María Rivera (México, 1971)
Poeta y promotora cultural. Autora de los
libros de poesía: Traslación de dominio,
Feta, 2000-04 (Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino, 2000), Hay batallas, Joaquín Mortiz, 2005
(Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2005) y Rota, Edau, 2006. Sus poemas aparecen en diversas antologías y en
revistas de divulgación literaria. Ha sido becaria del Centro Mexicano de
Escritores, del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y
las Artes y es miembro activa del Sistema Nacional de Creadores de Arte de
México. Actualmente se desempeña como asesora cultural de la Casa del Poeta Ramón López Velarde en ciudad de México.
Es una de las poetas más representativas de su generación.
DÍA DE MUERTOS
A Alfredo Giles
Díaz
Nadie escribió el poema
que está latiendo en la página silenciosa de la espera.
La espesura construyó nuestras esquelas,
troqueló nuestros silencios con corceles.
Nómbrame “piedra”, escritura mineral,
vaho de los solares que perdimos.
Una peña despeñándose
en nuestra memoria, un viñedo cultivado
en la esmerada pasión de los ausentes.
Duermen los recuerdos, se recuestan en mi pecho.
Dicen pájaro y es pájaro el lagarto
que en mí amanece (herido, comatoso).
Avanzamos,
en el corazón del tiempo
crece el temor de quedar varados
en la doble cuchilla del camino.
(¿Estás aquí, de vuelta?—pregunto—¿estás aquí,
rosa de fuego?)
Después, el sueño del desasosiego,
la estoica cancioncilla que repite “hay
un muro cercándonos. Un muro atrincherado
en la neblina”.
Cuánta luz había ese día. Ese día que ahora
se sumerge en las costas asediadas del exilio.
¿Qué emboscada cayó sobre nosotros, trocó
por panes amargos nuestras piedras?
¿Qué dios maligno
ató nuestra barca en el diluvio?
Hay un poema latiendo en el silencio,
ríos espesos que escapan a nuestra memoria
y, sin embargo, miran
los ojos abiertos del tiempo,
y preguntan,
y preguntan
dónde está la escritura que la vida
debió emprender para salvarnos del olvido.
RESPUESTA
a Luigi Amara
No tengo corazón para
las cosas,
para verlas rodar en su caída,
para el largo murmullo
en su agonía.
No tengo corazón para las cosas
felices de este mundo:
no me alcanza el corazón para la risa,
ni el ojo para el ave,
ni la mano para la gota.
No, no tengo corazón.
No alcanza su hipo a la hipérbole
ni sus dedos se congelan con la nieve.
Y aunque quisiera rendirse, a veces,
tumbarse sobre la hierba,
su sombría pesadumbre se lo impide.
Me falta corazón para las puertas,
para las manos de los hombres.
Me falta. Me falta morir
para encontrarlo.
Tenderme
sobre el lomo de su rayo,
cabalgar sobre su grupa.
A veces, ya muy noche, pregunto
al enorme silencio del mundo
cómo puede morir
el corazón entre las manos;
a veces, muy temprano, pregunto
a la gran algarabía del mundo.
Asombrada,
miro su torpe ánimo,
su paso incierto,
su lenta caída.
Es triste, lo sé.
Pero no tengo corazón para las cosas
felices de este mundo.
(de Hay batallas, 2005)