YORGOS MARKÓPULOS


        YORGOS MARKÓPULOS (1951)


Poeta, ensayista y crítico. Desde 1965 vive en Atenas. Estudia Ciencias Económicas y Estadística. Desde 1968, que se inicia su carrera como poeta, ha publicado 15 poemarios. También escribe críticas literarias y otros textos que son publicados en revistas y periódicos. Poeta lírico, de los más destacados de la Generación del 70, con influencias de Livaditis Ha sido traducido a varias lenguas (inglés, francés, alemán, búlgaro, español, italiano, chino, holandés y rumano) e incorporado a antologías poéticas. Ha recibido tres galardones importantes: En 1996 el Premio Kavafis en la Ciudad de Alejandría, en 1999 el Premio Estatal de Poesía y en 2011 el Premio de la Fundación Kostas y Elenis Uranis por el Conjunto de su Obra.

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MUJER AL BORDE DE ESA EDAD

 

Mujer al borde de esa edad desnuda en mi cama.

Sus mejillas pintadas

y su cuerpo marchito a su tiempo.

 

La acaricié como a la casa quemada

en la que el carpintero no sabía por dónde empezar.

 

Luego me senté despierto y la miraba.

 

Su cara, la mitad

tenía algo de cuantos la habitaron.

 

Mujer al borde de esa edad.

 

Muebles que llevaban desde su nacimiento

la soledad del técnico.

 

 

EN LA TAPIA DEL ASILO

Estábamos sentados un domingo en la luz deslumbrante de la tapia del asilo

Cuando, de repente, se levantó uno y dijo: «Cuéntanos algo de ella».

 

Y el otro empezó:

 

«Casa de campo su alma en invierno

donde veías cada mañana los naranjos en el patio

y decías alguien vendrá

algunos herederos cortarán estos árboles.

 

Abrí entonces y entré.

Encontré baterías de artillería abandonadas

en las montañas por otra ocupación,

cementerios en el ala de los necios

con pequeños cirios de Pascua

y pequeñas coronas de limoneros blancas y rosas.

 

Y pasaba el tiempo

y yo comulgaba siempre solo la profunda soledad de ella.

como las fieras el agua en su propia fuente

hasta que pasados los años me encontré en su boda.

 

Todos reían en aquella triste fiesta

Y aquel padre suyo se lavaba continuamente las manos

antes de entregar su voluntad sacrificada

en el gran tiempo implacable que somete los deseos.

 

Me quedé desde la esquina mirándola.

 

Estaba sacrificada, con el pecho desnudo

y su pelo suelto.

Bellísima dormida para su tumba, grité

en el otro mundo quiero ser río y que ella sea fuente

El oscuro Alfeo y la lejana Arezusa

para que se junten nuestras aguas en las profundidades del mar.

 

Detalles ya no retengo.

 

Solo en primavera

en mis iluminados descansos, vagamente la recuerdo».

 

Y se pusieron melancólicos todos y nadie habló.

 

El crepúsculo solo allí, donde luchaba el sol con la noche

alguien me gritó: «pasa por el horizonte esa de la que nos hablabas».

 

Me volví y miré a lo lejos.

 

En caravana pasaba la gente

ancianos y jóvenes del mundo pasado. Con abrigos. Desgarrados.

Con un cinturón roto. Igualados.

 

Y al final tú. Sola.

Con el bastón explorando el camino, como los ciegos.