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La invención del cielo

Una frase que resucite el mundo. El deseo tantálico en La invención del cielo, de Vicente Robalino

Por Marisa Martínez Pérsico

Università degli Studi Guglielmo Marconi

m.martinezpersico@unimarconi.it

 

             
La invención del cielo (2008) es el cuarto poemario de Vicente Robalino (Ibarra, Ecuador, 1960) publicado por la editorial quiteña Eskeletra. Haciendo referencia a promociones literarias, Robalino se encuadraría en las filas de la llamada generación del ochenta, cuando se da el auge de la poesía de los talleres, con exponentes como Fernando Itúrburu, Fernando Balseca Franco, Aleida Quevedo, Edwin Madrid, Cristóbal Zapata, Roy Sigüenza o Sonia Manzano.

El título del libro dialoga con el epígrafe bíblico que abre el poemario: “¿Dónde están los dioses que tú fabricaste? Que se alcen ellos y te salven ahora”, una cita de Jeremías 26: 28. La invención del cielo no es otra cosa que una precaria solución estacional que el escritor antepone a la ausencia de asideros metafísicos. La palabra es guarida: el sitio menos inhóspito donde refugiarse para protegerse de la incertidumbre existencial.

Desde los paratextos de esta publicación, el crítico Raúl Serrano Sánchez identifica en la poesía de Robalino el fracaso de una fe que no opera como tabla de salvación. En el lugar de la fe hay un vacío, por eso sus versos están poblados de fantasmas. El sujeto “sabiéndose desplazado del cielo prometido sólo ha dado con la tierra (única prueba) como punto de encuentro y desencuentro en donde expía sus males, deudas y postergaciones. Esa tierra prometida es el poema” (Serrano Sánchez, 2008). El yo poético ruega a una deidad indiferente la chispa de la iluminación poética: 

         Dame (...)

las aves del deseo que fueron decapitadas

el fuego que avivó nuestras culpas

la crueldad de los ríos que inundaron la infancia

el animal desesperado que atravesó la niebla.

 

Dame la frase que espero

yo resucitaré el mundo. (“Las aves del deseo”)

 

               
Robalino es doctor en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México y en Literatura por la Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, donde se desempeña como docente. Publicó Posta poética (1984), Póngase de una vez en desacuerdo (1990), Sobre la hierba el día (2001) y Cuando el cuerpo se desprende del alba (2008). En el ámbito de la crítica literaria escribió Memoria y reconstrucción del héroe liberal en la narrativa sabatiana y La autoconciencia del exilio en la poesía de Alejandra Pizarnik. Hay ecos de Pizarnik en la poesía del autor ecuatoriano, también plena de desdoblamientos pronominales, demostrativos que develan panoramas de melancolía y angustia interior con una brevedad casi conceptista como se vislumbra, por ejemplo, en los siguientes pasajes:

 

Esta luna que acabará en sombras

este cielo que se anegará de noches.

Tus ojos que un día abandonarán la luz. (“Preludio”)

 

Este insomne mirar de las estrellas

este cielo sentado en la montaña. (“Piadosa sepultura”)

 

Zurzo las lastimaduras de este cielo

y reparto las estrellas entre los presentes. (“Duda”)

 El poema opera como una promesa de salvación que se esfuma apenas nacido. Por eso en el cuarto poemario de Robalino el acto de escribir es un acto tantálico, un exemplum de tentación sin satisfacción donde se replica metafóricamente la amenaza que sufre el mítico Tántalo condenado en el Tártaro mientras una roca oscilante está a punto de aplastarlo. Robalino explica la carencia intrínseca al poema desde el prólogo: “Nos apropiamos por instantes de aquella musicalidad interior que un texto poético descubre, porque un poema va más allá de lo dicho para convertirse en un eterno querer decir. Precisamente, en ese futuro del querer decir se juega la vida el poeta, como sujeto de ese deseo creador, pues está como Tántalo en espera de la llegada de las palabras para verlas partir, desaparecer de sus labios. Sólo de esa sed del querer decir brota el poema. El claroscuro acompaña al acto creador como un destino, una predestinación. De este espacio teñido de incertidumbre emerge el poema en toda su plenitud” (Robalino, 2008). De esta manera se entabla una tensión semántico-espiritual entre el querer decir y lo dicho, donde la ausencia de Dios será la única certeza:

 

Qué solos los árboles sin ramas

qué solas las ramas sin hojas

qué solos los pájaros sin árboles y sin ramas

qué solo el cielo sin hojas.

 

Qué solo Dios

sin ángeles sin árbolas y sin hojas. (“La soledad de Dios”)

                                            

 

De qué secreto dolor

está hecha la noche.

 

Con qué intenso silencio

cubre sus huesos el miedo.

 

Dónde oculta su temeridad

el áspero rostro del tiempo.

 

Cuánta ira

esboza Dios a la distancia. (“El rostro del tiempo”)

 

                 Al igual que el poema, también el amor será retratado como un vano intento de eternizar el instante, afectado por el mismo mal tantálico.

Para Serrano Sánchez este libro derrocha antimisticismo y transmite una concepción de la poesía como antisermón donde la posibilidad de inventar el cielo no ha dejado de ser “un recurso que tenemos para confirmar que ese lugar tramado por los antiguos y los modernos no es otro que el reconocimiento de un infierno que Sartre le adjudicaba a los otros, pero que sin duda solo es la revelación de un espejo en el que cabemos todos”. Atravesado por el desasosiego y la melancolía, La invención del cielo nos confirma que el Paraíso existe. Solo hay que proponérselo, con bolígrafo en mano.