LA DIMENSIÓN FANTÁSTICA EN MI
POESÍA
Por Óscar Hahn
En su libro ya clásico sobre el tema, Introducción a la literatura fantástica,
Tzvetan Todorov sostiene que lo fantástico puede germinar de manera natural en
la novela, el cuento y otras modalidades en prosa narrativa, pero que es
completamente ajeno a la poesía lírica, ya que ésta se fundaría en el lenguaje
figurado, y lo fantástico exige que los acontecimientos sobrenaturales sean
entendidos literalmente. La poesía, dice Todorov, privilegia el enunciado,
provoca “la opacidad del texto” y carece de aptitudes para evocar y
representar.
Coincido con muchas de las propuestas de
Todorov, sin embargo, su idea de la poesía me parece discutible. Cierto, el
discurso poético es a menudo figurado, pero el despliegue de figuras retóricas
no es una condición sine qua non de
la poesía. Uno de los textos más apreciados de la lírica inglesa es “The Listeners”,
de Walter de La Mare. Desarrolla en verso una conmovedora historia de
fantasmas. No de personajes metafóricos, sino de espectrales moradores de una
casa. Tampoco es un simple entramado de figuras o una mera “combinación
semántica”. Su tejido verbal está perfectamente capacitado para
representar. Más aún, provoca en el
lector un efecto afín a lo que Sigmund Freud, en su estudio sobre lo siniestro,
denomina das Unheimliche. Dicha
noción apunta a lo tenebroso e inquietante que se instala en el seno de lo
familiar. La posición de Todorov es entendible si se aplica al modo de
representación poética que Karl Jung llama “imágenes visionarias”, porque, en
rigor, muchas de ellas son intransitivas y sólo pueden ser calificadas de
fantásticas en un sentido muy amplio. Pero tampoco todo el espectro de la
poesía es pródiga en ese tipo de visiones.
Distanciado de las reticencias de Todorov,
me atrevo a poner en juego algunos aspectos de la dimensión fantástica en mi
propia poesía. Cuando el primer fantasma apareció en mi libro Mal de amor, el más sorprendido fui yo
mismo. Los primeros versos que acudieron a mi mente decían: “Estoy parado en la
puerta de mi casa / esperando que pase el fantasma de nuestro amor”. Apenas
terminé de escribirlos y los releí, la frase “de nuestro amor” me incomodó y la
borré de inmediato, justamente porque convertía la mención del fantasma en una
expresión figurada. Y el enunciado quedó así: “Estoy sentado en la puerta de mi
casa / esperando que pase el fantasma”. En ese mismo instante afloró el
inmaterial protagonista de mis poemas: concreto, independiente, literal.
Mal
de amor, como toda historia amorosa, tiene su principio, su medio y su fin.
Está estructurado mediante una secuencia de episodios, constituida por cada uno
de los poemas. El amante, despojado de su materialidad, se transforma en
espectro cuando es abandonado por la mujer amada. En cierto modo, se acerca a la definición de
James Joyce en el Ulises: “¿Qué es un
fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser
impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres”. He aquí el
poema “Nacimiento del fantasma”:
Entré
en la sala de baño
cubierto
con la sábana de arriba
Dibujé
tu nombre en el espejo
brumoso
por el vapor de la ducha
Salí
de la sala de baño
y
miré nuestra cama vacía
Entonces
sopló un viento terrible
y
se volaron las líneas de mis manos
las
manos de mi cuerpo
y
mi cuerpo entero aun tibio de ti
Ahora
soy la sábana ambulante
el
fantasma recién nacido
que
te busca de dormitorio en dormitorio
Por naturaleza, un fantasma es un ser
etéreo e intangible. Necesita, por lo tanto, de un soporte físico para hacerse
perceptible en el mundo de los vivos. Recurre entonces a la tradicional sábana,
que desde la Edad Media se asocia con las ánimas errantes. Pero este moderno
fantasma también emplea toallas, camisas y fundas de almohada. Así puede
conseguir una subrepticia unión física con la mujer. Dice Octavio Paz en La llama doble: “Lo mismo al soñar que
en el acoplamiento abrazamos fantasmas. Nuestra pareja tiene cuerpo, rostro y
nombre pero su realidad real, precisamente en el momento más intenso del
abrazo, se dispersa en una cascada de sensaciones que, a su vez, se
disipan”.
Ahora bien, ¿cómo es posible que un amante
sin cuerpo aspire a lograr un contacto erótico intenso con el objeto de su
deseo, a través de substitutos tan precarios?
