




ESTO QUE VES AQUÍ NO ES

Esto que ves aquí no es.
Alguien te oculta una pieza.
Es el fragmento 
que da el sentido. Es la palabra
que altera el orden
del furtivo universo. El eje
oculto
sobre el que gira. Este recuerdo
que articulas
no es. Falta el espacio
que ajusta
el caos.
Alguien jala los hilos. Alguien
te incita a actuar. Cambia los escenarios,
los reacomoda. Sustrae objetos.
Cruzas de nuevo
el laberinto a oscuras. El hilo
que en él te dan
no te ayuda a salir.


DAME, TIERRA, TU NOCHE

En tus aguas profundas,
en su quietud
de jade, acógeme, tierra espectral.
Tierra de silencios
y brillos,
de sueños breves como constelaciones,
como vetas de sol
en un ojo de tigre. Dame tu oscuro rostro,
tu tiempo terso para cubrirme,
tu suave voz. Con trazos finos
hablaría.
Con arenas de cuarzo trazaría este rumor,
este venero entre cristales.
Dame tu noche;
el ígneo gesto de tu noche
para entrever.
Dame tu abismo y tu negro espejo.
Hondos parajes se abren
como fruto estelar, como universos
de amatista bajo la luz. Dame su ardor,
dame su cielo efímero,
su verde oculto: algún sendero
se abrirá para mí, algún matiz
entre sus costas de agua.
Entre tus bosques de tiniebla,
tierra, dame el silencio y la ebriedad;
dame la oblea del tiempo; la brasa tenue
y azorada del tiempo; su exultante
raíz; su fuego, el eco
bajo el ahondado laberinto. Dame
tu soledad.
Y en ella,
bajo tu celo de obsidiana,
desde tus muros, y antes del nuevo día,
dame en una grieta el umbral
y su esplendor furtivo.


ESE ESPACIO, ESE JARDÍN IX (fragmento)

Ese meollo asible de hacinada ternura,
     ese delgado

envés.
     Los muertos vuelven también allí.


De allí nos miran; nos reflejan. Nos orillan

a ver.   
 Unen

la luz del tiempo, las estancias abiertas, incesantes,
del tiempo, su entramado acaecer,
sus desbordadas resonancias en el cenit
de una alcanzada desnudez:      este gozo que vuelve,

nítido.

Esta radiante

hilaridad.      Esta risa que funda
y su fisura.

–Como un venero, un amuleto.    La fuente oculta
de un jardín.

Este huerto, este rapto
que heredamos
como una abierta melodía entre la noche, como un destello,
   una pregunta,

este cuerpo

*

y su sed.

–De allí nos hablan, 
de allí nos llaman,  como entre sueños.

De un sueño a otro 

nos llevan. 

De un sueño a otro nos trazan,       nos transparentan. 

Como rasgos muy tenues en un paisaje. 
Como respiros.       De un sueño a otro buscamos 
la solidez:       este fuego

que enlaza, que perdura.
Esta pasión que arraiga, 
que arrebata,  y su acentrado contrapunto,
este sentir que engendra.      

Unen
la luz del tiempo,       las estancias abiertas, incesantes,
del tiempo, sus remontables laberintos, su abarcable acaecer:
       
Este aliento,
esta savia que funde, que transluce, que nos envuelve
como un oleaje, 
como un acorde:   Estos contornos íntimos.

–Un giro breve del cristal.       –Una arista de luz.

Una textura.       Una palabra.

        –Porque la muerte tiene
en el colmado corazón de la vida
enraizados sus vértices,

y en ellos arde,

en ellos cede,             en ellos une
esta espesura.


DE SUS OJOS ORNADOS DE ARENAS VÍTREAS 

Desde la exhalación de estos peces de mármol; 
desde la suavidad sedosa 
de sus cantos, 
de sus ojos ornados 
de arenas vítreas, 
la quietud de los templos y los jardines 
(en sus sombras de acanto, en las piedras 
que tocan y reblandecen) 
han abierto sus lechos, 
han fundado sus cauces 
bajo las hojas tibias de los almendros. 
Dicen del tacto 
de sus destellos, 
de los juegos tranquilos que deslizan al borde, 
a la orilla lenta de los ocasos. 
De sus labios de hielo. 
Ojos de piedras finas. 
De la espuma que arrojan, del aroma que vierten 
(En los atrios: las velas, los amarantos.) 
sobre el ara lebísima de las siembras. 
(Desde el templo: 
el perfume de las espigas, 
las escamas, 
los ciervos. Dicen de sus reflejos.) 
En las noches, 
el mármol frágil de su silencio, 
el preciado tatuaje, los trazos limpios 
(han ahogado la luz 
a la orilla; en la arena) 
sobre la imagen tersa, 
sobre la ofrenda inmóvil 
de las praderas.


