Vargas Vila

La opinión pública en la construcción del mito de Vargas Vila


 

Por Consuelo Triviño Anzola

Escritora y ensayista colombiana


 

En 1914 José María Vargas Vila escribió La muerte del cóndor, un homenaje a su amigo Eloy Alfaro asesinado por una turba de fanáticos en el parque de El Ejido en Quito en 1912. Por entonces, la mayor parte de nuestros países no solo padecía la falta de libertades sino además la carencia de derechos mínimos elementales. Como proveedora de materias primas, Latinoamérica era saqueada con impunidad por los Estados Unidos, de lo que solo sacaban provecho unos pocos, sobre todo, sus dictadores, quienes habitualmente huían a Europa enriquecidos después de vaciar las arcas del Estado. Podemos imaginar en aquellos turbulentos comienzos del siglo XX a ciertos representantes del poder incómodos con los intentos de cambio en países que luchaban por conquistar sus libertades y derechos amparados en el liberalismo radical, con héroes de la dimensión de Alfaro: «tan alto está el Héroe, que espanta la pequeñez de sus verdugos, en derredor de sus cenizas blancas […]»[1], diría el panfletario colombiano en el mencionado libro.

El trágico destino de Eloy Alfaro mueve a reflexionar sobre la construcción de los mitos colectivos, que en las sociedades humanas empujan las corrientes de opinión, por lo general desatadas desde las esferas de poder mediante intrigas y manipulaciones, corrientes a las que, también es verdad, se opone el poder del pueblo con la comidilla o rumorología capaz de levantar o derruir ídolos que desafían al tiempo.

Precisamente este es el caso de José María Vargas Vila que hoy nos convoca, no solo por las pasiones que despertó, sino además por su dimensión latinoamericana, por la influencia que ejerció sobre la masa de lectores, quienes contribuyeron a la creación del mito. Pero interesa aquí establecer puntos de contacto entre Eloy Alfaro y Vargas Vila quienes compartían el ideario liberal soñado por los más románticos constructores de nuestras naciones. Sabemos que Latinoamérica vivió procesos paralelos en distintos momentos de su historia, en el intento de modernización de sus estructuras, lo que puso en tensión las fuerzas liberales contra el régimen tradicionalista, heredado de la colonia, refractario al progreso y controlado por la Iglesia católica que dominaba en la esfera pública, tanto como en la conciencia de los individuos.

En Colombia, los liberales radicales soñaron la más bella de nuestras utopías, la Constitución de Rionegro de 1863, a la que se acerca la XII Constitución de 1906 aprobada en Ecuador durante el segundo mandato de Eloy Alfaro, defensor del liberalismo radical en estas latitudes, por cuyas ideas había combatido décadas atrás antes del llegar al poder. Este ideario explica las afinidades con José María Vargas Vila. Ambos se habían inspirado en la Revolución Francesa y eran defensores de un liberalismo que aquí se plasmó en reformas en beneficio del pueblo. Con ellos la Iglesia se vio despojada de los privilegios de que disfrutaba. La Educación pasó a ser responsabilidad del Estado. Se fundaron escuelas normales, se aprobaron el divorcio y el sufragio universal; en Colombia, particularmente, se concedieron libertades entre las que destacaban poder entrar y salir del país sin pasaporte ni autorización; además, se suprimió la pena de muerte, a la vez que se concedía la ciudadanía colombiana a cualquier latinoamericano que residiera en nuestro país, pero además, se instauró un federalismo beneficioso para las regiones. Los radicales como Alfaro, acariciaban el sueño bolivariano de la Gran Colombia. Lamentablemente muchos de ellos no eran políticos y tal idealismo, a juicio de Vargas Vila, hizo que fracasaran al llegar al poder. Lo mismo opinaba Baldomero Sanín Cano del periodo de gobierno de los radicales en Colombia cuya caída explicaba por la falta de preparación del pueblo para tales conquistas.

