Karen Villeda

Karen Villeda

            Karen Villeda

Tlaxcala, Tlax., 1985. He publicado los poemarios  BabiaTesauro.

Ha merecido, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino por Dodo, 2013, el Primer Premio de poesía de la revista Punto de Partida 2008 por fragmentos de Tesauro en 2008 y el IV Premio Nacional de Poesía para Niños Narciso Mendoza por Leopoldo y sus siete gatos en 2005.

Ha escrito para Crítica, Complot, Este País, Lee+, Oráculo, Punto de Partida, Replicante, Tierra Adentro, entre otras publicaciones. En POETronicA.net explora la relación entre poesía y arte interactivo. Su interés por la poesía y su relación con diversos recursos tecnológicos empezó con el proyecto LABO: laboratorio de ciberpoesía.

 

DODO

I. GÜELDRES

 

Siete barriles desvencijados. Siete barriles como pretexto para catorce brazos. Cuarenta y nueve sacos, sacos de harina de trigo sarraceno para el ánimo púgil. Moscas, un ciento. Siete camisolas que palidecen con siete barriles. Sal por puños. Catorce brazos rivales, siete mares, una escotilla.

 

Siete marineros con la lengua de fuera. El castillo decorado con guirnaldas de tulipanes. Catorce brazos disputando el nido del cuervo. Un trinquete cangrejo. Una campana y el vástago del timón. Un timón sin timonel, tanta encía sangrante. “Un galeón flamenco que bautizaron como Güeldres”.

 

Mástiles sin contar, siete masteleros, catorce mastelerillos. Cuarenta y nueve fardos para el frío. Moscas por docena. Un pescante de gata rasguñando el ancla. Una aguja de marear y un pañuelo. Una cacatúa de copete encarnado, el adiós. 1598, siete camisolas.

 

Sal por puños. Una pinaza, su armazón en luna menguante. Astillas de a montones y un catalejo. Siete marineros con la lengua de fuera. Catorce cañones los tienen en la mira. Sal, sal sin cuarenta y nueve sacos. El fondo de la carena y un tonel de agua dulce, el mar celoso.


 

Él -uno de nosotros- se hará hombre. A nuestra vuelta, será llamado “El Almirante”. El viento se despereza, apretamos el encordado. Moscas por moscas. Siete barriles desvencijados, catorce brazos rivales y sal sin cuarenta y nueve sacos tradicionales. Siete arcabuces, una ráfaga y un féretro. Él picoteará nuestros pezones porque tendrá nombre.

 

Divisamos una isla. La sostenemos con el pulgar e índice. Paisaje, una mosca. Leyendas del Mar del Norte hendidas en las costillas del Güeldres, siete marineros mordisqueándose. Siete lenguas hinchadas y catorce brazos rivales. Siete cabezas que cuelgan de una ola. Uno de nosotros está lanzando el arpón.

 

El espejo de popa refleja siete camisolas. Todos se miran por encima del hombro. Catorce jorobas izando velas, el casco resbaladizo. Todos sueñan con cazar ballenas menos uno. La ola irrumpe escupiéndole a los soñadores. Seis cabezas batiéndose y un hombre cierto. Apretamos el encordado.

 

 

III. HUELLA DEL DODO

 

Siete lenguas, catorce brazos violando a Mauricio. Pares y más pares de labios gruesos. Una fina línea. Lo llaman “El Mongol” por sus labios. No habla, solamente nos asienta o niega. El Mongol deja caer los párpados, su rostro tiene un solo rasgo: el horizonte. Mauricio se parte.

 

Escuchamos gruñir a El Mongol, nos despierta. Istmo de fauces. Rezamos con más fe ahora que nunca. El Mongol ladra. El Almirante lame con fruición su rostro. Luciérnagas, son una estrella caída en desgracia. El Güeldres mohoso sin catorce brazos, moscas.

 

El sol no deja de mirarnos fijamente. Siete espaldas descarapeladas. Siete arcabuces pesan más que el ancla. Estamos tan agotados que tomamos la siesta. El Mongol duerme al sol, sin tostarse. Catorce pulgares, siete pitos estancados en Mauricio. Una verdad demográfica.

 

El Mongol está hecho un ovillo y da más miedo que el mar encolerizado. Manos sobre la nuca de El Mongol. No se inmuta. Seis marineros son atraídos por el rompiente. Una ola burlándose. Doce tobillos correrán mañana a lo ancho. Una, una fina línea para El Almirante.

 

Aliento de dientes de león, hierba chamuscada. Pares y pares de labios olvidando nombres. El Mongol balbucea una canción de cuna. “Pra lapra pran lapra lapra pra pran”. Percusión de siempre. Mauricio se reverdece. Lentejuelas blancas, doce pezones para El Almirante.

