Revistas ecuatorianas de vanguardia

La vanguardia en Ecuador a través de sus revistas [1] 

Por M.Ángeles Vázquez

 

Los escritores Jorge Carrera Andrade, Hugo Mayo, Gonzalo Escudero, Manuel Agustín Aguirre y Alfredo Gangotena, asociado a la vanguardia francesa, son, entre otros, los representantes del vanguardismo ecuatoriano, escritores rehabilitados de una etiqueta en la que la crítica les asociaba al nuevo orden desde el punto de vista de reivindicación social, pero no desde la perspectiva de ruptura literaria. 
 

            En el periodo de 1918 a 1934, según la cronología establecida por Humberto E. Robles en La noción de vanguardia en el Ecuador (1989), este país no escapa a las tensiones que caracterizan las corrientes de este periodo en América Latina. Aunque los ecuatorianos no llegan a producir proyectos propios innovadores, contribuyen a un intenso intercambio e importación de ideas. En este sentido, César Arroyo resulta fundamental porque aporta a Ecuador el conocimiento del ultraísmo español, ya que era responsable del área hispanoamericana de la revista Cervantes. Además publica en Quito el artículo «La nueva poesía en América», instituyendo la nueva tradición poética de habla hispana con el triunvirato conformado por Rafael Cansinos Assens, Vicente Huidobro y José Juan Tablada.

 

            Por otra parte, la estancia del poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade en Europa desde 1928 a 1933, favorece en igual medida el establecimiento de las formas poéticas sintéticas inspiradas en el estilo epigramático o los haikus que introduce Tablada.

            Gracias a este tráfico de ideas, Ecuador se convierte en una enorme fábrica de producción cultural que legitima su vanguardia con un sentido internacionalista.

            Enrique Terán funda en Quito la revista semanal Caricatura (1918-1921), junto a los escritores y artistas Jorge Carrera Andrade, autor de los «microgramas» (piezas poéticas similares a los haikus japoneses y a las greguerías de Gómez de la Serna), Nicolás Delgado, Carlos Andrade (Kanela), Guillermo Latorre y Jorge Díez. Su contenido incluye la publicación de partituras y caricaturas de músicos ecuatorianos, artículos críticos diversos y una agenda musical; pero lo más relevante desde el punto de vista literario es que reseñan y divulgan las últimas tendencias provenientes de las revistas Cervantes, Grecia, Littérature, Nouvelle Revue Française, Ultra o Tableros, editadas desde Europa. No dejan de surgir también sus detractores (incluso dentro de la publicación) y aparece en la prensa de la época una maraña de discursos literarios contra la importación de la nueva modalidad de verso del autor de Calligrammes.

 

            Como es el caso de otras revistas y grupos de América Latina, su interés por la vanguardia europea, en los números editados durante los años 1920-21 se acentúa, pero como corriente opositora como impulso de identidad nacional, aunque ya desde el número 47 (1919) se estudia en profundidad la lírica ultraísta y la sección literaria de la revista Caricatura es en parte una imitación de la española Cervantes. También tienen acogida los textos de Apollinaire, Max Jacob, Huidobro, Proust, Rimbaud y Lautréamont, aunque lo hacen con cierta cautela. Pero la paradoja de esta revista es que simultáneamente confieren espacio al mensaje que Henri Barbusse y Anatole France —componentes del grupo de intelectuales comunistas «Clarté»— a los escritores latinoamericanos, mensaje que constituye una llamada a efectuar una revolución de los espíritus y para que el Arte se ponga al servicio de la revolución, proyectándolo como un instrumento de cambio social.