En cualquier caso, el progreso llegaba con ellos bajo la forma de un barco procedente de Europa cargado de mercancías, junto con otras formas de vida e ideas, que exigían circular a lo largo del país proveedor de materias primas. Como consecuencia de la actividad económica, generada durante ese periodo predominantemente librecambista, Colombia avanzó también en las comunicaciones: el telégrafo, las carreteras y el ferrocarril, igual que en Ecuador donde esto fue posible durante el gobierno de Alfaro. Paradójicamente, en este periodo luminoso de comienzo del siglo XX Colombia retrocedía a la Edad Media respecto a las conquistas democráticas con la Constitución de 1886; su artífice, Rafael Núñez, modernizaba con sangre el Estado suprimiendo todas las libertades y firmando el pacto con la Iglesia católica, a la que entregaba la educación.

En ese nuevo proyecto de país estorbaban los liberales radicales que debieron huir a Venezuela donde se refugiaron. Vargas Vila empezó allí la carrera de panfletario y asesor de algunos caudillos, como Joaquín Crespo que lo protegió. Allí pudo publicar los primeros libros y fundar periódicos donde aparecieron sus panfletos contra Rafael Núñez y la Regeneración. De aquel sueño de libertad emerge quien empezó militando en las filas del radicalismo y se formó en la admiración de sus líderes a quienes dedicó páginas memorables en libros como PretéritasLos divinos y los humanos donde los situaba cerca de José Martí o de Emilio Castelar.

Y es que liberalismo en el siglo XIX fue un movimiento internacional que en Latinoamérica se enfrentó a la tenaz hostilidad de los poderes tradicionalistas. Muchas de nuestras inteligencias se vieron condenadas a escribir libros para explicarle al pueblo que ser liberal no era pecado, en respuesta a Monseñor Rafael María Carrasquilla que afirmaba lo contrario[2]. Otros se exiliaron escapando de la cárcel o de la condena a muerte decretada contra ellos. Pero las redes que los apoyaban condujeron a Nueva York a muchos proscritos, que hicieron de la ciudad el centro de sus operaciones. Las mismas que llevaron a Juan Montalvo hasta Ipiales (Colombia) donde contó con la protección de los amigos que se prodigaban una ejemplar fraternidad, propia del ideario liberal que los inspiraba.

Estos conspiradores internacionales disparaban desde la prensa dardos contra los enemigos de la libertad. Nunca antes se había confiado en la fuerza de la palabra escrita para vencer al contrario, siguiendo el ejemplo de Juan Montalvo quien a propósito del asesinato de García Moreno, a manos de un mercenario colombiano, exclamo: «no ha sido el machete de Rayo, sino mi pluma quien le ha matado». Vargas Vila, admirador de Montalvo, a quien homenajeó en «La pluma de fuego de Juan Montalvo»[3], afiló adjetivos infamantes y cinceló metáforas cortantes y precisas para descalificar con injurias a los enemigos. Tal virtuosismo no pasó inadvertido para Borges que le asignó un lugar de privilegio en su Historia universal de la infamia donde comentó una de sus letales injurias: «Los dioses no permitieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo muriendo en él; ahí está vivo después de haber fatigado la infamia» [4].

La prensa fue el medio de difusión de hombres como José Martí y Vargas Vila que convocaron fervientes adhesiones por sus alegatos de justicia y libertad. Cuando Eloy Alfaro fue desterrado de su patria, Vargas Vila lo defendió en las páginas de Hispano América, revista que acaba de fundar en Nueva York. Así lo recuerda por aquellos años: «[…] buscaba los techos de su Itaca, oculta tras los bosques de los trópicos lejanos; bocas odiosas y crispadas, se abrían en todas partes para insultarlo; lacayos ignominiosos de la demagogia clerical, fatigaban contra él la declamación ulcerosa de sus diatribas»[5].