 

Mascamos la caña de azúcar como tabaco. Ballenas de ensueño. Seis cabezas que se aferran al mar. Mascamos y mascamos. Seis farsantes se ilusionan con un arpón. Plataforma de hielo. El soberbio mentón de El Mongol, endurecido.

 

El Almirante puntea la ruta a seguir. El Mongol hace una mueca, le aplaudimos. Seis arcabuces desenfundan. El Mongol suspira y El Pelirrojo coquetea. Me quedo solo, extraño sus dedos tibios. El Mongol da un paso hacia atrás. Hay una huella intrusa, cristales sobre la arena.

 

 

LEXICOGRAFÍA A (fragmentos)

 

—¡Ah! El llanto es un pretexto. La destreza mide el lagrimal adusto, una desviación más del “Nosotros” hacia Lobreguez. El escindir de hortalizas, la mirada retraída, el paramento del Dúplex, la permanencia de la sombrilla en su bolso... No confía en mí. Soy lento en el hacer y el quehacer. Preciso la indicación: Eventualidad, olor del regaliz, creer que el rocío es un milagro sobre el pasto seco. Sin embargo, siempre la espero. (Rehacer la dicción). Mácula: Nada, nadie regresa... Ya está llorando para amonestar el retraso. ¡Fue un segundogénito! Concibo una nueva categoría para mi inventario: “Acompañamiento de algarabías”. Femenino me da lástima. Olvido su nombre...

HORADACIONES DE LOBREGUEZ EN EL NIDO DEL ZORZAL

 

*

 —¡Ah! Masculinidad conoce todas las piezas que no soy. Soy otra todo Tiempo, nada Espacio. Atribulación de Persona: Desprendimiento de posibilidad. Cedo a los años, insisto en la peculiaridad. No soy Ella. La soledad se refleja en mi pluralidad de nombres. ¿Quién

soy? En la discordancia fijo la mirada en el cenagal. Amor mío, ¿qué te he hecho? ¿Cuál es el fondo?...

 ZORZAL HUELE A MADRUGADA

 

*

—¡Ah! Soy Laureola. “Merecedora de gloria”. (Del latín “Laurel”, Tesauro, p. 72). Soy una corona de imágenes: Preludios. Iniciación. Aserrín. Páramo. Masculinidad me nombra y el Dúplex se tambalea (sólo el cadalso prevalece). La ejecución es extensa: El hermético abrazo es primordial. La derrota es el envés del tragaluz (las heridas subyacen). Masculinidad, al nombrarme, ha conquistado todos mis sitios...


ZORZAL EXTRACTA LA CATARATA, EL PEZÓN DESLUSTRADO

 

*

Zorzal ha traído tierra yerma con su balada

Femenino y Masculinidad escriben “Colofón” en Tesauro

Inscripción en la madera: “Palabra es Lobreguez”

Rememoran el Tiempo, interceptan el Espacio

 

 

 

LEXICOGRAFÍA E (fragmentos)

 

―Jamás serás blanco ―dice Masculinidad―. Aunque insistas, no te daré blanco. No creo en una tregua. Casi la rendición.

―Te merecerás esta soledad ―se dicen ambos.

 

*

 

Blanco es EXCESO de color:           Todas las tonalidades

Espectro de cara y cuerpo completo

Absoluto         Guerra e indemnizaciones

se circunscriben a la frase:

“La primera lágrima es la última”

       Vacío infinito

 

*

 

El amor es un círculo cromático:        Oposiciones

Pareja es lienzo: Expresión del ambiente

como los colores

Mezcla aditiva (dar)

          Mezcla sustractiva (recibir)

Pareja es painting

(En inglés “pain” e “ing” es el gerundio del dolor.

Cualquier Diccionario de Inglés-Español, p. 76).

 

 

 

LEXICOGRAFÍA O (fragmentos)

 

OBLICUÁNGULO

Los ángulos de la Pareja son el Rostro. La forma del miramiento es una figura circular que se inserta como lugar seguro interiormente de Lobreguez. La vena combatiendo la frente tiene como propósito demoler a la Pareja. El latido que no gotea revela a la circulación que se detiene (tráfico de glóbulos). El Rostro es alabastro: las facciones son serpentinas que se adaptan a las circunstancias de Pareja (situación que disgrega). El horizonte es el hundimiento, esperanza que apuntala en el jardín de cristal (escarchado). Hay nudo que jamás se desata, mientras el semblante se acopla al quicio (piensa en Shakespeare). Rostro busca al espíritu que, al compás de la espineta, anhela Tiempo y Espacio. Rostro se reconfigura en la cerrazón, en la pieza ósea de cal (grafía del ahogamiento). Rostro se tensa y es oblicuo. Rostro se rompe. Angulo jamás rectitud.

