El Paralelo 0 desde un caleidoscopio. 20 poetas de la mitad del mundo. Muestra de poesía ecuatoriana actualEstudio introductorio, selección de poetas y poemas: Jorge Valbuena[1]
Oh poeta esos tremendos ojos Vicente Huidobro La poesía actual en la mitad del mundo, como en otros lugares, cuenta con inmensos acertijos. Descubrirlos y detallarlos con el fin de brindar un panorama general de una estética común es una labor, a grandes rasgos, quijotesca; más en este momento de fuertes complejidades políticas, sociales y comunicativas. Ya no es lo mismo ubicar una voz, una tendencia, un canon, un grupo, como antaño se hacía en respetables ediciones. Ahora estos conceptos se han multiplicado hasta dar una imagen multiforme del escenario poético. Al parecer son la edad y la condición geográfica algunas de las características por las que se puede reunir ahora a un conjunto de poetas, la estética y el estilo pocas veces se han vuelto a aplicar como una categoría plural. Esta muestra pretende reunir veinte de las múltiples voces que se cruzan, con mucha resonancia, en el ámbito literario actual del Ecuador. Considerarlas jóvenes puede resultar acaparador si nos acercamos a las diversas acepciones de este apelativo. Estoy de acuerdo en que son recientes y se mantienen vigentes en sus búsquedas creativas, pero algo que las caracteriza notoriamente es la madurez con que plantean su cosmos literario. Cada una de ellas, desde puntos de vista muy distintos, se enfrenta a una condición de época multidimensional, que ritualiza un nuevo manejo de los temas desde posturas desalienadas, intimistas, cotidianas y anecdóticas. Temas que se proyectan desde un “yo” colectivo, que suplen la labor de un coro en medio del silencio y a la vez retornan al susurro personal. Si fuera necesario hablar de un tono de época, diría que esa melodía que aparentemente se escuchaba con tanta claridad en las poéticas nacionales es ahora un ensamble de ritmos y polifonías en donde el silencio cumple un papel estelar y en donde lo nacional ya no se encuentra en las banderas que se enarbolan. Las fronteras apenas sirven para esta muestra como un distintivo de los lugares en donde se ha gestado esta poesía, los temas son universales y el trato particular. Sin embargo, algo que detalla este coro aquí reunido bajo la premisa de Poesía ecuatoriana, como en otros muchos países, es su tradición. A grandes rasgos podría parecer la reunión de un grupo de poetas que distan mucho en su estilo y que se ubican bajo una estética personal e individual en la que las diversas influencias no han sido compartidas, pero es precisamente su pasado literario el que ha dejado una huella significativa en estas nuevas voces. Una tempestad desbocada llamada Alfredo Gangotena, Una tenue tiniebla llamada César Dávila Andrade, un volcán desenterrado llamado Jorge Enrique Adoum, un rumor de tormenta llamado Euler Granda, por nombrar sólo algunos, pueblan la enorme geografía de esta reunión de destellos que aquí se presentan. Sin hablar también los grupos literarios como Tzántzicos y Sicoseo han dejado una importante herencia al presente. Las búsquedas formales de estos actuales referentes, así como el tratamiento que hacen de los temas podrían contemplarse como ecos de un tiempo que dejó vacíos y cimientos, nubes y sequías, y al que se puede retornar por múltiples direcciones. Extensa es la poesía de signo irreverente que en otro contemporáneo puede golpear a su orilla y devolverse con la sutileza anecdótica de un suceso profano, y surcar la profundidad de un universo urbano que se entreteje con bocados de maravilla ¿Dónde puede atracar?Por ello no me atreveré a hablar de generación, es difícil hacerlo cuando en esta se evidencian tantos rasgos de las anteriores que pareciera una continuidad bien librada. Un hallazgo en la tradición se mantiene en este grupo, incluso en aquellos que pretenden negarla, la misma negación es un eco de ella misma. Son poetas que también se vieron inmersos en la constitución de talleres literarios, así como en la edición de importantes revistas en donde forjaron