 

Hugo Mayo en las revistas de vanguardia en Ecuador

Al poeta Hugo Mayo (1897-1988) —seudónimo de Miguel Augusto Egas— se le ha considerado como uno de los baluartes de la vanguardia histórica en Ecuador. Dadaísta declarado y colaborador de Cervantes, Grecia y Amauta, publica en otras revistas ecuatorianas de la época y promueve la creación de Síngulus (1921), Proteo (1922) y Motocicleta (1924), revistas que en su momento consiguieron perturbar por su audacia y rebeldía. En el número primero de Síngulus, su manifiesto es de corte arielista, por lo que no es extraño encontrar textos de Delmira Agustini, Pedro Prado o Luis Carlos López junto a los versos de José Juan Tablada y de Hugo Mayo, de cuyo estilo se deriva el espíritu de innovación formal con que revela su preocupación por la disposición visual y espacial, por el culto a la imagen y a la ausencia de rimas y de una nueva sintaxis. El uso de guarismos y neologismos invade la impresión de desafío frente a la estética dominante de la época. Simultáneamente a estas manifestaciones el mismo Mayo reconoce que otras voces impulsan la vanguardia y cita al poeta José Antonio Falconi Villagómez, que publica en la revista, en 1921 su «Arte poético número 2», considerado el manifiesto dadaísta por excelencia para los poetas de Ecuador.

 

            Proteo tiene un carácter más polifacético y ambivalente. El «Pórtico» de su primer número ya anuncia la diatriba entre conformismo e innovación. Así, como es común en las revistas de este primer periodo vanguardista, publican a Gabriela Mistral junto a Cansinos Assens. Resaltan los poemas de su también fundador Hugo Mayo, ahora de inspiración futurista: la velocidad, la electricidad, la locomoción, el maquinismo o los giros extranjerizantes, confieren a sus textos nuevamente un cariz vanguardista de renovación técnica que sugieren una nueva retórica. Proteo, revista con conciencia de un proceso de marginación lo contrarresta recurriendo a vínculos con publicaciones del Continente, como Los Nuevos de Montevideo, cuya proclama edita.


            Por último, Motocicleta, otra revista bajo la dirección de Hugo Mayo, es en la que mayor intervención ejerce y una de las que el reto vanguardista tiene más energía. El subtítulo es «Índice de poesía vanguardista. Aparece cada 360 horas». En palabras del propio Mayo, esta revista «logró que Ecuador se codeara con los países de mayor cultura en el mundo».


            Mayo encuentra poca acogida y no consigue encontrar los adeptos necesarios a su nuevo estilo, pero no hay duda de que es un escritor que irradia las nuevas corrientes y consigue abrirse brecha entre autores de su generación. César E. Arroyo publica en la revista Quito en 1922 el artículo «La nueva poesía de América. La evolución de un gran poeta», aludiendo a Mayo, artículo que dos años antes aparece en Cervantes, con lo que el poeta adquiere también cierto reconocimiento en Europa. No se sustrae a las divergencias surgidas años después acerca del enfrentamiento entre vanguardias históricas o formales y aquellas que proclaman un compromiso social. De hecho en 1927 se identifica sin reservas a la transformación semántica que el término sufre.

 

            En 1937, Benjamín Carrión escribe: «Es el primero de nuestros poetas que “torció el cuello al cisne de engañoso plumaje [...]”. El primero que insurgió contra la supervivencia del son rubendariano. Y se acogió siempre a los nuevos caminos de la sensibilidad y de la poesía». A pesar de ser un poeta poco difundido en la literatura ecuatoriana, se sitúa como precursor de la tan memorable generación de Carrera Andrade, Gangotena y Escudero.

Revista Savia

La revista Savia (1925-1927) de Guayaquil, dirigida por Gerardo Gallegos, es una de las publicaciones más sólidas y que mejor ejemplifica y actualiza la oposición entre una vanguardia artística y la avanzada literaria de preocupación social, que sustentará Hélice un año más tarde. Su entusiasmo por los programas contemporáneos lo justifican con la publicación de Gerardo Diego, Maples Arce, List Arzubide, Diego Rivera, Oliverio Girondo, Vicente Mestri, Héctor Cuenca, Vicente Huidobro o José Carlos Mariátegui. Bajo la sección titulada «Periscopio Literario» se hacen eco de las revistas hispánicas Martín Fierro, Ulises, Revista de Occidente, Tableros, Alfar y todas aquellas que se hallan bajo los supuestos vanguardistas.

