Guayaquil, Ecuador, 1979. Elegido por la FIL Guadalajara 2011 como uno de los 25 secretos literarios mejor guardados de América Latina. Finalista del Premio Juan Rulfo (Radio Francia Internacional, 2007). Autor del libro de cuentos Círculo vicioso para principiantes (2005), la pieza teatral La kriptonita del Sinaí (I Mención del Premio Nacional de Dramaturgia de la CCG, 2009) y la novela La maniobra de Heimlich (Lima, 2010). Co-antologador de tres compilaciones ecuatoriano-peruanas de cuento, Historias bajo el árbol (2008), Amigas del Yeti (2009) y Desafío de lo imaginario (2011), por lo que recibió en 2011 el Reconocimiento Consular a la Cooperación Cultural por parte del Consulado del Perú en Guayaquil y la Universidad peruana Inca Garcilaso de la Vega. Ha sido publicado en numerosas antologías nacionales e internacionales de cuento: El futuro no es nuestro (versión web, Piedepagina.com. Bogotá, 2008), Asamblea portátil (Casatomada. Lima, 2009), 22 escarabajos: antología hispánica del cuento Beatle (Páginas de Espuma. Madrid, 2009), Todos los juguetes (Dinediciones. Quito, 2011), Ecuador de Feria (Planeta. Bogotá, 2011), Cuentos de Guayaquil (M.I. Municipalidad de Guayaquil, 2011), La condición pornográfica (El Cuervo. Bolivia, 2011), entre otros. Colaborador de varias revistas web literarias como HermanoCerdo (México), Letras S5 (Chile) y Letralia (Venezuela). Miembro fundador del grupo cultural Buseta de papel.
Desde un inicio, Naief fue muy preciso en sus guías, como cuando
un lector experto le recomienda a un neófito cierta obra o autor relevante:
“Quién sabe, Ecuador, quién sabe. Tarea para la casa: Tarzán-X, o su título en inglés, Tarzhard, o también Shame on
Jane, dirigida por Joe D’Amato. Me cuentas luego”. Naief me llamaba por mi
país de origen en respuesta a mi excesivo uso de jergas mexicanas clichés (que
seguramente aprendí de las películas B del Caballo Rojas, Alfonso Zayas o el
enano Tun Tún, esas pelis que pasaban en señal abierta los sábados después de
las diez de la noche), a las cuales yo recurría como un burdo ejercicio de
mimesis para resultarle más agradable. Nuestra amistad, valga la mención, había
empezado de forma accidental. En una de mis tantas búsquedas, un día martes o
miércoles, di por azar con su email, a través de una web literaria mexicana.
Unas aparentemente inofensivas declaraciones en una entrevista (“me ocupé de
decepcionar desde un principio a todos aquellos que tuvieron fe en mí. No me
considero escritor, ahora me interesan otras cosas”) cobraron sentido luego,
cuando empezó a firmar sus textos como “Naief G., escritor y experto en…”: no
en filología, ni en lenguas muertas, ni en literatura inglesa en la Sorbona o en la Complutense, ni en
ninguna de esas mariconadas de viejos inútiles. No. “escritor… y experto en
pornografía.”
De no ser por la revelación que me despertó ese detalle, tan sutil
pero trascendental, no me hubiera procurado una pornoteca digna de un
pornógrafo del primer mundo ni mucho menos cultivado con ardor en los ensayos
sobre el tema: Ron Jeremy vs. Kant:
Crítica a la eyaculación pura; Cojo,
luego existo; La influencia de
Nietzsche en las penetraciones anales de John Holmes; Mayo del ‘69’; De lo
platónico a lo hardcore en la relación de Batman y Robin, y otros títulos
que poco a poco fui mostrándole a Naief.
Por cuestiones de trabajo, Naief siempre debía ir adonde lo
enviaran a cubrir noticias. Vivió un tiempo en Nueva York y, paradójicamente,
sintió que a raíz de los atentados del 11-S la ciudad más cosmopolita del mundo
era también la más xenófoba hacia todo aquello que tuviera vestigios del mundo
árabe, y él tenía, pues, esa ascendencia inequívoca heredada de sus padres, que
emigraron al DF por los años cincuenta, durante la época de oro del cine
mexicano.