sus primeras creaciones y búsquedas compartidas por la crítica que allí era un acontecimiento. Sus caminos, así como su estética, han sido múltiples, sus puertos de llegada aún son difusos. Algunos poetas ecuatorianos actuales han pasado por diversos estilos, atendiendo al devenir que tiene la palabra a lo largo del continente, intentando acercarse a posturas estéticas que se abren paso fuera de las consideradas fronteras nacionales, como es el caso del neobarroco. Así las cosas, aún es arriesgado hablar de una sola poética ecuatoriana que defina este presente. Tampoco me fijé con esta selección en la insistente división que se ha hecho entre las corrientes y grupos de Quito y Guayaquil, presente en muchas de las antologías y muestras ecuatorianas recientes, que se basan en esta polarización para medir las tomas de posición estéticas que se realizan sobre una realidad que compete a ambos. Si bien se puede considerar este escenario poético actual como un universo fragmentado, no se pueden desconocer el lugar del que proceden sus vertientes, la historia de la poesía ecuatoriana ha estado siempre signada por un lirismo oficialista que demarca un parnaso y una vanguardia al margen que lo confronta. Las nuevas voces reúnen características de ambos bandos sin ser bando, sólo incertidumbre. Los criterios de selección, ante tamaño universo sin límites, fueron determinados por las características que pudieron realzarse como integrales a la mayoría de poetas indagados. En medio de la diversidad aparece un trazado de enigmas comunes que fueron el eje sobre el que giró y se determinó una posible reunión. Una voz que sentencia y rememora, lenguaje coloquial, lirismo anecdótico, manejo de la ironía y el absurdo, insistencia en lo cotidiano, recreación del léxico popular, reflexión sobre el oficio y condición del poeta, alegorías a otros géneros y ecos de formas vanguardistas, son algunos de los aspectos que configuran este inventario de elementos particulares dentro de la nueva poesía ecuatoriana. La mayoría de poetas, como se verá, son nacidos en la década del setenta, lo cual no demerita el importante trabajo de algunos de los poetas nacidos en los ochentas, quienes se encuentra en una constante y lúcida búsqueda ante este panorama. En conjunto configuran una voz plural, ecos encontrados, voz que habla desde la cotidianidad, llamando desde la ironía los rezagos trascendentales, siendo un común denominador de la mayoría de ellos. La diatriba del sujeto que avanza en medio del “viacrucis” de la modernidad y se hace a la vera a contemplar su delirio, la oquedad de sus conflictos mientras amanece en otra parte de la historia, la negación de lo aceptado y el dilema de volver sobre los mismos ritos. Es un coro polifónico que olvida su ritmo para volver a encontrarlo, por ello se cuestiona constantemente por la función del oficio de poeta, por sus estragos concebidos, y se celebra en medio de su tempestad de tumbas que lo anteceden, los secretos que fundaron el pasado, así como los motivos que trajeron a su melodía al despojo de la letra. Es el ahora del poeta que se detiene en su vuelo para mirar a sus alas, contar sus plumas, entender el cielo; de allí que sea como una marca que todos llevan del camino recorrido, la más íntima huella que todos han querido sacar de sus baúles para prenderle fuego a un pabilo que sólo se presiente. El coloquio al que se entregan no presume de sabio, desentrañan desde el escenario ínfimo de lo universal hasta la gloria intacta de lo infame. No hay norma, cuadricula única por la que se deba avanzar, la voz se encarga de tallar su propio laberinto. De allí que se recurra al regionalismo, al dicho, al “charlar”, dejando que la fluidez de ese lenguaje considerado popular no reniegue de su condición de extraño. Es la oralidad que se complace de unirse a ritmo, alarga su paso, se celebra a sí misma hasta tropezar con una marca de cultismo que se encuentra prisionera en la mitad de un poema. El poema dice, habla, reniega, grita, guarda silencio; no mantiene una tonalidad completa que lo defina con