 

            Impulsan la edición de textos que reflexionen acerca de la significación del concepto ‘vanguardia’ y se definen como un periscopio orientado sobre las fortalezas de la juventud del mundo hispánico. Contrastan la relación existente entre literatura y sociedad para marcar la pauta que haga frente a los conflictos nacionales y se produce la más compacta escisión entre la vanguardia formalista y la «verdadera vanguardia» o de preocupación social que los legitime, advirtiendo con ello acerca del impedimento de aplicar los ismos europeos a los códigos de la realidad ecuatoriana, de tal manera que su denominación va adquiriendo en estos años un giro esencialmente político. Se inicia así, en 1927, un proceso de depuración literaria que culmina con la publicación del «Grupo de Guayaquil» de Los que se van y con la evolución poética de Hugo Mayo.

 

            Savia emerge días antes del golpe de estado de 1925, con la propuesta editorial «¡Juventud! Es hora de hacer vivir los ideales» (número 1) en la que se reconozca una «Verdad» que no permanece ajena a los problemas sociales, así un mes después de la Revolución de Julio, Savia se pronuncia a favor de los paradigmas de progreso político, proclamados en «Nuestro Deber» en el número 3 de agosto de 1925.

 

            En 1927 se celebra el concurso de poesía organizado en Guayaquil con ocasión de la «Fiesta del Montuvio». Los ganadores fueron Hugo Mayo, Enrique Avellán Ferrés y María Luisa Lecaro, todos ellos miembros de la revista. Con tal ocasión el director de Savia, Gerardo Gallegos, declara en «El pensamiento Latino Americano» publicado en el número 31, que la trayectoria que ha seguido la poética de vanguardia se identifica con aquella que aglutine lo social con la «Belleza» y el «Arte» y subraya las diferencias emergentes entre Europa y América a favor de una cultura nacional revolucionaria socialista. Arremeten y niegan la doctrina de Apollinaire y el agotamiento del pensamiento europeo que produce esa «vanguardia formal» que empieza a ser tratada como inadecuada para expresar la ideología del país, lo que suscriben los escritores agrupados en torno a Savia, Hugo Mayo, Camilo E. Andrade, María Luisa Lecaro, Alberto Andrade y Arizaga, entre otros.

 

            No obstante, en esta segunda mitad de la década del 20, la influencia de los ismos europeos en Ecuador dieron lugar a la más consistente contribución poética del periodo, que junto a los ideales desarrollados por Savía, generaron una transformación del universo literario que Alberto Andrade calificó en «El vanguardismo y su significación en la historia literaria» en 1928, como «grandiosa, radical e indefinida, sobre todo in-de-fi-ni-da» y que ratifica Jorge Carrera Andrade años más tarde con la propuesta ya madurada, de una vanguardia latinoamericana con consignas autóctonas.

 

Revista Hélice

El joven poeta Gonzalo Escudero en abril de 1926 define el lema estético de la revista Hélice en el que alude a la necesidad del nativismo y enfatiza en la producción del arte como creación autónoma, rechazando los efectos miméticos que otras revistas expresan frente a la calidad de las formas ultraístas y creacionistas.

 

            Hélice, que nace bajo la dirección del pintor Camilo Egas y Raúl Andrade como secretario, se adhiere a la renovación vanguardista y aparece como expresión de las generaciones jóvenes que adoptan el futurismo y sus imágenes mecánicas (ya representadas en el mismo título), por lo que se declaran como la revista más revolucionaria del periodo. Se definen como iconoclastas «nihilistas, sin maestros ni semidioses», impugnan el proyecto tradicional del artista que no asume el mundo mudable y no se convierte en portavoz de los procesos sociales.

 

            En su exploración de nuevos caminos estéticos frente a un arte caduco, se constituye —según expresa Raúl Andrade— en «la primera cabaña independiente» de la cultura ecuatoriana y en una revista artística autónoma que no esquiva la infortunada realidad que sufre el país. Gonzalo Escudero en este

sentido defiende que uno de los propósitos substanciales de la revista consiste en «universalizar el arte de la tierra autóctona, porque la creación criolla no exhuma las creaciones extrañas, antes bien, las asimila, las agrega». El novedoso planteamiento de Hélice encuentra su fiable demostración en la crítica a la intelectualidad corporativa ecuatoriana que elabora Pablo Palacios, donde señala la necesidad de desmantelar la cultura ajena y galante desarrollada en un contexto nacional marcado por la pobreza, del mismo modo que lo expresan Raúl Andrade en el número 3 con el artículo «Literatura y Astronomía» y Carlos Riga en el número 1 en «Enfermedades románticas». Esta misma propuesta de emancipación artística tiene su punto de inflexión en la creación de los dibujantes y pintores del grupo, que lanzan un manifiesto categórico con motivo de la primera exposición que presentan en la Galería Egas en mayo de 1926.

