Gonzalo Escudero
(Quito, 1903 - Bruselas, 1971) Poeta
y diplomático ecuatoriano. Poeta postmodernista en sus inicios y más tarde
forma parte de la vanguardia de los años 20. A los 14 escribe su primer gran
poema Las parábolas olímpicas (1922) y a los 15, los poemas del Arte (1918).
Tuvo cargos en el periodismo y la cátedra. Llegó a ser diputado y senador de la
República. En 1964 fue designado Canciller de la República. Otros libros de
poesía publicados son Hélices de huracán y de
sol (1933); Altanoche (1947); Estatua de aire (1951); Materia de ángel (1953);
Autorretrato (1957); Introducción a la muerte (1960); Réquiem por la luz y
Nocturno de septiembre –libro póstumo- (Quito, 1983). Obra Poética (Quito,
1997). Teatro: Paralelogramo (Quito, 1935). Ensayo: Variaciones (Quito, 1972).
TÚ
Tú,
sólo Tú, apenas Tú en los desvaneceres
últimos de la llama de este candil de barro.
Río de miel dorada para ahogarme, Tú eres
hecha para morderte de amor como un cigarro.
Tú, la pluma ligera y la brizna volátil
y el copo de sol ebrio en un pinar de asombro,
mientras una caricia húmeda como un dátil
se resbala en la piel de uva dulce de tu hombro.
Tú, la alondra azorada sin alas y sin nombre
que enciendes dos luciérnagas en tus pezones rubios.
Tú, la guirnalda trémula para mis brazos de hombre.
¡Tú, el arcoiris tenue después de mis diluvios!
Tú, la envoltura tibia de olor de mi fracaso,
la albahaca rendida en los dos muslos tersos.
¡Tú, el absintio mortal en el ónix de un vaso,
si mordiendo tus senos tengo dos universos!
Tú, el salto de agua clara que no se oye y la chispa
vigilante que apenas es una estalactita
de estupor en mi cuerpo bárbaro que se crispa,
¡como la arquitectura de una tromba infinita!
Tú, el hemistiquio de una galera que me envuelve
con sus remos que son dos tobillos de nardo.
¡Y tu alma de gacela tímida se disuelve
dentro de mis radiantes vértebras de leopardo!
¡Tu carne de pantera flexible que me acecha!
¡Tu carne ocre de amante núbil y de serpiente!
¡Más eléctrica que una mordedura de flecha!
¡Más diáfana que un día de sol en un torrente!
¡Más perfumada que el ámbar de un pebetero!
¡Más prohibida que un libro que no se ha escrito nunca!
¡Más trémula que el grito musical de un pandero!
¡Más borracha de amor que una columna trunca!
¡Tú, el suspiro que apenas es un aro que rueda!
¡Y Tú, el mordisco que es un cohete que salta!
¡Tú, la crucifixión de un mirto en la reseda!
¡Tú, la campana lírica en la torre más alta!
Tú, el álamo que tiende su índice a la burbuja
del cielo, como un niño que quisiera llorar.
Tú, el narcótico blando para la muerte bruja.
¡Tú, el pleamar de oro para mi último mar!
De
Hélices de huracán y de sol (1933)
CONTRAPUNTO
1
Ah
cómo y cuándo en el acaso puro
se juntaron el pájaro y la ola.
Ola
de pluma, el pájaro maduro,
y pájaro de espuma, la ola sola.
Rota
su voz, quedó el arpegio oscuro
en el registro de la caracola.
De
mar como de cielo, contrapunto,
ola trizada y pájaro difunto.
2
Orilla
de eco y litoral de aroma,
pájaro y ola en el azar deshechos.
Pero
la niña al vendaval asoma
de nuez y aurora sus frugales pechos.
Ya
la atavían, brasa de paloma,
delfines con oceánicos helechos.
Y
se desnuda en cántico y en cobre,
pájaro y ola de la mar salobre.
3
A
soledades juntas advinieron
el ángel y el vestiglo descendidos.
A
la niña de nardo se ciñeron
las algas de sus ecos balbucidos.
Sus
plumajes de niebla se rompieron
con celajes de pluma confundidos.
Cítara
de perfume en el lamento,
quedó la niña sola con el viento.
4
La
sirena de sal y hielo arcano
está posada en flor de sus amares.
Que
no la lleve el soplo del vilano
hasta la altura de sus hontanares.
Que
no quiebre la espiga de su mano
la gárgola borracha de los mares.
Enmudecida
el arpa del sollozo,
quedó la niña sola con el gozo.
5
Ah
niña, no virgen, estibada
con el gozo del ángel y su bruma.
Mitad
calandria en música imantada,
pájaro en vilo tu babor de pluma.
Ola
de noche y miel, acompasada,
tu otra mitad en estribor de espuma.
La
prora anclada en médano cenceño,
quedó la niña sola con el sueño.
6
Ya
colina de almendra en el reposo,
ya guitarra de olor en el olvido.
Que
ya se hiela en su aire temeroso
la clepsidra de tiempo consumido.
Y
se rindió al vestiglo vaporoso
su tallo de ola y pájaro aterido.
Ah
muerte, capitana de cantares,
desnuda entró la niña en tus lagares.
7
La
niña entró en tu cántico desnuda,
nácar en su destello de inocencia.
Aderezada
como torre aguda
la arquitectura de su transparencia.
Desde
entonces la perla se demuda
y empalidece toda refulgencia.
Abrevada
la luz de su corola,
quedó la niña con su sombra, sola.
8
Todo
volvió al enjambre de su cielo
y se rehizo en geometría pura.
El
pájaro en presagio de su vuelo.
La ola en su colmena de frescura.
El
ángel en su máscara de hielo.
El vestigio letal en su pavura.
Sólo
la niña se tornó en la niebla,
plumaje, espuma, cántico y tiniebla.
9
Sosegada
en la sirte la doncella,
qué rosa mineral de encantamiento.
Qué
ruina taciturna de centella,
el derruido estambre de su aliento.
Remotos
funerales de la estrella
los rememore con su lengua el viento.
Todo
en la sirte blanda se deshizo,
ah sirena de sal sin paraíso.
10
¿Qué
resta de su fábula baldía?
¿Qué de su pesantez de luna llena?
¿Qué
de su dulcedumbre de sandía?
¿Qué de su liviandad de cantilena?
Verde
almiranta de la espuma fría
en la longevidad de la alta arena.
Difunta
sin memoria, a tu socaire
suene transido tu laúd del aire.
De
Materia del ángel (1953)