 

OSTEOLOGÍA

Femenino y Masculinidad refieren al gimoteo en gradas (sucesión de escalafones y huesos). Nunca sospechan. No saben que el tendón espera al infinito, que el cartílago paraliza la tibieza. Piensan que la caléndula cura hasta el hueso, que el armazón es invencible. Este sostén no construye la casa, sólo un hombre y una mujer, ambos oblongos. El movimiento es ilimitado (o eso creen después de contrapeso del aerolito). En el andador observan que la médula espinal sube escalones, baja escalones. Da un respingo, está agotada...

 

 

BABIA

 

Desperdigo lutos.

Desperdigo lutos en la insolencia del herbaje alegando el nombre de la penumbra: Babia. Aquilato cada fisura en la clepsidra. Se humea el ramalazo del acebo. Pernocto la mirada (aparente alianza) sobre cernícalos de plata viva. No cabe la oropéndola en el pecho. Se malogra el rudimento de la espera. Es temporada de borrasca, los frunces del poniente demuelen artículos de fe.

*

Nadie desgarra este silencio. Brotan armillas de palique en mi lengua que derivan estatuas. Se tensa mi aliento, zanjando una reinvención de cementerio. “Habla la constelación de cenizas.” No hay filamentos de saliva que se desprendan de la chicha. “Me hace falta un muslo para fraguarme.” Aquí, en Babia, me juran rostros de caliza y aguijón. Impensable es la aridez.

 *

 Hay que apilar muslos en la incertidumbre del reguero.

El pliegue del muslo se abstrae.

La arquitectura de tensión corporal subyace en la facundia. Empuño mis dientes de leche en la piedra, corola geométrica, gran rosetón de la catedral. (Pétalos como migajas para una oropéndola desfavorecida.) Es la perspectiva de huesos, osario de músculos que se calan sin la caricia apropiada. Entreveo el rebosadero, filo de una respiración entrecortada.

Apetito genésico en la palabrería del afecto.

Cada ruego es una imperceptible repatriación a Babia.

*

Me sorprende tener corazón para la demencia.

*

Es la canilla de la estirpe la que manda. A cuentagotas se derrumban mis reflejos de sangre en una escalera corporal. “No hay cuesta arriba.” Contrafuerte en el madero para bautizar los pozos arrojando este cuerpo sobre redondeles de carcoma. La trabazón de los dientes siembra sangre en la tierra agrietada de Babia, cesan los albores en el alfabeto del lodo.

No hay un reino para incendiar bajo las vendas de mis heridas. Hubo, entonces, un anhelo volcado para repartir en la heredad codiciosa, sin frutos que recoger y el hambre oculta en las encías. “Es lo único que hay para la tripa.”

 *

 La saliva hace madejas de estambre níveo. Este lenguaje me aturde, decapita mi lengua hasta labrar el aire con un azadón brumal.

Temo empantanarme la boca sin más.

 *

 He codiciado este acebo por sus nidos transversales. El titubeo que se desprende de su tronco es propio de un firmamento sicalíptico. Deserto de la vanidad. Se exaltan las entrañas de Babia pronunciando una mira de sombras. Soy el vuelo quebrantado de la oropéndola. El acebo es el vaivén: Adagio de movimiento en el reposo. Soy hacia ti por la movilidad del apenas, un soplo. Da oídos a la llamada del acebo. Reencuentra la esquirla en la arborescencia.

“La oropéndola nunca cantó.” Me conformo con su chasquido sordo.

Este árbol (malintencionado acebo) es sólo una iniciativa de vencimientos. No habrá escarcha en sus ramas mientras perdure el punto cardinal.

 *

 Sucumbí en la asimetría de la irradiación. Eclipse ilegible de anonimatos que ceden al crepúsculo dragado. No remuevo pechos, soy una amplitud sin horizonte.

“Soy los ojos de quien pudo pertenecerme.”

 *

 “Un resplandor.”

No hay que temerle. No hay que sobrevivir a la lujuria para desgraciar las carnes.

 *

 “Sin salida al mar.”

No nos baldearemos en una ondulación de corales y sargazos. Éste es el destierro del agua, la presencia del pasado blandiendo el heno. “Estamos atrancados en la densidad del verdor.” No crece la muscínea en nuestro rozamiento.

La sed por un alegato de furor carboniza la lengua con enigmas de argento.

 *

 Toda coartada de pecíolo hace reinos. “Séame Babia.”