Quizás, y es una simple especulación, el verdadero erotismo proviene más
de la mente que del cuerpo, más del deseo que de la realidad. Por otra parte,
en estos poemas siempre pena la ausencia de algo. Puede ser la carencia u
oquedad resultante de una dolorosa ruptura, o un espíritu que aún no ingresa en
un cuerpo, porque todavía no ha llegado su hora, como veremos más
adelante. En los dos casos, valga el
oxímoron, se trata de “ausencias presentes”.
Así sucede en el poema “Vacíos que respiran”.
La escena es la siguiente. Un hombre está acostado en su cama. Junto a él no
hay nadie; sin embargo, ese espacio vacío tiene vida propia. No posee ninguna
expresión material, pero está a su lado, acompañándolo. Dice la última estrofa:
Ahora
el vacío
que
está tendido junto a mí
se
da vueltas inquieto
como
si luchara con la asfixia
Y
es entonces cuando hay que rogar
porque
los vacíos no nos abandonen
porque
sigan siempre a nuestro lado
respirando
A la altura de mi libro
Apariciones profanas, una inédita figura
sobrenatural empezó a manifestarse. Irrumpió en “La muerte es una buena
maestra”, poema que se inaugura con las siguientes palabras: “Levántate y anda
al hospital me dijo la voz / Soy el fantasma anterior a tu nacimiento. / Aún no es tiempo para el otro fantasma”. De
los versos citados se desprende que habría dos tipos de aparecidos: los
clásicos, posteriores a la muerte del individuo, y los que existen antes de la
gestación del ser humano. Estos últimos se van configurando poema a poema y
eventualmente son bautizados con el nombre de prefantasmas.
Nunca traté de buscar, racionalmente, una
respuesta sobre el origen de los prefantasmas, hasta que un día surgió sola, en
las estrofas de “La primera oscuridad”:
¿Qué
sabemos del infinito
que
precede a la vida?
¿Qué
ignoramos qué olvidamos
de
la primera oscuridad?
No
nacidos aún
no
engendrados aún
¿Dónde
estábamos
antes
de alzarnos con el ser?
Dichas interrogantes se complementan con
los versos: “Abro la puerta del balcón / para que entren los prefantasmas /
Vienen de la primera oscuridad”. ¿Qué
señales hay de que estos insólitos personajes ya están entre nosotros? El poema “Coincidencias” ofrece una
explicación. Ciertas sincronías sorprendentes y perturbadoras, frecuentes en la
vida diaria, serían los signos mediante los cuales los prefantasmas anuncian su
presencia en la realidad. Continúa el
poema: “De pronto comprendí que los prefantasmas / trataban de comunicarse con
nosotros / bajo la forma de coincidencias / y que estaban aquí alrededor
nuestro”.
Queda así constituida una suerte de
mitología fantasmagórica. Los prefantasmas nos visitan como si fueran
extraterrestres. Y entonces surge otra inquietud: ¿por qué están aquí y qué es
lo que se proponen? El monólogo
“Palabras de un prefantasma” lo revela:
Si
muero antes de nacer
si
muero aun antes de haber entrado en un cuerpo
suplico
no disolverme en la nada
suplico
conservar mi forma
de
fantasma anterior al nacimiento
y
asomarme sin cuerpo al mundo de los nacidos
a
ver qué hacen cómo viven y qué sienten
cuando
comprenden que sus cuerpos
un
día serán sólo ceniza
y
no sabrán qué hacer ni a dónde ir
Entonces
yo
los recibiré en mi casa y les diré:
Bienvenidos
hermanos fantasmas
aquí
están los espectros de los que aún no han nacido
sincérense
con nosotros
dígannos
si valió la pena nacer
dígannos
si la vida tuvo algún sentido
o
si ser o no ser da exactamente lo mismo
En la cultura occidental el tiempo
objetivo es cronológico. El pasado, el presente y el futuro son entidades
separadas e irreconciliables, y las horas transcurren, una tras otra, de manera
rectilínea. Sin embargo, en varias de estas composiciones hay un quiebre
radical con el tiempo sucesivo. Algunos fantasmas y prefantasmas se mueven en
espacios regidos por una concepción de la temporalidad más cercana al universo
de Godel y a su idea de la abolición del tiempo absoluto, que a nuestra experiencia
con la cronología. Desde luego, tal ruptura es un tema recurrente en la
narrativa fantástica.
En ese orden de cosas se inscribe el poema
“San Juan de la Cruz escucha a Miles Davis”. Es el año 1577, y hasta la celda
de San Juan en la cárcel de Toledo llega el sonido de la trompeta de un músico
de jazz del siglo XX: Miles Davis. El santo, confundido, busca una explicación
ligada a lo sobrenatural religioso: los acordes vendrían de la trompeta del
Arcángel San Gabriel. En la segunda parte del poema es el año 1959 y Miles
Davis está preso en la ciudad de Nueva York. Cuando se le aparece el espectro
de San Juan en el calabozo lo atribuye a una alucinación, producto de la droga.