Paralelo al desarrollo de la prensa cobró fuerza la opinión pública, esa vox populi que encarrilla el pensamiento colectivo hacia una determinada dirección, y a la que recurre el poder para doblegar voluntades, pero también la disidencia para defender a sus ídolos. Esto lo tenían claro los sociólogos y antropólogos de la Escuela de Chicago, a la hora de formular lo que se ha llamado «intervencionismo simbólico», con Herbert Blumer a la cabeza[6]. Este intervencionismo simbólico suele ser activo, dinámico y descontrolado. Así, la fuerza de la opinión pública traza los rasgos del mito, lo eleva y lo sostiene a lo largo de los siglos. No es poco, por tanto, el poder del público cuando se resiste a ser amaestrado, quizás porque es mayor la fuerza de su inconsciente. En resumen, el mito ha sido moldeado por los admiradores de Vargas Vila, ante la descalificación de la oficialidad que demonizó su figura y castigó con la excomunión a quien leyera sus libros.

Quisiera ejemplificar la pervivencia de este mito con una anécdota ocurrida en Madrid, hará unos ocho años, con un emigrante ecuatoriano que contraté para arreglar mi biblioteca. Al descubrir los libros de Vargas Vila, me contó las mismas anécdotas que circularon en Colombia desde finales del siglo XIX hasta bien avanzado el siglo XX: las de su travestismo y misoginia, que achacó al hecho de haber seducido a la madre. Aquel lector de Vargas Vila confesó haberlo leído a pesar de tratarse de un autor prohibido. El episodio se cerró con un detalle entrañable, pues el hombre no quiso cobrarme el trabajo. A cambio me pidió la edición de uno de sus libros prologado por mí.

 

¿Cómo explicar el peso de Vargas Vila en el imaginario latinoamericano? Es la pregunta que surge. Para comprenderlo conviene remitirse a la imagen del escritor profesional que vivió de sus libros y ganó una fortuna vendiéndolos, tanto en España como en América Latina, porque Vargas Vila fue el escritor más leído en lengua española, un fenómeno sin precedentes en la historia de la lectura en el mundo hispánico. Desde España, hasta México y Argentina circulaban de manera clandestina las ediciones de Sopena pirateadas: novelas eróticas o pornográficas en las que se iniciaron sexualmente varias generaciones de latinoamericanos y españoles, al lado de los panfletos políticos contra las incursiones del yanqui en Nuestra América y contra la cobardía de los caudillos que los sumían en la pobreza y la ignorancia.

Se podrá negar el valor estético de la obra de Vargas Vila y cuestionar sus odios o sus amores, pero nadie podrá negar los hechos históricos denunciados por él, como la pérdida de Panamá en Colombia o las incursiones en Centroamérica brutalmente desmembrada y sometida por los Estados Unidos. Así como la feroz explotación del caucho en la Amazonía de la que nos queda el doloroso verbo «cuibar», acto atroz que significaba matar indígenas cuibas forzados esclavizados y exterminados para extraer la leche de los árboles. Nuestra literatura, por suerte, preserva la memoria de estos vergonzosos episodios que evidencian la ineficacia histórica de la clase dirigente a la hora de defender los intereses de la nación que gobiernan y que Vargas Vila denunció en su momento, acusando a Rafael Reyes de muchos de los atropellos cometidos en la Amazonía.

De modo que tenemos dos caras del mito: la del panfletario y la del pornógrafo tras el que se oculta un Vargas Vila filósofo nihilista y trágico que resume el sentido de la vida en epigramas fulgurantes, a través de los cuales descubrimos otras facetas, la del solitario impenitente y neurótico que se cubre con la máscara del singular y estrafalario dandi tropical, el de los chalecos de seda y las sortijas, o el terrible y maledicente enemigo, sin equivalente en Latinoamérica, junto al esteta excesivo que aspira a la belleza y la asedia en rocambolescos adjetivos y, a veces nos deja ver a ese genial artífice de punzantes e inesperadas conclusiones.