 

            En los temas de relacionados con el arte colaboran, entre otros, André Derain, Alexandre Archipenko y Boris Grigoriew. En literatura destacan los nombres de Oliverio Girondo y Max Jacob de quienes se publican poemas. La nómina de colaboradores cuenta además con Alfredo Gangotena, Gonzalo Escudero, Miguel Ángel Zambrano y Miguel Ángel León. Cabe señalar que Raúl Andrade, conocido por estos años gracias a su colaboración con la Revista de Occidente, publica sus particulares «greguerías». Respecto a Pablo Palacio, el único narrador del grupo, éste da a conocer las primeros relatos de su obra Un hombre muerto a puntapiés, publicados de uno en uno en los cuatro números que edita la revista. Palacio, introducido en los círculos culturales de la capital por Carrera Andrade y Hugo Alemán, colabora en otras revistas ecuatorianas como América y Esfinge.

 

            Hélice que tiene una corta vida, desaparece a los pocos meses de su nacimiento, en julio de 1926, al tiempo en que se funda, con carácter heterogéneo y por ende, conflictivo, el Partido Socialista, del que formaban parte la mayoría de sus colaboradores.

 

Otras revistas de vanguardia en Ecuador

Para documentar el amplio movimiento de las revistas de vanguardia en Ecuador hemos de tener en cuenta que casi todas pugnan por ser las de mayor avanzada y las que se erigen como primeras al promover una literatura de denuncia social. Esto ocurre no sólo con las revistas literarias capitalinas, sino también con las de Guayaquil, Cuenca y Loja. En esta última ciudad se reflexiona tempranamente sobre las corrientes predominantes en el mundo artístico. Pero antes, en el editorial de Frivolidades de agosto de 1919, en un artículo firmado por «C» (que como sugiere la crítica, correspondería a Jorge Carrera Andrade, colaborador de la revista) y titulado «Picasso y Apollinaire» define al cubismo y por extensión a los movimientos de vanguardia europeos, como 

«un fuerte temblor de tierra o una catástrofe ignota». América, de Quito, una de las revistas de mayor vida, da cabida a las novísimas tendencias y a sus correspondientes disputas. Publica 61 números, desde los años 1925 a 1935, y otros 100 números hasta 1970. Sus directores son Augusto Arias, César Arroyo, Alfredo Martínez y Antonio Montalvo. Colaboran en ella Gonzalo Escudero, Jorge Carrera Andrade, Alberto Guillén y Serafín Delmar. Sus particulares visiones acerca de la vanguardia son discutidas en la revista, y se enfrentan a otras opiniones como las de Hugo Mayo, quien, ante el artículo que publica Arias, «El verso actual en América», es tachado de ignorante por no entender el genuino valor de «el verso de vanguardia». Por su parte, Humberto Mata define la palabra vanguardia en el número 50 de la revista y equipara el impulso social emergente con la corriente vanguardista. 
 

            Esfinge (1926) dirigida por Hugo Alemán en Quito, pretende adjudicarse la prerrogativa de la verdad social de la época y ante la crisis que padece el país, aboga porque sean la literatura y el arte los que afiancen las aspiraciones colectivas. Mariátegui y su revista Amauta contribuye a orientar la cultura ecuatoriana hacia las inquietudes populares. Llamarada -revista universitaria de Quito-, que aparece en el mismo año, declara igualmente la necesidad de crear una cultura patria: el nativismo como punta de lanza, que incorpora a los escritores que se habían adherido a las proclamas de Hélice. La postura de Llamarada con su alocución nativista engarza con la necesidad de reflejar la especificidad del hombre ecuatoriano frente a otras utopías. Humberto Salvador comienza a producir un arte puramente criollo y Jorge Reyes subraya la necesidad de observar la ciudad de Quito para reconocerse en ella. Estas propuestas resultan seductoras para la juventud socialista que las asume en el ámbito del pensamiento más revolucionario y novedoso.

