José Javier Villarreal


            José Javier Villarreal

Tecate, Baja California, 1959. Poemarios: Estatua sumergida (1982), Mar del Norte (1988), La procesión (1991), Portuaria (1997), Bíblica (1998), Fábula (2003) y La santa (2007). Premio de Poesía Aguascalientes, Premio Nacional de Poesía Alfonso Reyes y Premio a las Artes de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Su trabajo como traductor incluye: En una estación del metro, de Ezra Pound (1997); Preparación para la muerte, de Manuel Bandeira (2000); Poemas, de Oswald de Andrade (2004); Estrellas pájaros. Treinta y dos poemas brasileños del siglo xx (2005); Un libro de cosas luminosas, de Czeslaw Miolsz (2009); Al otro lado del mundo, de Murilo Mendes (2009), y Una antología de una antología personal, de Ledo Ivo (2011).


 

 HE LEÍDO UN LARGO POEMA DE ROBERT HASS que está en su libro

Tiempo y materiales.

En ese poema Hass se dirige al poeta Lucrecio, autor de De rerum

natura;

le cuenta que por algunos años -en el Renacimiento- Venus, la diosa,

fue olvidada,

que en su lugar aparecieron Las tres gracias, que el arte se descubrió

alegórico,

y que una joven –presumiblemente una estudiante-, atravesaba la calle

con lluvia;

esto pudo ser en Boston, y quien dio testimonio seguramente estaba en un café

tomándose un capuccino y viendo a la joven a través de una ventana.

Pero es tan sólo una especulación, no tiene la realidad del cuadro

de Rubens:

“oleo sobre tabla de 221 x 181 centímetros”, lo cual me recuerda la regla

de madera

que tenía mi abuelo sobre su escritorio con una ceja de metal, el clóset

donde se guardaba la ropa de mi madre, de mi joven madre, que atesoraba

y olvidaba.

A medida que pasan los días la tragedia del Japón se vuelve una noticia

que nos acompaña

como un zumbido cuando recorremos el jardín en un día de verano,

esa lentitud del tráfico ante un accidente o una volanta o un retén

o simplemente cuando nos detenemos y vemos el paisaje de siempre,

los mismos cerros, las mismas casas, los edificios, los centros comerciales,

los anuncios,

el cielo tan luminoso que, aparentemente, no dice nada y siempre está ahí

sobre nosotros,

junto a nosotros, con su timidez cuando vamos de un lugar a otro

y pareciera que no avanzamos.

Los miércoles, de nueve treinta a doce, doy clase en la facultad

de Filosofía y Letras;

quizá por tratarse de un curso de literatura de los siglos XVIII y XIX Lucrecio

no aparezca,

tampoco aparece Dante, no los veo por ningún lado, no están en las palabras

ni en los gestos ni en los rostros de mis estudiantes,

no se asoman por la ventana ni por la puerta cuando ésta se abre y cierra

misteriosamente,

no están en el pasillo; seguro que están en otra parte.

Dante bien pudiera estar en las gradas viendo a las muchachas entrenar,

y Lucrecio en la cafetería, después de pasarse toda la mañana

en la biblioteca;

una especulación más que se me ocurre cuando doy mi clase y veo

a mis alumnos

intentando seguir el rastro del personaje que les describo.

Hace años vivo en Monterrey, Robert Hass tiene setenta y hasta ahora

se publica su primer libro traducido al español;

es cierto que por él recibió el premio Pulitzer (Anne Sexton - quien vivía

en Boston y dio clases en la universidad, y que por ella el testigo, que ve

a la muchacha cruzar la calle en este poema, toma un capuccino

en un café de Boston - también lo recibió por su libro Vive o muere)

y esto no es otra especulación, es tan real y concreto como el cuadro

de Rubens

que se pintó cuando Europa había olvidado a la diosa Venus y los poemas

de Tito Lucrecio Caro estaban por redescubrirse y asombrarnos de nuevo.

Hoy llegaron 80 connacionales procedentes del Japón y la nota destaca que no

fueron revisados sus posibles niveles de radiación;

aún no es primavera, pero ya se escucha el zumbido de los insectos al caminar

por el jardín,

el calor se pavonea y Venus es la marca de una cadena de sex shop que hay

en la ciudad

cuyas letras moradas, sobre una vitrina plateada, subrayan el misterio

de su interior;

a Lucrecio no se le conoce, Dante está perdido entre la Edad Media

y el Renacimiento,

a Robert Hass hay que pedirlo a España, vía internet, y armarse de paciencia.

Rubens y sus gracias son un patrimonio cultural que la clase media no discute,

en Japón el peligro sigue siendo una constante que nos compete a todos

por igual como las estrellas del cielo, que no vemos, o los pájaros

al amanecer, que tampoco escuchamos

(hay un haiku del poeta Shiki que describe el otoño y que Alberto Silva

traduce así: “Cuando muge / la vaca, las estrellas / inician su adiós”; ahora,

con esta mención, la familia está completa);

y no se trata de otra especulación, es tan real como estar seguros que el fin

de semana termina con el veintiuno de marzo que será el próximo lunes,

y que sólo entonces, con poema o sin él, con muchacha o no bajo la lluvia,

entrará la primavera y, por supuesto, será día de asueto nacional.