“Xenofobia y racismo hay en todas partes”, le dije, y le hablé del
caso de muchos inmigrantes ecuatorianos en España, en su inmensa mayoría
indígenas. Cada vez los españoles les ponían más restricciones en los arriendos
de los pisos, básicamente porque los acusaban de ruidosos, de grotescos, de
sudacas y todo lo que venga por añadidura, y además de que se hacinaban,
infiltrando sin previo aviso y a como diera lugar, al primo del cuñado del
sobrino en segundo grado o a la hermana de la abuela de la madrina (por lo
general recién llegados que tuvieron la suerte de que en el aeropuerto de
Barajas no los devolvieran en el primer avión a Quito como cajas de banano
defectuosas o pollos con gripe aviar), o sea, un “paguen dos, vivan doce”.
“¿Por qué no exportamos bananas y como hobbie inmigrantes ilegales? ¡La plata está botada, brother! Asociémonos. Tú eres la matriz
de coyoterismo tex-mex; te llevo mi ganado hasta Honduras o Guatemala y de ahí
tú lo jalas por tierra hasta la frontera en donde el pinche gringo de Bush
tiene su muro.” “¡Cuando quieras, Ecuador! Oye, ¿y al final viste Tarzán-X? Qué propuesta actoral de Rocco
Siffredi, ¿no? Tú te la crees que es un Tarzán virginal e ingenuo que nunca
había tenido contacto con hembra alguna hasta que llega la ardiente exploradora
Jane para sacarle del taparrabo la boa adormecida. ¡Qué guión, cabrón!”
2.
Pocas
personas los saben pero “El Fuete” Quishpe, antes de cada embestida, se
encierra en el camerino y le reza a su Virgen con la misma devoción que un
torero lo haría con la suya. “Oh Churona, protege a este hijo tuyo migrante,
desterrado hijo de Eva, como todos los pecadores”. O también: “Churona, haz
crecer cada vez más mi fe y mi instrumento de trabajo”. Y La Churona, como le dicen de
cariño a la imagen de la Virgen
del Cisne en su país, siempre lo escucha, desde su marco silencioso, falso pan
de oro, cuidadosamente ubicado de tal manera que no pierda visibilidad entre
los cientos de flores que los asistentes de producción acomodan como pueden en
el camerino de “El Fuete” Quishpe.
Ya sean de Gerona o de Valencia, sus admiradores, ecuatorianos
migrantes en España como él, en el fondo solo se contentan con saber que su
bouquet de fhores le llegó y que al menos alcanzará a leer el nombre y alguna
línea de la dedicatoria, que en ocasiones suele incluir testimonios tan íntimos
que podrían pasar por secretos de confesión. De hecho, esta semana le han
llegado cartas tan conmovedoras como la de un tímido agricultor residente en
Murcia que cuando vivía en su natal Sigsig, enclavado en la cordillera central
de Los Andes, no se levantaba ni a una beata de iglesia, pero que luego de ver
los prodigios de su compatriota en Follando
por un sueño y Pajas sudacas,
ligó con la bella hija caucásica del capataz y le sacó un par de mellizos.
Si él ha tenido el coraje, las agallas, los cojones, para
plantarse desnudo frente a una cámara, piensan sus admiradores, si ha sido
capaz de superar todos los vejámenes por los que pasa un inmigrante ilegal,
hasta convertirse en un pornostar que
somete con absoluto desenfado a verdaderas diosas ibéricas a punta de puro
fuete viril del Tahuantinsuyo, ¡cómo no admitir que sus 29.4 centímetros
tienen el poder de una vendetta
histórica, de un ícono contracultural!
Así empezó el fenómeno mediático, la historia del self made man que antes de aparecer en
las portadas de la prensa rosa española, estuvo en las de la roja, en su propio
país. “Pos hombre, fueron errores cometidos por mi inmadurez y la pobreza en
que vivía antes de venirme acá a Europa. Pero aun así creo que nunca debí
llevarme esa vaca en medio de la noche, peor aún cuando no me había dado
cuenta, por el hambre, que me estaba comiendo un burro… De ahí, sobre mi
talento, la verdad nunca me ha gustado hacer tanto alarde, pero lo que puedo
deciros es que yo no me inyecto nada, ni tomo nada artificial, solo soy un
bendecido de la Paccha
Mama”.
Si algo se destaca de “El Fuete” Quishpe es su profesionalismo.
Erecto desde la primera escena hasta la última (aún en los recesos). Los
críticos lo idolatran por su pasión casi animal y su deseo irrefrenable y
consciente de dejar una impronta muy personal en sus películas, como si
quisiera a través de ella darle una lección a aquellos que subestiman el
potencial artístico del porno imaginándolo como un género cinematográfico
incapaz de crear atmósferas, más allá de los coitos sosos y gratuitos. Las
precursoras del género, Behind the green
door y Garganta profunda, y otras
pornos como Calígula, monumental
filme de época protagonizado por Malcolm McDowell y Peter O’Toole, animaron al
chiquillo que solía pastorear ovejas en el páramo andino a tomar el largo
pero gratificante camino del cine de autor.
