CUANDO TORNAS, EXACTA, LA CABEZA
Decide mi dolor su sutileza
-oh larga soledad, vuelo perdido-
cuando tornas, exacta, la cabeza
a la tierra sin tierra del olvido.
Es, entonces, el charco mi tristeza,
y es el cielo tu nombre diluido…
y fugas de la boca, si te besa
desfallecida voz para mi oído.
En la mano no estás, y estas cogida
en la piel y en el hambre y en la entraña.
No te tengo, me tienes. Advertida,
la carne que te lleva, no te empaña,
y si apenas un sueño te convida,
te mueres extranjera, breve, extraña.
De Nada más el verbo (1969)
A TI, ALTA Y DELGADA SOMBRA
Otra vez –ya fugada- mi palabra te encuentra,
mi palabra que apenas dibujaba tu boca.
En los pechos intactos mi palabra te besa
y las manos huídas te detiene y te toca.
Miel… panal extremado que mi lírica abeja
labra en honda dulzura cautivada y ya loca.
Mi palabra en el junco de tu sexo ¡despierta!
del entero concepto te florece la boca.
Ya tú, simple, en la nieve de mi verso ¡oh descalza!
tú completa en el agua de la voz intuida,
y desnuda en el aire de la tierra lejana.
Ay perfecta en el verbo ay del beso transida,
ala sola, toda ala y, dolor, sólo una ala
en la lengua más leve del amor recogida.
De Nada más el verbo (1969)
FORMA DEL CORAZÓN ANHELANTE
Cómo fingirte al aire que no es mío,
ave en derrota, carne en desconsuelo,
si todos los desdenes de tu vuelo
se desvanecen con mi desvarío.
Cómo ponerle un ancla a tu navío
y cercenarle el ala a tu desvelo,
ay, cómo desviarte de tu anhelo
con un dique de amor, igual que a un río.
Ser escollo y ser roca y ser la sola
isla perpetua para tu llegada
y ser el aire de tu caracola,
y suelto de mi viento en tu bandada
ser el golfo y la playa para tu ola,
si de amores te encuentras desamada.
De Nada más el verbo (1969)
LA NUEVA CANCIÓN DE LILÍ
II
-¿Sufres, Amada? Yo sufro
-Amado, Amante
¿por qué no callas?
Jamás tu silencio me ha aceptado.
De la muerte has huído en tus palabras.
-¿De la muerte?
-Cuando tu cuerpo me cubría,
cuando agonizaba y agonizabas,
cuando tus terribles esencias feroces regaron mis entrañas,
cuando yo era grito y estertor
esperé, en vano, tus estertores y tus gritos
y aun entonces me hablaste y nunca,
nunca mi amor te ha odiado tanto.
Moríamos y hablabas.
En la vida y en la muerte has hablado.
Limpio charlatán
¡qué sucio habría sido para ti el semen en el silencio!
Para los machos, para el macho,
sentir que mi mano agradecida acariciaba
los genitales laxos,
mojados de mi amor,
fue el éxtasis.
Yo no lo hice contigo, hombre,
porque tú los habías lavado con palabras.
¡Y cada mañana me reclamaste un hijo! yo quería
tenerlo
para matarle luego con un solo
beso largo, asfixiante,
como tantas veces
quise matarte las palabras.
-Creo, Amada, que de la muerte hablando estábamos.
-¡Ay de la muerte! para ganarte en muerte en esta muerte.
De
Muerte y caza de la madre (1977)