Silvia Tomasa Rivera
El Higo, Veracruz, 1956. Fue coordinadora de los talleres de literatura del CREA. Colaboradora de El Nacional, Gilgamesh, La Gaceta del FCE, La Jornada, Nexos, Punto de Partida, Sábado, y Siempre!. Premio de Poesía Paula de Allende UAQ 1987 por El tiempo tiene miedo. Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines 1988 por el libro Por el camino del mar, camino de piedra. Premio de Poesía Alfonso Reyes 1991. Premio Nacional de Obra de Teatro para Niños 1991 por Alex y los monstruos de la lomita. Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 1997 por Alta montaña. Algunos títulos de su OBRA PUBLICADA: Poesía: Duelo de espadas || Poemas al desconocido/poemas a la desconocida, Penélope, Libros del Salmón, 1984; Verdehalago/La Centena, 2002. || Apuntes de abril, Ficción, 1986. || El tiempo tiene miedo, 1989. || Los Cincuenta, 1994. || Cazador, 1993. || Vuelo de sombras, 1994. || Alta montaña, 1997. || Los caballos del mar, 2000. || Luna trashumante, 2006.
COMO LAS UVAS
ahora es mío.
He apostado
sobre los bajos fondos
de la noche
la vigilancia artera
de sus ojos.
Desde los altos bosques
que me habitan
vengo acechando
la música voraz
que sube por sus piernas
inundándolo todo:
los espacios más breves,
los campos más abiertos
donde nacen los ríos
que sólo desembocan
en el centro
dorado de su vientre.
Ese hombre es para mí
como las uvas,
como el pan y el vino.
Es pura realidad
como sus manos.
EL ÚNICO QUE DIO
en el banco vital
de los sentidos.
Ahora es mío,
para todas mis bocas
derramado
de la noche hasta el alba.
Es decir:
existe para mí,
desnudo en mi memoria,
bajo la eternidad
de los instantes.
LUNA CAUTIVA
Luna que se alza
en lo alto del cielo.
Rotunda
con sus propios latidos.
Mírala desde aquí,
donde la voz no es canto
de los hombres;
solamente ondas de luz
que se trasmiten
como el vaho caliente
del deseo.
Ondas que permanecen
rotando sin parar
en una órbita cautiva
infinita y perfecta.
Nada como eso
es la luna sin ti.
Antes de ti, nada.
Sólo el baldío del cuerpo.
Con el alma.
ME HUNDÍ EN TI, SUAVE,
como un durazno que resbala
de las manos de un niño.
Como agua
en la resequedad
de la tierra
de los viñedos del norte.
Sin miramientos,
limpia y húmeda,
entré en tu boca
como un racimo de uvas.
LA MÚSICA ENCERRADA EN AQUÉL CUARTO
era dulce y compleja,
se colaba por los agujeros del tiempo
y se subía a los árboles.
Entraba en las cocinas
a las camas,
a los bares vacíos.
Penetraba a los cuerpos y las almas.
Alguna vez vi el piano,
subí al cuarto cerrado
una noche en que las estrellas
amenazaban con caerse.
No vi al hombre que lo tocaba,
en su lugar había
un revuelo de pájaros
que hacían su propia música,
y el filo peligroso
de unas alas
que cortaban el aire.
Fue todo lo que vi,
herida en la noche.
Pero lo juro por Dios
y este poema
que yo jamás vi al hombre.
TODO EN ÉL ERA LUZ
que enceguecía,
y nada pude hacer.
Aprendí a andar a tientas.
Sobre sus piernas, brazos
y cintura, sobre su pecho
y hombros.
De la cabeza a los pies
había que navegar,
todas las noches,
sin conciencia ni luna,
sin miedo del abismo.
Nadie pudo hacer nada,
fueron noches enteras
que cantaba y moría,
una y otra vez,
entre los brazos fuertes
de un río crecido.
cómo dejar que el tiempo
se quedara incrustrado
en las paredes,
sin hacer nada.
Si él traía para mí,
el sol en las manos.
Nadie lo pudo ver.
Su frecuencia de luz
no era de la tierra.
Había que andar al alba
sin dominio de horas,
para ver un instante.
Lo que yo vi.
LO QUE NO ME ENSEÑASTE
y aprendo cada día
es a lamer las heridas
y a abrir mi corazón a los zarpazos.
El trópico y la cresta de la ola,
nada tienen que ver
en este asunto.
Estoy sola, enraizada de ti, contigo
me abro a tu respiración
como me abro al viento que me toca.
Abierta estoy a la noche infinita
y entran en mí, cantos y aullidos
peces y anturios,
y un olor a carne tierna de perdices
que baja de los riscos.
Todo sucede
lejos de la fuerza del mar,
pegada a tu costilla.
Todo sucede
cuando te abres,
como un río que amanece,
acá, en tus montañas.
MI AMADO
no entiende de razones.
Es un acróbata inconsciente
en el vértice del caos.
Yo tampoco vivo tranquila,
no me concentro
en ninguna labor
por pequeña que sea.
Cuando hago conciencia,
me preocupa
que el hombre que amo
sea un vicioso.
Trae el juego entre manos,
y se mueve
en el filo de la navaja
como en un río
de agua estancada.
Su amor es una droga necesaria
que me mantiene alerta.
No puedo dejarlo.
Sus largas piernas
aún conservan el olor
del musgo y de los tules.
En medio de la tormenta
su vientre alado
no descansa nunca.