Desterrado de su patria, cuyo suelo no volvió a pisar desde 1887, residió la mayor parte de la vida en España —con estancias en París y Roma—. Dispersos sus libros en los mercadillos y en librerías de viejo en Madrid, Barcelona, Buenos Aires o México, sus títulos aún llaman la atención del lector desprevenido. Sin embargo, los estudiosos de este periodo, designado por la crítica en España como la «Edad de Plata», apenas mencionan su obra por tratarse de un escritor latinoamericano[7]. Pero el éxito de Vargas Vila es equivalente al alcanzado por Blasco Ibáñez y, un siglo después por su compatriota Gabriel García Márquez. En España, más bien, se le relaciona con la literatura por entregas, que vio la luz en colecciones como «La novela corta» o «La novela semanal» de gran aceptación entre las clases populares que se iniciaban en la lectura. Estas colecciones incluían escritores de todas la tendencias desde el ya mencionado Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928, republicano), hasta Ramón del Valle Inclán (1866-1936, monárquico aristocratizante), Pompeyo Gener (1848-1920, positivista heterodoxo), Felipe Trigo (1864-1916, socialista), y entre muchos otros, Emilia Pardo Bazán (1851-1921, católica y feminista).

¿Quiénes leían a Vargas Vila en España? Los anarquistas, defensores de una «estética ácrata»; los liberales y republicanos que despotricaban contra el clero corrupto; los obreros de tendencias socialistas de los círculos de lectura, y algunas lectoras que desobedecían los mandatos de la Iglesia. Entre los escritores fueron amigos Francisco Villaespesa, Manuel Machado, Pompeyo Gener y Ramón del Valle-Inclán, que compartían su estética o sus ideas políticas, de lo que dejaron constancia [8].

En Cuba, por ejemplo, los trabajadores de las fábricas de tabaco lo tenían entre sus lecturas preferidas. Pero el mito no se levantó únicamente por la lectura de sus libros. También hay una zona oscura del ethos latinoamericano donde la misoginia y el machismo se escudan en las escandalosas consideraciones sobre la mujer que destilan sus novelas. Impresionaba el erotismo retorcido cuyo desarrollo proponía la destrucción de la mujer, para combatir las manifestaciones del instinto y fortalecer la viril «voluntad de poder», como ocurre en Ibis, donde el maestro advierte al discípulo sobre el peligro que representa encadenarse a una mujer; o en la trilogía El alma de los lirios, cuyo  protagonista es un artista que se aleja del arte cuando se entrega a conquistas amorosas, algunas incestuosas, que conspiran contra su obra y contra su compromiso como intelectual.

¿Se trataba de matar el elemento femenino en el hombre? Es posible. Acaso esto explique la ferocidad con la que su discurso se lanzaba contra las mujeres. Y es que la leyenda también se alimentó de las aspiraciones y desengaños de un público amordazado al que se le negaba el derecho al placer desde el púlpito. La sonada  «ola de suicidios» desatada por la lectura de Ibis, novela con la que el autor esperaba triunfar presumiendo de su «malditismo», dio mucho que hablar en la prensa[9]. Hierático, Vargas Vila se mostraba ante el público distante y terrible, respondiendo a las entrevistas con afirmaciones temerarias contra las celebridades de su tiempo. Lapidario y provocador como Fernando Vallejo, era consciente del éxito de su personaje en términos económicos: 60.000 pesetas al año por concepto de regalías, que según la leyenda se gastaba en chalecos de seda[10]. Lo curioso es que no pocas mujeres lo admiraron, como la célebre Gabriela Mistral. Posiblemente por obras como Flor de fango (1895) que denuncian el asedio a las mujeres en la sociedad, cuando no tienen el apoyo de una familia o de un hombre que vele por ellas. La protagonista, además, es una maestra formada en una escuela normal durante el periodo liberal radical. Así, el alegato contra la intolerancia religiosa, adopta la forma de una mujer apedreada por la turba fanática, esa «flor de fango» que se rebela contra la adversidad y que se resiste a ser violada por el cura y el terrateniente.

