ILÍAS LAYOS (1958-2005) Poeta y traductor, nacido en Arta. Una de las figuras más destacadas del llamado grupo de los 80, con doce títulos de poesía en total. Su repentina muerte a los 47 años al caer desde el balcón de su casa - lo que se interpretó como suicidio - lo convierte, de alguna manera, en un mito de la poesía griega actual. Pues aquel trágico suceso, que sobrecogió al mundo literario helénico, llega en un momento en el que su poesía es muy reconocida y, a su vez, contaba con la admiración de un grupo de poetas apenas iniciados, pero sumamente prometedores, hoy con una innegable presencia en el ámbito literario y cultural de su país. Escritores que sentían por la figura de Layos una especial atracción, reconocían en él una voz distinta, postmodernista y quedaban impresionados por su manera de entender y recitar la poesía. Así, tras su muerte comienzan a aparecer poemarios enteros inspirados en su figura, como el de Réquiem para un amigo (2005), de Dimitris Eleftherakis, o secciones de poemarios a él dedicadas, como la de "El caballero y la muerte", del libro Aniversario de Dimitris Angelís (Ediciones Valparaíso), donde Layos se nos representa como un nuevo Don Quijote. Enlace Centro Nacional del Libro de Grecia (EKEBI) A la manera de S.J. Perse, como lo quiso
Y todo no era más que dolor, desgaste diario y una vaga promesa de advenimiento; los ojos acusaban una edad infantil por lengua y muerte habitadas; y entonces, amor mío, ¿llegó el hechizo de la hora, del tiempo o de la nada? Esto sé únicamente. En el nombre, en el nombre tuyo, nombraré los naranjos más viejos, a mi madre, hermosa madre, como la veo en las fotografías, y a mi padre, imponente, guapísimo, oficial entonces, el ganador de los ganadores, con el bigote (¡oh, padre complicado! ¡oh, manos de muchos triunfos, mojadas en la sangre!), venid mientras declina el día sobre el pretil de mármol, al que da sombra una adelfa, venid mientras escucháis la voz pendenciera, un poco avejentada de la abuela: «¡A la casa, ahora mismo a la casa!»; las hierbas, cuando jugabas, eran más altas también desde lo alto, las hierbas llegaban hasta tu pecho, te escondías entre las hierbas, las sucias ramas construían tu sueño; jardines de magno cielo, de Pelagía y de Virginia, alcanzaban tu sueño. ¡Ay!, niño menudo, el más flacucho, pero cuando te daban patadas, ¿acaso no te dolían como a un adulto las pantorrillas? Conociste el hedor de animales muertos; y una oculta promesa de inmortalidad; cada mañana bajabas allí, al río: grande, traganiños, impenetrable; ¡Oh, río, puente encantado con tus secretos, niño pequeño que crecerás; y todo el mundo era Noviembre, Mujustis, los animales que te comprarían, el algodón de azúcar, la Vuelta de la Muerte; y allí sudabas, tus rodillas desnudas empujaban su velo en la tierra (¡Oh niño bien vestido! ¡Oh muchacho, el más bellamente calzado!).
Y nadie jamás supo de la sombra del limonero en tu jardín, sombra de gigantesco limonero, una sombra que cuando la guardaban tus ojos se convertía en una, tú ella, hombre de tu sueño siempre, (¡Oh misericordia! ¡Oh antonomasia!) la Gloria. Que abras cada mañana las ventanas, que veas el Castillo, el Río Grande, que intentes nombrar tactos, hedores, miradas y nombres – y esta edad muy antigua que sea tu nombre.
No hablaste entonces en mitad del fuego de una adolescencia dolorida que te quemaba, no hablaste, trabajadores demacrados en las calles cantan la Internacional, y la orgullosa bisabuela como tórrido verano.
Padre mío y madre mía y abuela, los nombres más olvidados, y a mi lado lo que toco: un vaso de vino, una mujer, un teléfono; todo cuanto conocí para mí ya se ha perdido, Río; en tu anonimato, las personas, sois jardín,
y que sea yo, ya, algo de poco nada.
Para Jristos, víspera de Navidad
Soberano mío, carne borrada, mirada sin tus ojos, terrón de tierra, Aqueronte, media noche de nadie, ¿Pero cómo soportas tanta ausencia? ¿No te dijeron, alma mía, que la muerte fue vencida para siempre?
Sellada mi puerta, cerrados los postigos, puedes entrar. Viejo y completamente solo, ven a celebrarme, que encienda un momento de alegría, tuya y mía, y ¡ay! me das tu mano y ¡ay! me dices tu nombre.
Esta noche los muertos velan en las llamas de los cirios, Y como único consuelo sus años infantiles en Atenas; hazte aura de Dios y vuela aquí arriba. ¿No has sentido, cuerpo mío, que la muerte nos ha ganado para siempre? [ELENI ES LA MANERA]
Eleni es la manera de que pasees por el bosque salvaje que no temas al lobo, que las espinas no te pinchen que sigas en la carrera al corzo más veloz, que lo alcances que lo mires a los ojos, a los ojos de Eleni
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