“Sí, bueno, todos hablan de la tradición, y eso está muy guay,
pero si queréis saber en realidad por qué uso poncho, os diré. No es por
tradición, como lo hacen los indígenas que venden artesanías en Barcelona, sino
para que mi polla pase inadvertida en medio de mi vida civil. En parte por
haber sido un poco introvertido y también porque me enseñaron a respetar a mis
mayores: no podía andar yo a mis quince o dieciséis cachondo por ahí, asustando
a las pobres viejecitas de Vilcabamba, que será tierra de longevas,
increíblemente longevas como no hay más en Ecuador, pero no de folladoras. Eso
no. Habría sido terrible. Yo a este oficio le tengo mucho respeto y ética como
para tolerar el sexo con mujeres maduras, con muertos y, peor aún, con críos de
instituto. Eso es para tíos enfermos, vamos, y yo soy sano, estoy en mis
cabales”.
Aunque su cuerpo esté describiendo un misionero, un helicóptero,
un talabartero, un sesenta ocho o sesenta y nueve, y su rostro acelerado gruña
como un degenerado salvaje, no debe olvidarse que “El Fuete” Quishpe es un
hombre sensible y que aún en esas pesadas pero placenteras horas de trabajo
también piensa en aquellos que se esfuerzan como él por ser alguien en la Madre Patria. Con
esto en mente, y acaso literalizando un poco las cosas, se ha puesto a trabajar
en el guión de La puta madre patria.
Para el rodaje se recrearán las oficinas de un típico Consulado General de
España en Ecuador en donde “El Fuete” Quishpe personificará al ciudadano que se
presenta con la esperanza de que le den el visado, pero que al no obtenerlo
buscará tentar a la lujuriosa cónsul con aquello que la mujer no podrá
resistir. Al registrar la escena, sin embargo, la cámara de vigilancia los
meterá en aprietos y ambos decidirán fugarse para consumar otras aventuras
mientras huyen de la policía, de Rodríguez Zapatero y hasta de George W. Bush.
Para el papel de la
Puta Madre Patria se realizará un casting exhaustivo, de otro
modo a los chavales no les prendería ponerla como fondo de pantalla en el
ordenador. Hay que pensar en todo, hasta en la forma en cómo se vendrá “El
Fuete” Quishpe: se ha considerado no recurrir a trucos de edición sino a una
continuidad naturalista que se logrará a través de un esforzado celibato de
setenta y dos horas como mínimo, que deberá mantener la estrella para acumular
reservas. “La gente piensa que uno se mete en esto para follar como conejo,
nada más falso. En eso le admiro a Rocco Siffreddi, a quien conocí en una
entrega de los premios AVA: no fuma, no bebe, ni dice malas palabras (solo las
necesarias y únicamente durante su trabajo). Al parecer le caí bien porque me
confesó su secreto para poder eyacular cinco veces al día durante un mes ininterrumpido
de rodaje: Ah, en esos días duros de gran demanda, proteína pura para el cazzo, caro amico, sempre, sempre, diez
claras de huevo batidas en el desayuno. Yo tomé nota. Uno nunca deja de
aprender en la vida”.
3.
“Ecuador”,
escribía Naief, “chécate www.xxxchurch.com, no son curas ni monjas chingando,
(¿ya te viste El decamerón X, con
Sarah Young y Tania LaRiviere? Si te animas léete la obra original, del
renacentista Bocaccio, que también se te para), es la idea de un pastor gringo
para promover una liga anti porno a través de testimonios de ex trabajadores de
la industria del sexo haciendo mea culpa de su “turbio pasado” y diciéndoles a
los jovencitos que lleguen vírgenes al matrimonio. El activismo anti porno ha
sido también utilizado para fines políticos, ofrecer limpieza moral a cambio de
votos: ¡y pensar que en ese activismo anti porno terminó militando la grande,
la diosa Linda Lovelace, la misma mujer que inspiró a generaciones!... Ah, y
sobre tu pregunta de qué conozco yo de tu país, te diré que solo a Alex
Aguinaga, el futbolista extranjero más grande de la década `e los 90 en México,
y al puto pornógrafo amateur de Pablo Pardo, ja. ¡Yo que tú aprovecho que vives
en un paraíso fiscal dolarizado y le propongo algo ipso facto a Rocco Siffredi y Ron Jeremy para que hagan allá un
trío con tu paisana Lorena Bobbit!... Oye, ya que me preguntas, sácame de una
duda: ¿cómo así los de tu selección de fútbol son prácticamente todos negros y
los inmigrantes todos indios? ¿Se pusieron de acuerdo o qué?”