Conviene subrayar que el siglo XIX fue especialmente misógino, si lo comparamos con el XVIII. Las temidas reivindicaciones feministas fueron sofocadas con saña desde la prensa, la literatura y la tribuna por los defensores del orden burgués que confinaban a las mujeres al hogar y al cuidado de los hijos. Las sufragistas inglesas eran ridiculizadas y acusadas de marimachos —he aquí otra corriente de opinión contra el género femenino—. Sin embargo, en el arte triunfaba la sensibilidad femenina de la que se apropiaban los artistas decadentes cuyos ideales estéticos compartía Vargas Vila. En el entorno hispánico, autores como Alejandro Sawa y Ramón del Valle-Inclán, afines esta estética, manifestaban en sus novelas el deseo de sentir y vivir como las cortesanas. El dandi que adelgaza su voz y adopta las actitudes de una mujer frívola, muestra de qué manera lo femenino transforma la sensibilidad masculina en una época influida por Wilde y por Huysmans, modelos de Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo y José Asunción Silva, entre otros.

Desde esa perspectiva, mi acercamiento a la obra de Vargas Vila resultó, a la postre, una experiencia fascinante, mucho más cuando pudo ser compartida con otros estudiosos del Modernismo, pues en las últimas décadas la crítica empezó a prestarle atención, incluso en Colombia, su denostada patria, donde aún no encuentra acomodo, desde que el general Reyes, a principio del siglo XX, se propuso «desvargavilizar» al país. ¿Qué hacer con él? Es la pregunta más corriente. El poder hegemónico siempre lo ha tenido claro: descalificarlo y ridiculizarlo.

Respecto a ese propósito fallido, quisiera resumir lo que ha ocurrido con Vargas Vila en las últimas décadas en Colombia para mostrar la fuerza con la que se manifiesta esa corriente secreta que pretende revivirlo. En los ochenta la izquierda lo reivindicó como panfletario antiimperialista. Entonces en 1981 empezaron a publicarse sus libros en la editorial La Oveja Negra, una empresa en la que García Márquez tenía mucho que ver. En respuesta, el historiador inglés Malcon Deas, complaciente con ciertos sectores de la intelectualidad colombiana, se hizo eco del secular propósito del general Reyes, en una publicación que recogía algunos de sus panfletos titulada Vargas Vila: sufragio selección y epitafio[11]. El resultado de ese empeño fue justo lo contrario de lo planeado, según demuestran los hechos ocurridos tras la publicación del libro. Muy sonado fue el traslado de los restos de Vargas Vila del cementerio de Barcelona a Bogotá por deseo de un sector de la masonería que lo reclamaba para sí en 1982. Curiosamente, a la ceremonia de despedida en el consulado colombiano asistió el escritor Enrique Vila-Matas.

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Tales circunstancias, sin duda, influyeron en la elección del tema de investigación de mi tesis, que leí 1986 en la Universidad Complutense de Madrid, lo que modestamente motivó otros trabajos sobre el autor. Además, en 1989 tuve la suerte de publicar en una editorial colombiana una selección de fragmentos de su diario íntimo, que me fue dado consultar en La Habana[12]. A partir de entonces empezaron a proliferar las investigaciones sobre la obra de Vargas Vila. Nuevas líneas de interpretación surgieron de las antes menospreciadas narraciones que sirvieron para ahondar en la representación del Estado-Nación, a partir de su galería de personajes. La comunidad académica internacional volvió los ojos sobre esta curiosidad relegada a los márgenes de los estudios sobre el Modernismo. Es más, en los noventa otra editorial colombiana dirigida por un apasionado lector de Vargas Vila, Panamericana, emprendió la tarea de reeditar sus obras completas imitando las históricas de Sopena con unas portadas artísticas y con estudios introductorios de especialistas en las que se incluyeron colaboraciones de investigadores e investigadoras colombianas que redescubrían con entusiasmo al personaje.