 

 

AMANECIÓ SIENDO MIÉRCOLES. A media mañana ya casi no quedaban

huellas del martes,

parecía que todo se hubiera difuminado con el sueño, esas horas con la luz

apagada,

con el cuerpo tumbado buscando posiciones a lo ancho de la cama, luchando

con la sábana, buscando un cuerpo;

pero tu cuerpo no estaba, como no estuvo tampoco la noche anterior,

no estuvo en esa cena donde se habló y habló de cosas que ahora no existen,

donde se comió una pasta que en nada se parece a la que tú preparas,

donde tomé un vino que acostumbro, pero -al no verte- no me supo igual

y se perdió

al momento en que salimos del restaurante y cerramos la puerta.

Hoy el día es claro y el sol brinca de poste en poste,

se refleja en las vidrieras de los edificios que corren a la orilla de un río

que divide la ciudad y no se mueve, permanece y hace que la ciudad

sea la que se mueva en sus márgenes.

La historia también transcurre, mas es pequeña y sumamente intensa, sólo

le compete a una pareja,

y todos mis amigos se sienten involucrados aunque no lo estén.

Ayer visité una librería y el sol se mantenía afuera esperándonos.

En la librería el aire acondicionado nos hizo perdernos un poco, las portadas

de los libros

siempre nos presentan paisajes idílicos y graves, bellos y poderosos; pareciera

que de forma

extraña los libros comenzaran desde la portada y nos llevaran por un puente,

a través de una avenida,

donde los autos y el transporte compitieran por llegar a un punto donde se

brindara una nueva oportunidad, una segunda oportunidad.

Pero el miércoles no tiene porque ser como el martes, aunque seguramente

mi cuerpo te buscará

por toda la habitación sin mucha conciencia de lo que hace; al apagar la luz

y taparme, comenzará su peregrinar por toda la cama

y aunque sea yo el que no tenga mucha conciencia, él sí sabrá a quién busca

entre tanto movimiento, en tantas posiciones que sólo le competen a la noche.

Es casi mediodía y las huellas del martes se pierden en las dos botellas,

en  las dos

tazas, en la charola y en el espejo que, hasta ahora, se ha portado bien

manteniendo un perfil bajo;

no sé cómo será la mañana del jueves, si habrá una variación de uno

o dos grados en la temperatura,

si la ciudad seguirá fluyendo a la orilla de un río que le ha dado

por permanecer dormido bajo un sol

que no cesa de jugar; no sé qué desayunaré,

pero seguramente mi cama tendrá el mismo aspecto que tiene hoy,

como la conciencia de mi cuerpo cuando tú no estás. 

 


SI JUNTÁRAMOS PALABRAS podríamos levantar un muro o un jardín;

tal vez con una montaña de zapatos pudiéramos ver volar una bandada

de gansos,

aspirar el perfume de unos juncos, ver el horizonte quebrarse por la figura

de un desconocido.

Se trata de apilar, de poner una cosa sobre otra y no cerrar los ojos,

de acercarse al espejo y descubrir una nueva arruga, una que venga

y nos avise,

que delate una luz que no estaba antes, un cuarto de hotel con un baño

orientado al sur;

¿será realmente el sur, se tratará de un muro que parece jardín,

de unos zapatos que se han olvidado al fondo de una ropería y que están cubiertos

de gansos, juncos y de la figura de un desconocido

que quiebra un pequeño horizonte donde no cabemos?

Hay un espejo, un baño y un cuarto de hotel, también una arruga

que no estaba antes.

¿Qué no estaba antes, qué hay ahora que no estaba antes?

Antes había un país que parecía un jardín que ahora semeja un muro,

también un paisaje con la línea del horizonte, el aroma de los juncos,

unos gansos que volaban

y que ahora son una pila de zapatos;

también había un rostro, un espejo, la luz de la ventana;

la arruga no estaba; había indicios en la coladera, en las visitas al dentista,

cuando frente al cajero el número confidencial no llegaba.

El país no está en su mejor momento y hay que evitar los irritantes,

tener cuidado con las grasas

y moderar el consumo del vino a la hora de la comida.

De un tiempo a esta parte celebro a poetas como Ashberry, Williams,

Borges y Paz,

poetas que llegaron a la vejez con una potencia expresiva que nos rodea

como los anillos de Saturno a Saturno;

he leído con suma atención a Ferreira Gullar; primero la preocupación formal,

luego la nostalgia por los amigos muertos, después el cuerpo,

la habitación, la mascota, los hijos, los nietos;

una conciencia tan íntima –la suya- que no olvida al país.

Ahora que contemplo en mi rostro -en el espejo- la nueva arruga,

pienso en esos poetas,

en mis abuelos, en mi padre, en mis amores;

pienso que el tiempo ha pasado y que sigue pasando;

pienso que es bueno tener un país y que éste se refleje cuando estamos

ante el espejo;

importa que las palabras se conviertan en muro o en jardín,

que los zapatos sean gansos, juncos o paisajes donde el horizonte

se quiebre por la figura de un desconocido;

realmente esto tiene mucha importancia; es un día que va transcurriendo

a mitad de semana,

una certeza que nos constata que aún es posible,

donde alguien nos aguarda, y adonde queremos llegar.