Ninguno de los dos tiene consciencia de que el pasado y el futuro han confluido
en un mismo punto, aunque supuestamente son contradictorios e incompatibles.
El fenómeno descrito fue estudiado hace
muchos años por Carlos Bousoño en su libro Teoría
de la expresión poética. Le dio el nombre de “superposición temporal”. Pero
a diferencia de la mayoría de los ejemplos citados por Bousoño, en el poema
anterior el enunciado pasa a cumplir un rol secundario y la desviación del
tiempo se actualiza en la sintaxis de los acontecimientos. Otra anomalía
similar figura en el poema “Designios”, texto encabezado por un epígrafe de T.
S. Eliot que dice: “and time future contained in time past”. Esta abstracción
filosófica encarna en el poema bajo la especie de una situación específica. Se
trataría aquí de una doble superposición temporal. Un hombre mayor recuerda su
infancia con los ojos cerrados. En el escenario de su mente, se ve jugando en
una habitación, como niño pequeño. Agrega la estrofa siguiente:
Cuando
ese hombre era niño
no
sabía que la extraña figura
medio
oculta
entre
las sombras de la pared
era
su propia imagen
que
lo observaba desde el porvenir
La
primera oscuridad, mi libro de poemas publicado en 2011, alberga nuevas
fantasmagorías. En “Cosas que se escuchan” se perciben diversos ruidos de
personas y objetos, pero ni esas personas ni esos objetos existen. Y en “Sala
de conciertos” hay un conjunto de músicos tocando diversos instrumentos, aunque
sus ejecutantes todavía no han nacido. Al parecer, estos fantasmas y
prefantasmas hechos de palabras me seguirán penando por algún tiempo.
He hablado de la presencia de la literatura
fantástica en mi poesía. Ahora me referiré brevemente al papel del cine
fantástico. En mi niñez, algunas películas clásicas como
El gabinete del Dr. Caligari, Nosferatu y Frankenstein solían
poblar mis pesadillas. Muchos años después se sumaron films como
Los inocentes, basado en la novela
Otra vuelta de tuerca, de Henry James;
Halloween,
de John Carpenter, que ha generado mi poema más reciente, y el
Drácula de Francis Ford Coppola, en el
que se conjugan Eros y Thanatos. Últimamente
he notado la entrada paulatina del cine de ciencia-ficción, detectable en las
estrofas de “Mutantes”, “Cosmonautas” o “Arqueología del quinto milenio”. De uno u otro modo, la intertextualidad
fílmica es un factor a considerar en varios de mis poemas. Por ahora sólo haré
algunas acotaciones a propósito de “Una
noche en el Café Berlioz”.
Un hombre está sentado en un café y ve
entrar a una hermosa joven. De inmediato experimenta una extraña atracción
hacia ella. Trata de abordarla, pero la mujer se muestra bastante esquiva. Hasta
aquí todo es perfectamente realista. Sin embargo, cuando el galán se siente
desdeñado exclama: “Me ha clavado una estaca en el corazón / Me ha lanzado una
bala de plata / Me ha ahorcado con una trenza de ajo”. Es decir, para connotar
el sufrimiento del enamorado, recurre a elementos característicos de las
películas de terror. Ahora bien, un
verso ubicado al principio del poema y de apariencia trivial, adquiere otro
sentido en la relectura. Dice: “Desde mi mesa veo su cuello desnudo”. El lector
empieza a sospechar que el protagonista pueda ser un vampiro. La presunción
queda confirmada en la segunda parte, cuando el hombre pide atribulado: “Por
favor, tráiganme la cuenta / que ya está por salir el sol”. Hacia el final se
sugiere que la mujer del café es su amante muerta.
No me corresponde determinar cuáles son
las proyecciones interpretativas de los poemas descritos, sean simbólicas,
psicológicas, sociales, estéticas o de cualquier otra índole. Me he limitado a
poner de relieve ciertos aspectos de mi poesía relacionados con la literatura
fantástica. Que estos textos privilegian el nivel de la composición y el
montaje, lo prueba el hecho de que admiten ser contados sin interferencias, ya
que tienen una opacidad mínima. En suma, yo defiendo la existencia de un tipo
de poesía en la cual lo fantástico funciona de manera atípica y, por lo tanto,
no se ajusta a las premisas que pueden ser válidas para la novela o el
cuento.