MIJALIS GKANÁS (1944) Poeta y traductor del Epiro, lugar muy presente en su poesía. Estudia Derecho, pero trabaja como librero y luego como corrector de textos y guionista para la televisión pública griega. Ha publicado una decena de libros de poesía y uno de narrativa. Libros suyos han sido traducidos a distintos idiomas (francés, albanés, alemán e italiano) y sus poemas han sido incorporados a antologías en búlgaro, español, francés, chino, polaco, rumano, checo y finlandés. Algunos de sus poemas han sido musicalizados por importantes músicos griegos y extranjeros como Mikis Theodorakis, N. Mamangakis, N. Ksidakis, D. Papadimitriu, G. Bregovic y A. Dinkjian. En 1994 gana el Premio Estatal de Poesía y en 2011 el Premio de la Fundación Petros Jaris de la Academia de Atenas por el Conjunto de su Obra Poética. Enlace Centro Nacional del Libro de Grecia (EKEBI) | Enlace Sociedad de Autores Griegos YÁNNENA[1] CRISTALINA, II
Una noche así, hace años, alguien anduvo solo, no sé cuántos kilómetros embarrados de noche y nubosidad sin estrellas. Al amanecer entró en Yánnena.
En la primera posada comió y durmió tres días enteros. Se despertó por la nieve que caía suavemente, se puso en la ventana y oía los clarines. A veces de forma tenue y a veces a su lado, como el viento se los llevaba. Y escuchó después la voz clarísima, desde algún sitio cercano, como un aullido y como si degollaran a una mujer y ni pelea ni nada más, nevaba toda la noche en Yánnena. Al amanecer pagó lo que debía y se volvió a su pueblo.
A sus cincuenta estaría con pelo gris y tres hijas solteras, viudo cuatro años, con la capa negra en los hombros, y de la nieve que levantaron esos hombros nadie supo.
HISTORIA NAVIDEÑA
Se sienta solo y limpia su arma junto a la chimenea. Nadie llegará y lo sabe, la nieve cortó las calles, como el año pasado, como hace dos años, Navidad de nuevo y las bebidas quedan frías en el armario. El tsípuro[2] amargo, el ouzo como leche y el vino agrieta las botellas. Ella tres años muerta.
Se sienta solo junto a la chimenea, no bebe, no fuma, no habla. En la televisión nieva, se cubre el suelo con lentitud y la mesa y las antiguas fotografías, ojos conocidos de los muertos, que lo miran desde el futuro. Ella tres años muerta y solo su propia mirada llega del pasado.
Está cerca la media noche y limpia su arma desde por la mañana. Cómo decirle «Feliz Navidad», bendiciones no llegan hasta aquí, calles cortadas, teléfonos cortados, el pensamiento se agarra a la rama de la memoria, pero agujerear no puede en su soledad. Una soledad que se edificó poco a poco con todos los materiales y sin palabras.
Está cerca el amanecer y aún saca brillo a su arma junto a la chimenea con movimientos lentos como si la acariciara. Queda en los dedos el aceite, pero la caricia se pierde. Recuerda escenas de caza con jabalines y nieve ensangrentada antes de hacerse presa también él en la boca de un cazador escondido que lo acecha oculto dejando que le traicionen cada poco, unas veces un brillo del cañón otras veces un movimiento de los madroños y el olor a su tabaco duro. Sabe bien que sostiene un cañón viejo y largo de recarga delantera lleno de plomo y de pólvora negra. Cuando decida dispararle no tendrá tiempo de verle de nuevo tras la nube de su escopeta.
Si piensa en verdad algo así, y yo no lo castigo con estos pensamientos, cómo acostarse y dormir. Digo de hacerme padre de mi padre, un padre al que le tocó un hijo callado y displicente, y contarle una historia para que el sueño le coja.
¡Oh sueño, que coges a los niños, coge también al padre…!
¡Oh sueño, que coges a los niños coge también al padre! Cógelo de las axilas como si estuviera herido. Donde lleves a los niños allí paséalo, con la guerrera cargada a sus hombros despidiendo vapor.
Dale también un perro bueno y a sus viejos amigos y echa nieve después, blanca como cada año. Que salga la madre a mirar por la ventana, que veamos la preocupación en sus ojos azules y que todos le ocultemos que está muerta.
¡Oh sueño, que coges a los niños llévanos también contigo, con los padres menores de edad, hijos de nuestros niños! Échanos a un colchón en el suelo una noche de invierno, tras las pestañas escuchando a los mayores toser, callar, maldecir la nieve. Y nosotros que sintamos pena de ellos por haberse hecho mayores y nos demos prisa por parecernos a ellos, que vean que nos hemos hecho mayores y se consuelen.
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