Poeta, ensayista y periodista. Graduada de Licenciatura en Filología en
la Universidad de La Habana, en 1976. Con Casa
que no existía recibió en 1967 el Premio David, compartido con Luis Rogelio
Nogueras. A mansalva de los años,
1990; El ojo milenario, 1995; Rituales del inocente, 1996 y A la llegada del delfín le valieron
cuatro Premios de la Crítica. Fue Jefa de Redacción de la revista cultural El Caimán Barbudo y en el año 2005,
estuvo nominada al Premio Nacional de Literatura. Considerada una de las voces
más importantes de su generación, su obra ha sido incluida en diversas antologías
y revistas literarias y traducida a varios idiomas.
EL CUENTO DE LA MUJER
para Ana González-Abreu
el cuento de la mujer que no padece agrada a todo el mundo, ha vuelto ana y trae el pecho lleno de felicitaciones y las yerbas del camino hechas trizas por su oreja como en un baño. viene propicia para contagiarse entre los demás y ser el eje el disfrute el abrevadero de las bestias todas, un banquete de rara atmósfera se prepara y hay tantos ayudantes nobles y gratuitos que teme haber conseguido la felicidad, es una semejante al fin un miembro más de los caminos y puede tomar el vaso y no sentir que las venas van a ser picadas por ella misma en esa necesidad de dudar que antes admiraba, mientras tapia la senda ana no arde como un pájaro y se aquieta más bien. son una atrocidad su lengua su saliva su hueso sus ojos que se desprenden y se pegan a todos los objetos dolorosamente.
ana no arde como un pájaro ni es la mujer que por buscar araña las paredes hasta la sangre. se aquieta más bien. y así mientras la miro su mano cae en la rodilla como una fruta reventada y yo la miro y le hablo del reino junto al mar de Annabel Lee y ana se ovilla como un perro.
ADN
con Palermo de fondo los lagunatos del silencio surgen y así acaparan toda realidad donde comienza a aparecer el cuerpo: queda el roer insípido del silbador que prendía farolas y todo lo que quisiera recordar de los encallamientos de mis barcos. rápidamente el rostro aparece en la lejana moviola del chicuelo y lo que no quisiera recordar de la retina mutante entre las viejas concepciones del hombre circulando en sí mismas como puntos en los fuegos concéntricos el abanico huye después que algún sinfín le arrancará el emblema. tiene ahora el polvillo la lluvia de las atómicas que niegan espacio a la belleza como dramáticas cabirias despellejadas de su piel deshaciendo las sábanas bien tersas de los que aún miran la armonía de la gracia única del mundo. deposito este aviso en la cabeza hueca del prototipo celular y el sonajero de caracoles míticos batalla entre platinas desencadenadas por las herencias fatigosas del ADN intrínseco que traen los nuevos rostros de niños y familias. ¿a qué el clonado sin aromas? ¿a qué la metálica y tupida selva tergiversada donde el AIDS consume cuerpos? los fatales ojos del niño kosobar en la prensa de la Tierra no requieren colores porque la muerte está ahí –sequoia pálida– en esa soledad que fusiona erráticamente la nada con el crimen. en la pared de graffitis y hielos transformados en mares cuento las estadísticas del llanto humano mis señales del encierro hacia mí mismo en esa corpulencia de la sangre en la profundidad del ojo hallando toda respuesta en el saltar del conejillo de indias (que puede ser la lluvia o puede ser la muerte culminadora en casi todo) de ese grabado japonés que miro con el que parezco disfrutar tanto del arte y atrás de la delicadeza del trazo de esa firma de agua de beliro de joya y rasgo inolvidable los ojos redondos de tan ausente vida del niño kosobar mirándome. |