 

            Los más importantes enfrentamientos surgen en el momento en que las revistas de izquierda más radicales se posicionan con cierto tono reaccionario, e insisten en reconvertir a la vanguardia formalista bruscamente, desautorizando cualquier otra expresión cultural. La revista quiteña Claridad (1929) por su parte, profiere en grandes titulares que «el vanguardismo es una cosa vieja» o al menos, el entendido como pedantería formal.

 

            El «Grupo de Guayaquil» formado por Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara, José de la Cuadra y Alfredo Pareja, va a protagonizar en los años treinta importantes cambios culturales en Ecuador. Este grupo polemiza sobre la función social de la literatura, reivindicando con la publicación de sus relatos, las figura del cholo y del montubio. Gallegos Lara se manifiesta en artículos publicados en la prensa en contra de una literatura internacional. La revista quiteña Lampadario publica en su segundo número, en 1931, la famosa «Encuesta de Vanguardia» con el interrogante «¿Qué es la vanguardia?» y con el artículo «La importancia del nativismo en la vanguardia mundial» .La respuesta que muestra los intereses del país se halla en el artículo de Jorge Carrera Andrade «Esquema de la poesía de vanguardia», publicado en Élan y Hontanar y realiza un recorrido por las escuelas de vanguardia latinoamericanas, entre las que incluye el «nativismo» de Uruguay y Argentina, el «estridentismo» mexicano, el «runrunismo» chileno, el «titanismo» brasileño y el «indigenismo» de Perú y Ecuador.

 

            El primer número de Lampadario, dirigida por Ignacio Lasso y Jorge Fernández, se inclina por la izquierda política, pero no privilegia ninguna postura estética. Su editorial incorpora el término vanguardia como un «receptáculo definitivo del pensamiento nuevo». En su segunda época la revista cambia de nombre a Élan. Esta publicación acoge a poetas como Augusto Sacoto Arias, Atanasio Viteri, Ignacio Lasso, José A. Llerena , Jorge Guerrero, Humberto Vacas Gómez , Alejandro Carrión, Joaquín Gallegos Lara, Nela Martínez, Enrique Gil Gilbert, Pedro Jorge Vera, y a los poetas negristas Adalberto Ortiz y Nelson Estupiñán Bass.

 

            Los escritores del grupo «elanista» se orientan hacia una poesía intimista, pero no desechan la decisiva influencia de los efervescentes movimientos sociales ecuatorianos y del mundo, especialmente por el titubeo que produce las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y el período posterior.

            En un ensayo titulado «Vanguardismo y comunismo en literatura» que publica la revista Hontanar (Loja, 1931-1932), Gallegos Lara define el vanguardismo como una remota manifestación literaria del espíritu burgués, anunciando que «el vanguardismo no es literatura nueva, representativa de nuestra época y con proyecciones futuras».  Aparecen diez números dirigidos por Carlos Manuel Espinosa y colaboran con ella todos los integrantes del «Grupo de Guayaquil».

 

            En 1934, desde la revista Nervio. Órgano de la Asociación Nacional de Escritores Socialistas, el narrador Sergio Núñez promueve una literatura proletaria en su artículo «El culto de lo novísimo y los de vanguardia» en el que rechaza la poesía vanguardista antisocial. En el editorial de Nervio, con influencia del pensamiento mariateguista, sobresale su directriz contra las desigualdades nacionales.

 

            A partir de este año, definir a las vanguardias pierde interés entre los intelectuales, y ya se manifiesta únicamente como movimiento literario preocupado por la sociedad. En años posteriores se funda el Sindicato Socialista de Escritores y se crea la Casa de la Cultura Ecuatoriana, con programas culturales de tendencia nativista que se institucionaliza en los nuevos intereses culturales del país y domina sus círculos ilustrados hasta los años sesenta.