Naief solo logró olvidar su malestar hacia la Gran Manzana porque
tuvo la fortuna de presenciar en SoHo un puñado de cortometrajes rodados con el
cinematógrafo de Edison hacia 1902; en ellos aparecían miembros de la elite de Boston y Filadelfia,
acompañados de sus mascotas, en una suerte de viñetas proto-pornográficas. “Me
faltó tanto por ver que me hubiera quedado allá el resto de la semana y de mi
vida, de no ser porque me tocaba cubrir una cumbre iberoamericana de
viceministros de Obras Públicas y Sanitarias en Barcelona. ¿Puedes creerlo?
¡Habiendo cosas mucho más importantes que hacer allá!”
Sin embargo, gracias a ese intempestivo viaje a la capital
catalana —vagando por la rambla, en un bar para
yonkis melancólicos retirados de las fiestas electrónicas de Ibiza,
y luego de escaparse de una somnífera charla del viceministro de Surinam—,
Naief conoció a Joanna Silvestri, actriz porno retirada y actual productora y
directora, quien mientras encendía su tercer cigarrillo afirmó que tuvo el
extraño lujo de haber salido con John Holmes y Roberto Bolaño, y de haber
hablado alternadamente y sin problemas con ellos de porno y de literatura
(nunca especificó si hubo
ménage à trois).
No era buena para ocultar su rostro de pena y por eso le confesó a Naief que
sufría por algo incorpóreo, por un proyecto fallido, por esos dictámenes de
nuestra intuición que deben ser escuchados antes de que sea tarde. “Él hubiese
sido de lejos la estrella porno más grande de todos los tiempos”, le aseguró
Joanna con voz ronca pero firme. “En la calle era un simple cargador de frutas
en un mercado de abastos de Sant Gervasi, pero ante las cámaras se
transformaba, tenía una visión muy clara acerca de su trabajo como actor. Él
mismo eligió su nombre artístico (me consta, su polla golpeaba como un látigo
implacable) y era muy profesional con las actrices, todas estaban asombradas de
lo rápido que se había adaptado y solo porque tenía ese ángel
le perdonaban el hedor. ¿Sabías que sus
dientes de oro brillaban en pantalla como las joyas
kitsch de la era disco? El único ecuatoriano por el que
literalmente estábamos dispuestas a rompernos el culo por trabajar. No sé si me
entiendes, en un país tan cabrón como el nuestro, en otras circunstancias, la
simple suposición de tener siquiera contacto físico con un ilegal, con un
paria, es por demás surrealista... Al principio dudé pero él tenía razón: las
películas en sí venden fantasías, qué no decir de las de nuestro gremio. Leí
una vez que en México las damas de la
high
fantasean con que sus amantes tengan puesto un pasamontañas como el del
Subcomandante Marcos o una máscara del Santo, mientras se las follan. ¿Te das
cuenta por qué te digo que él era un genio? De haber tenido más suerte quizá
hasta Almodóvar o Medem lo hubiesen audicionado, pero Migración ya le tenía el
ojo puesto. Le dije, no regreses a tu barrio, que te pueden pillar. Pero él me
mencionó algo de no sé qué imagen de no sé qué Virgen del Cisne y que tenía que
estar ahí porque la venían trayendo de Ecuador, en peregrinación por las
ciudades más importantes de España, para que la comunidad ecuatoriana la
venere. ¡Vienes justo ahora con tu jodido folklore, cuando corres peligro!, le
llamé la atención, pero no me hizo caso. Por eso llegué a la conclusión de que
no se requiere tanta ciencia para atrapar ilegales latinoamericanos, apenas ir
a un partido de fútbol donde juegue su selección o a la peregrinación de una
Virgen. Al día siguiente me descompuse al escuchar su voz entre jadeos desde el
aeropuerto: Me están golpeando, me están golpeando. ¡Y no es como en la escena
sadomaso que inventé para el final de
La puta madre patria: es peor, mucho
peor!, me dijo el pobre. ¡Me están tratando como a un jodido animal! Nada pude
hacer yo, además tampoco podía sacar tanto los cueros, con dos cargos de tenencia
ilegal y evasión tributaria desde el 99. Imagínate. Aún así fui al aeropuerto y
logré, no me preguntes cómo, fisgonear en la sala donde le golpearon: un
solitario diente de oro salpicado de sangre aguardaba en la esquina: era el
suyo, segurísimo que era el suyo… ¿Oye, me invitas otro trago? Esto no termina
aquí, falta aún la parte dos, y sabrás por qué en realidad estoy más apenada
que la hostia”. Naief soltó unos euros sobre la barra sin quitar un ojo de
Joanna Silvestri, quien lo dejaba cada vez más absorto. Ni el alucinante
discurso bilingüe del viceministro paraguayo, en guaraní y español, sobre la
instalación de tuberías de aguas servidas en las cataratas del Iguazú hubiera
compensado las confesiones de esta cincuentona que le recordaba a Madame Collette,
la dueña del burdel en
Páprika, de
Tinto Brass.