OIGO TU CUERPO 

Oigo tu cuerpo con la avidez abrevada y tranquila 
de quien se impregna (de quien emerge, 
de quien se extiende saturado, recorrido de esperma) en la humedad 
cifrada (suave oráculo espeso; templo) 
en los limos, embalses tibios, deltas, 
de su origen; bebo 
(tus raíces abiertas y penetrables; en tus costas 
lascivas -cieno brillante- landas) 
los designios musgosos, tus savias densas 
(parvas de lianas ebrias) Huelo 
en tus bordes profundos, expectantes, las brasas, 
en tus selvas untuosas, 
las vertientes. Oigo (tu semen táctil) los veneros, las larvas; 
(ábside fértil) Toco 
en tus ciénegas vivas, en tus lamas: los rastros 
en tu fragua envolvente; los indicios 
(Abro a tus muslos ungidos, rezumantes; escanciados de luz) 
Oigo en tus légamos agrios, a tu orilla: los palpos, los augurios 
-siglas inmersas; blastos-. En tus atrios: 
las huellas vítreas, las libaciones (glebas fecundas), 
los hervideros. 


TUS LINDES: GRIETAS QUE ME DEVELAN 

We must have died alone, 
a long long time ago. 
D. B. 

Has pulsado, 
has templado mi carne 
en tu diafanidad, mis sentidos (hombre de contornos 
levísimos, de ojos suaves y limpios); 
en la vasta desnudez que derrama, 
que desgaja y ofrece; 
(Como una esbelta ventana al mar; como el roce delicado, insistente, 
de tu voz.) 
Las aguas: sendas que te reflejan (celaje inmerso), tu afluencia, tus lindes: 
grietas que me develan. 
–Porque un barniz, una palabra espesa, vivos y muertos, una actitud fungosa, de cordajes, 
de limo, de carroña frutal, una baba lechosa nos recorre, nos pliega, ¿alguien;
alguien hablaba aquí? 
Renazco, como un albino, a ese sol: 
distancia dolorosa a lo neutro que me mira, que miro. 
Ven, acércate; a ven a mirar sus manos, gotas recientes en este fango; ven a rodearme. 
(Sabor nocturno, fulgor de tierras erguidas, de pasajes sedosos, arborescentes, semiocultos; 
el mar: 
sobre esta playa, entre rumores dispersos y vítreos.) Has deslumbrado, 
reblandecido 
¿En quién reinventa esta luz? 
––Has forjado, delineado mi cuerpo a tus emanaciones, 
a sus trazos escuetos. Has colmado 
de raíces, de espacios; 
has ahondado, desollado, vuelto vulnerables (porque tus yemas tensan 
y desprenden, 
porque tu luz arranca –gubia suavísima– con su lengua, su roce, 
mis membranas –en tus aguas; ceiba luminosa de espesuras abiertas, 
de parajes fluctuantes, excedidos; tu relente) mis miembros. 
Oye; siente en ese fallo luctuoso, en ese intento segado, delicuescente 
¿A quién unge, a quién refracta, a quién desdobla? en su miasma 
Miro con ojos sin pigmento ese ruido ceroso que me es ajeno. 
(En mi cuerpo tu piel yergue una selva dúctil que fecunda sus bordes; 
una pregunta, viña que se interna, que envuelve los pasillos rastreados, 
–De sus tramas, de sus cimas: la afluencia in incontenible. 
Un cristal que penetra, resinosos, candente, en las vastas pupilas ocres 
del deseo, las transparenta; un lenguaje minucioso.) 
Me has preñado, has urdido entre mi piel; 
¿y quién se desplaza aquí? 
¿quién desliza por sus dedos? 
Bajo esa noche: ¿quién musita entre las tumbas, las zanjas? 
Su flama, siempre multiplicada, siempre henchida y secreta, tus lindes; 
Has ahondado, has vertido, me has abierto hasta exhumar, 
¿Y quién, 
quién lo amortaja aquí? ¿Quién lo estrecha, quién lo besa? 
¿Quién lo habita?


SOBRE EL AMOR 

Encendido en los boscajes del tiempo, el amor 
es deleitada sustancia. Abre 
con hociquillo de marmota, senderos y senderos 
inextricables. Es el camino de vuelta 
de los muertos, el lugar luminoso donde suelen 
resplandecer. Como zafiros bajo la arena 
hacen su playa, hacen sus olas íntimas, su floración 
de pedernal, blanca y hundiéndose 
y volcando su espuma. Así nos dicen al oído: del viento 
de la calma del agua, y del sol 
que toca, con dedos ígneos y delicados 
la frescura vital. Así nos dicen 
con su candor de caracolas; así van devanándonos 
con su luz, que es piedra, y que es principio con el agua, y es mar 
de hondos follajes 
inexpugnables, a los que sólo así, de noche, 
nos es dado ver y encender.