LOS HUESOS DE VALLEJO
Ya no veré París
porque el tren en que arribe
estará cansado, cargado de vacas, de banano chorreando moscas,
de borregos para el matadero, de jóvenes
que consultan su destino en libros prestados y
en estrellas ajenas,
de travestis
que se depilan al apuro y con dos monedas
de espuma,
de ilusiones,
de ojos como los míos
estará cargado,
y limpiándome la cara con un trapo
me iré con los brequeros filipinos, con
los jóvenes esclavos
venidos de la Arabia
a beber un litro de vino en alguna cantina,
en alguna mesa taciturna
donde apoyaré mis codos y dormiré,
dormiré
hasta dar con los huesos de Vallejo,
con la dirección
de alguien
que resultó ser un terreno baldío,
o con los ojos
de la portera
que despertándome
me lanzará fuera, afuera de la pensión
y me encontraré en una plaza
rodeado
por desconcertados muchachos, que como yo,
nada saben
de los que vinieron
o no vinieron, de los que se quedaron en el mar o
en una cantina
dándole vueltas a París,
como en este sueño.
De Anatomía del Vacío (1988)
Ah
Loco pasado
Bella juventud
Con sus ansias de vivir
No una
Sino mil veces
Sin sospechar
Que por pura simetría
Por pura paradoja
Por simple equilibrio de las partes
Quien ama más de una vez
También
Morirá muchas veces.
De La nada sagrada (1998)
BIOGRAFÍA APÓCRIFA DE BORGES
a María Esther Vázquez
Madre
apiádate de Borges
el enamorado. Cuídalo
que no resbale. Tu niño está preso
de la peor de las cegueras,
esa que permite ver la luz
del otro lado, de todo
lado.
Luz que no pudieron sospechar
y peor
tocar las palabras.
Ayúdalo a vencer
los oscuros temores
que heredamos en la sangre y
esos otros,
más profundos y terribles,
que se esconden entre las páginas
de los libros.
Madre
consuélalo por la fatiga,
por el insensato propósito
de renunciar a ser Borges, aquel
en cuyos brazos
jamás desfalleció la mujer amada.
Anúnciale
que los materiales de un poeta
son la humillación y la angustia.
La convicción inexorable
de un destino desdichado.
Recuérdale
que conocerá la gloria. A su alrededor
se levantará un universo, un mundo
embellecido por su álgebra y por su fuego,
una ciudad
querida y detestada.
Una ciudad
donde millones de seres
tomarán el ascensor o el subterráneo
pero con la certeza
de haber perdido su destino.
Una ciudad
donde existe la única mujer. La única.
Y ella no lo ama.
De La nada sagrada (1998)
LA CAÍDA
Señor Dios del insecto,
de la ameba
que desasosiega al intestino recto. Dios
de la fatiga que levantó al Duomo de Milán
para que en la niebla
se manifieste. Dios
del ingenuo
que se toma fotografías
arrimado a la torre de Eiffel. Dios,
del otro ingenuo
que se toma fotografías
arrimado a la brevedad de un ángel. Dios,
de la música y del silencio
pero también del verdugo
que afina su instrumento. Dios,
de lo vivo y de lo muerto
De los que deliran
olvidados
en la estantería atroz
de una morgue. Dios
que se nombra cuando se alcanza la cima de un orgasmo
pero también
cuando hay que reconocer lo querido
en el fondo de un cajón
o de un abismo. Dios,
de lo que nace y muere
y en el trayecto se corrompe. Dios
de mis padres y de mis hijos
venidos o no pero al fin hijos. Dios solitario,
colega que tachonas ciego
un borrador incesante, afrentoso. Dios
sin Dios para tu perdón, sin Quién
para que te corrija.
Dios sin recursos a Ti mismo.
Dios abandonado, Dios
ateo.
De Anatomía del Vacío (1988)