“Apenas alcanzamos a hacer unos cuantos cameos”, dijo al encender
otro cigarro, “un esbozo de todo lo que pensábamos grabar, no hubo tiempo para
otra cosa. Me sugirió también la banda sonora. Decía que un primo suyo cantaba
tecnofolklore andino y que quería darle una mano. La idea me parecía distinta,
¿sabes? Ya no me decía nada la típica musicalización funky de las pornos americanas”.
4.
No
me repongo aún de lo que vi en Youtube. Fue un banquete demasiado freak, aún para un pornógrafo como yo.
Para cuando cargó el enlace, el video ya había sido visto por un millón
doscientas mil personas en el mundo. Un millón doscientas mil personas que no
solo observaron antes que yo a ese indio de un metro sesenta y cinco y de verga
kilométrica sino que bombardearon el video con comentarios. Algunos navegantes,
básicamente extranjeros, esbozaron agudas reflexiones sobre el porno y sus
límites morales con más o menos apertura. Los otros —ecuatorianos
en su inmensa mayoría, se podía evidenciar— se
desbandaron y vertieron sin piedad todo su arsenal de saña: “Una vergüenza para los ecuatorianos… ¡capaz
que ni un mes tienes de haber estado en España y ya hablas como español! Te
hubieras quedado sambrando papas en Murcia, cabrón de mierda”; “qué te has creído, indio asqueroso, venir
a mostrar tu picha sin circuncidar, qué asco, pobre chica, tiene que haberle
caído lepra o gangrena”; “esa música,
por dios, esa música: ¡hasta en eso valen verga los que hicieron esto!”; “ni en quinientos años se me parará con
algo tan horroroso”; “¿un indio
culeando? Qué es esto, National Geographic?!”, además de las notas
periodísticas que hicieron eco del escándalo. Muy pronto comenzaron a
investigar y el tema se convirtió en un asunto de la prensa amarilla. ¿Quién
era “El Fuete” Quishpe? ¿Era real? Los periodistas de los bajos fondos habían
estado toda la semana concentrados en un caso grande de corrupción en la Corte Suprema de
Justicia y de pronto todo se volcó hacia él: “no es por ser racista, pero ¿por qué este indio hijueputa culea con un
poncho donde está bordado nuestro tricolor nacional? ¿qué se ha creído?”,
“aberrante, no sabía que a las españolitas les gustaba la zoofilia”.
La Iglesia, las Ligas de Censura,
Decencia Nacional y hasta las Confederaciones Indígenas iniciaron una cacería
de brujas: las dos primeras porque, según sus portavoces, se trataba de una
muestra atroz del resquebrajamiento de los prístinos valores morales y de un
pésimo ejemplo para la juventud; las últimas porque repudiaban el
comportamiento de su hermano de raza, además de que despreciaban a todos
aquellos cara-pálidas que decían sentir vergüenza de él no por el acto sexual
—ideado seguramente por algún esclavista blanco— sino por el hecho de ser
indígena: “a los hermanos del mundo, no
crean que todos los ecuatorianos somos así, ese malnacido no nos representa!”; “deberían castrarte para que no nazcan más
huevones imbéciles como vos, hijo de puta”; “bah, no creo que esa huevadota sea de él, es un doble, ¡se ve clarito!”,
o cosas como: “a quién coño se le ocurrió
subir este vídeo para quemarlo vivo!”.
Quizá nunca se sepa pero “El Fuete” Quishpe, con lo profesional
que es, hace oídos sordos a las críticas (y a las amenazas de muerte por azote
con hojas de ortiga, según le impone una vieja tradición), y más bien se
concentra en su trabajo. Aprovechará, seguramente, la amplia y variada
geografía del Ecuador para plantear un porno más paisajístico, y si consigue
algún mecenas, tal vez se anime a adaptar el clásico mundial Huasipungo. La
sangre siempre llama.