La onda expansiva de esa vox populi, ese «semisaber del vulgo», al que se refería Platón, y que manifiesta el descontento o el favor del pueblo, ha dado larga vida a Vargas Vila, hasta el punto de llevarlo a la universidad de Carolina del Norte, que ofrece un espacio virtual donde se alojan escaneadas las primeras ediciones de sus libros[13]. Cualquier lector puede descargárselos hoy de manera gratuita a un ordenador o dispositivo de lectura. También a la Fundación Zuluaga que dedica un espacio al Modernismo y que me encomendó la tarea de realizar la entrada sobre Vargas Vila[14].

No cabe duda de que esa corriente que preserva la memoria de Vargas Vila ha arrastrado más voluntades de las que pudiera imaginarse, entre quienes han querido darle vida. Menciono un libro curioso, el de Mario Perico Ramírez, Yo rebelde, yo hereje, yo Vargas Vila[15], un monólogo en el que Vargas Vila refiere su traumática relación con la sociedad bogotana que lo expulsó de la patria. El propio Fernando Vallejo, según ha manifestado, ha querido novelar a Vargas Vila, pero dentro de su propio estilo. Deduzco que el mito se le resiste, porque quizás exige otra respiración.

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Ese poder misterioso al que me refiero puede manejar la pluma de un autor o autora para revivir a Vargas Vila en la ficción, como posiblemente ha ocurrido con La semilla de la ira cuya primera edición de Seix Barral es de 2008. Confieso que esta novela es el resultado de un viaje largo y sinuoso en la persecución de una presencia incómoda, a la vez que atractiva. De la misma manera que Marguerite Yourcenar sucumbió a la fascinación del emperador Adriano, y no descansó hasta sumergirse en los hechos históricos para acercarse a su alma, me fue dado viajar con Vargas Vila a lo largo de una belle époque lánguida y sedienta de belleza, para dibujar con su cincel el retrato íntimo de una de las figuras más apasionantes de nuestra literatura. En ese proceso fue importante tratar de comprender la resistencia de las instituciones a aceptarlo.

No puedo negar que he sido instrumento de la corriente que lucha contra quienes pretenden borrar al escritor de nuestra memoria, los mismos que lo han dejado fuera del canon. El hecho es que estas circunstancias motivaron un estudio más distanciado y objetivo sobre autor. También es verdad que tantos reclamos y encargos relacionados con Vargas Vila pueden saturar y despertar el deseo de enterrarlo. Particularmente creía cerrado este episodio de mi trayectoria intelectual, hasta que en 2004 una puerta se abrió y me encontré de repente en la belle époque siguiendo el rastro de un escritor solitario y errante, extraño y ajeno en las ciudades europeas. Así empezó a tener voz el personaje de La semilla de la ira. 

Después de distintas lecturas de su obra se puede concluir que el secreto de Vargas Vila yace en la conciencia de los lectores de su época, ese público que lo buscó en los anaqueles ocultos de las librerías, en las zapaterías, en las fábricas y las cantinas. La clandestinidad de su lectura alimentó la leyenda y convirtió en pecaminoso el acto de leerlo, acto que era de iniciación sexual y de recóndita protesta, por la represión ejercida desde las instituciones educativas, pues aquellos que controlaban el cuerpo de la nación no podían frenar el desatado discurrir de los deseos, provocado a veces en los confesionarios donde el sujeto era asediado por curas libidinosos. No hay que olvidar que el escándalo en torno a Vargas Vila tiene lugar en 1884 cuando denunció en la prensa casos de sodomía en un prestigioso colegio de la capital dirigido por un cura jesuita, donde era alumno José Asunción Silva, nuestro célebre y nocturno poeta.