su carga de artefacto. Puede comenzar siendo una simple historia que se renueva hasta desembocar en un susurro tempestuoso que se olvida de la circularidad. Hay una gran variedad de registros en esta muestra, que han encontrado en el lenguaje vías de escape más que de acceso a la escritura. Todas las formas de nombrar se hacen posibles, en algunas líneas se pierde el significado, en otras se retoma, al punto de volverse a cruzar con algo insinuado en otra parte, fuera de las palabras. Aquí la vanguardia se preserva, no con su alienación de compromiso, sino como huella heredada. No hay canon que romper, todos los cánones antes consumidos son ahora formas, estilos, enclaves a los que se puede recurrir y mezclar con otras propuestas simbólicas. La forma se instala y se acomoda al antojo del lenguaje y viceversa. Un poema puede ser muchos poemas, cambiar de voz, claudicar en su centro, es la poesía que se indaga a si misma desde un poeta que busca en sí mismo el contenido de su reino. Un cruzamiento de reflejos se apresura a darle forma a lo incierto. Si bien esto es novedad para este tiempo, el espejo se halla encendido entre las múltiples novedades que lo han antecedido, sin deshabitarse de la imagen, la búsqueda de ella, su deslumbramiento, como gran traza que nunca se ha dejado de tallar. Son poetas de la imagen y de lo íntimo que indagan en la misma certeza de lo que cubren.Los veinte poetas aquí seleccionados conforman un panorama actual de la poesía ecuatoriana que, desde mi punto de vista, se encuentra integrado por su tradición y esta diversidad descrita. Pedro Gil (Manta, 1971), Julia Erazo Delgado (Quito, 1972), Xavier Oquendo Troncoso (Ambato, 1972), Aleyda Quevedo Rojas (Quito, 1972), Marialuz Albuja (Quito, 1972), Carlos Garzón Noboa (Quito, 1972), Freddy Peñafiel (Quito, 1972), Ana Cecilia Blum (Guayaquil, 1972), Ángel Emilio Hidalgo (Guayaquil, 1973), Carlos Vallejo (Quito, 1973), Carmen Inés Perdomo (Esmeraldas, 1973), Franklin Ordoñez Luna (Loja, 1973), Siomara España Muñoz (Manabí, 1976), Javier Cevallos (Quito, 1976), Rocío Soria (Quito, 1979), Luis Alberto Bravo (Milagro, 1979), Augusto Rodríguez (Guayaquil, 1979), María De Los Ángeles Martínez (Cuenca, 1980), David Guzmán (Quito, 1980), Santiago Vizcaino Armijos (Quito, 1982). Como toda selección de poesía, esta también corre el riesgo de dejar en el vacío algunas poéticas imprescindibles, sin embargo, la intención desde el principio se enmarcó en la posibilidad de reunir un conjunto de voces que brindaran un panorama general del actual acontecer poético del Ecuador. Razón por la cual no se resaltan estilos individuales ni grupos – que los hay- con el fin de acceder a este nuevo territorio sin la sujeción del que avanza con un recorrido demarcado. De igual forma los textos que aquí se incluyen se acercan al estilo particular de cada poeta -sin desequilibrar con los que comparten su entorno- configurando un breve fotograma de sus temas recurrentes, su tonalidad, la exploración de la forma y su propuesta lírica. De manera que esta mirada de caleidoscopio sólo es una breve muestra del inmenso universo que se está gestando en el país de la mitad del mundo, como un aleteo de un leve viento que aún perfila su danza. Quito, abril de 2013 [1] Jorge Valbuena (Facatativá, Cundinamarca, Colombia, 1985) Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana, gestor cultural. Su primer poemario Presos, recibió el premio Departamental de poesía de Cundinamarca en el año 2008. El mismo año Los arados del parpadeo fue merecedor del Premio de Poesía Revista Surgente. Su obra Péndulos fue reconocida con el primer puesto en el concurso Bonaventuriano de poesía en el año 2010 y su poema “Abismos del silencio” fue ganador en el concurso nacional de poesía “Palabra de la memoria”. Participó en el XIV Encuentro Internacional de Poetas en Zamora, Michoacán, México. Colabora como corresponsal en la revistaREDDOOR de New York. Actualmente realiza una Maestría en Literatura Hispanoamericana, en la ciudad de Quito. Forma parte del colectivo literario La Raíz Invertida. |