Juan Felipe Robledo (Colombia, 1968) Estudió la carrera y la maestría de Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, donde es profesor. Ganó el premio internacional de poesía Jaime Sabines en 1999, concedido por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, en México, con De mañana. Obtuvo el premio nacional de poesía del Ministerio de Cultura de Colombia en 2001 con La música de las horas. En 2010 la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá publicó El don de la renuncia. Han aparecido seis antologías de su poesía: Nos debemos al alba (Golpe de Dados, 2002), Calma después de la tormenta (Colección Viernes de Poesía, Universidad Nacional de Colombia, 2002), Luz en lo alto (Universidad Externado de Colombia, 2006), Dibujando un mapa en la noche (Ediciones Igitur, 2008), Aquí brilla, es extraño, la luz de nuevo (Ediciones San Librario, 2009), Poemas ilustrados (Tragaluz editores, 2010).
NOS DEBEMOS AL ALBA
Traicionar las palabras, canjear su peso, su color, en el sucio mercado de los días es acto que nos llena de muerte y ceniza y vago afán. Ha de ser castigado con el hierro, la soledad, el tedio y la miseria. Nos debemos al alba, plateros, a la dicha, y al canto y al remo y al ensueño trazado en la garganta y a mañanas sin prisa en las orillas de un mar que ya no es. Porque al final todo es olvido para quien al tráfago su sangre dona, a la parla chi suona y a conversaciones con tontos y mercachifles, y comete delitos en descampado con las pequeñas, las terribles y mansas y arteras palabras.
A MI RECUPERADA PLUMA
Estás entre mis manos y yo, que te creía vagabundeando por una oficina cualquiera de la vasta y (lo imagino) monótona Long Island, agradezco a los hados el saberte cercana. Es una bendición verte brillar graciosamente, trazando letras para el olvido. La vida es un largo aprendizaje de lo que pesa y de lo que leve ha de seguir por siempre. Tú pesas en mi mano; la punta que al papel baja es ágil como una hoja de jacarandá.
PALABRA QUE NO DICE
No dice la palabra, no dice como lo hace quien dice: “No tengo dinero, no hay para una limosna”, la callada palabra no dice hoy: “Me debes”, y que no diga es una bendición.
La palabra no dice, no canta en el centro del plató, la palabra está sola, limpia su cara y se atusa el bigote, está ahí, gordita, esperando para entrar en el baño.
La palabra salterio, la fantasiosa, la inteligente y estentórea, no nos ha concedido una cita, no se muestra para nosotros. Adormilados, acariciamos sin ganas la palabra cotidiana y ésta sí nos cobija, cómo nos quiere sin que lo notemos.
La palabra cocina un potaje de amor y es mamá regresando de comprar pastelitos para su amado perro negro, nuestra ropa dejada a merced de la espuma en un platón con agua, el tenedor que se enredó en las sábanas, la mancha asimilada a un rostro en la ventana.
Ésta, la palabra que no exorna un yelmo y es aceite turbio en el mesón de la cocina y telaraña en el descansillo de una escalera y trepidación de un insecto en medio de la noche, esa llave que nada abre y conservamos por si acaso es, ahora, la palabra.
(Pequeña camarada que aprende con nosotros a contar el tiempo, a dividirlo y multiplicarlo y sumarlo y restarlo de lo que nos queda). |