Vargas Vila, ya lo hemos podido probar, se resiste a ser enterrado, quizás porque aún tiene mucho que decir y no ha sido escuchado con la debida atención. Algo de aquel periodo tormentoso se solapa bajo sus palabras y él guarda las claves. En su época el mito devoró al personaje e impidió leerlo con la buena disposición que merecía, aunque tuvo atentos interlocutores como José Martí, amigo y confidente o Rubén Darío, que encontró en él la protección del hermano, también José Enrique Rodó y Manuel Ugarte. Lo mejor de esa generación tuvo que ver con él, de modo que hemos de suponer cierta incomprensión o distorsión de su pensamiento en el proceso de mediación que lo llevó al lector. Pero es evidente que Vargas Vila también quería apartarse de los modernistas y se refugió en el espacio íntimo de sus epigramas, sin camafeos ni princesas orientales ni rebaños de elefantes ni lánguidos camellos. Se alejó de ellos para buscar la profunda y palpitante verdad de su ser: el dolor de existir, para entregarnos sentencias salpicadas de amargura como la que sigue: «Todo en la Vida, es una Servidumbre; todo: hasta pensar; ¿quién nos libertará de la Servidumbre de pensar?; ¿quién? la Muerte; y, el Hombre tiene miedo de pensar en la Muerte...es decir, tiene miedo de pensar en la Libertad...y, sin embargo, aspira a ser libre...¿no sería el Hombre el más vil de los farsantes, si no fuera el más desgraciado de los seres?»[16]. 



[1] VARGAS VILA, J.M. (1921), La muerte del cóndor. Barcelona: Ramón Sopena, p. 196. 

[2] URIBE URIBE, Rafael, «De cómo el liberalismo político no es pecado» recogido en EATSMAN. J.M. (ed.), Obras Selectas, vol 1. Bogotá: Imprenta Nacional, 1979. Una edición del libro de 1912 está disponible en la web del Banco de la República: http://www.banrepcultural.org/sites/default/files/85470/brblaa280079.pdf [Consultada el 14 de junio de 2014]

[3] Se trata del prólogo a una selección de escritos: MONTALVO, J., La pluma de fuego de Juan Montalvo, sus mejores prosas seguidas de algunos inéditos. V.H. Sanz Calleja Editores: Madrid, s/f.

[4] BORGES, J.L. (1975), Historia de la eternidad. Madrid, Alianza, p. 157.

[5] VARGAS VILA, J.M., Op. Cit., p. 43.

[6] BLUMER, H. (1969), Symbolic Interactionism: Perspective and Method. New Jersey: Prentice-Hall.

[7] MAINER, J.C. (1981), La edad de Plata (1902-1939). Madrid, Ediciones Cátedra.

[8] Las opiniones de estos autores sobre Vargas Vila se recogen VARGAS VILA, J.M. (1916), La demencia de Job, Madrid: Librería de Antonio Rubiños.

[9] Vargas Vila llega a Roma en 1900 cuando Eloy Alfaro lo nombró allí representante diplomático del Gobierno del Ecuador.

[10] UGARTE, M. (1951), La dramática intimidad de una generación, Madrid: Imprenta Prensa Española p.186.

[11] DEAS, M. (1984) Vargas Vila: sufragio selección y epitafio. Bogotá: Biblioteca Banco Popular.

[12] VARGAS VILA, J.M. (1989), Diario secreto (ed.) Consuelo Triviño Anzola, Bogotá: Arango Editores-El Ancora Editores. También se puede consultar una edición del diario a cargo de Ricardo Salazar (Diario, Altera, Barcelona, 2000).

[13] Tanto la dirección editorial de las obras de Vargas Vila en la editorial Panamericana, como el proyecto de digitalización de sus libros estuvo a cargo del investigador colombiano Juan Carlos González Espitia. La biblioteca virtual Vargas Vila de la Universidad de Carolina del Norte se puede consultar en esta página web: http://www2.lib.unc.edu/wilson/rbc/vargasvila/intro_es.html [Consultada el 14 de junio de 2014]

[14] El recurso se puede consultar en este enlace: http://www.modernismo98y14.com/biografia-vargas.html

[15] PERICO RAMÍREZ, M. (1983), Yo rebelde, yo hereje, yo Vargas Vila, Bogotá: Editorial Cosmos.

[16] VARGAS VILA, J.M. (1912) Huerto agnóstico, Librería de la Vda. de Ch. Bouret, p. 298.