Lina de Feria



            Lina de Feria
(Santiago de Cuba, 1945)

Poeta, ensayista y periodista. Graduada de Licenciatura en Filología en la Universidad de La Habana, en 1976. Con Casa que no existía recibió en 1967 el Premio David, compartido con Luis Rogelio Nogueras. A mansalva de los años, 1990; El ojo milenario, 1995; Rituales del inocente, 1996 y A la llegada del delfín le valieron cuatro Premios de la Crítica. Fue Jefa de Redacción de la revista cultural El Caimán Barbudo y en el año 2005, estuvo nominada al Premio Nacional de Literatura. Considerada una de las voces más importantes de su generación, su obra ha sido incluida en diversas antologías y revistas literarias y traducida a varios idiomas. 

 


 

 

 



EL CUENTO DE LA MUJER

 

                                                    para Ana González-Abreu

 

el cuento de la mujer que no padece

agrada a todo el mundo,

ha vuelto ana

y trae el pecho lleno de felicitaciones y las yerbas del camino hechas trizas por su oreja

como en un baño.

viene propicia para contagiarse entre los demás y ser el eje el disfrute

el abrevadero de las bestias todas, un banquete de rara atmósfera se prepara

y hay tantos ayudantes nobles y gratuitos

que teme haber conseguido la felicidad,

es una semejante al fin un miembro más de los caminos

y puede tomar el vaso y no sentir que las venas

van a ser picadas por ella misma en esa necesidad de dudar que antes admiraba,

mientras tapia la senda

ana no arde como un pájaro

y se aquieta más bien.

son una atrocidad su lengua su saliva su hueso sus ojos que se desprenden

y se pegan a todos los objetos dolorosamente.

 

ana no arde como un pájaro

ni es la mujer que por buscar

araña las paredes hasta la sangre.

se aquieta más bien.

y así mientras la miro

su mano cae

en la rodilla como una fruta reventada

y yo la miro y le hablo

del reino junto al mar de Annabel Lee

y ana se ovilla como un perro.

 

 

 

ADN

 

con Palermo de fondo

los lagunatos del silencio surgen

y así acaparan toda realidad

donde comienza a aparecer el cuerpo:

queda el roer insípido

del silbador que prendía farolas

y todo lo que quisiera recordar

de los encallamientos de mis barcos.

rápidamente el rostro aparece

en la lejana moviola del chicuelo

y lo que no quisiera recordar

                                               de la retina mutante

entre las viejas concepciones del hombre

circulando en sí mismas

como puntos en los fuegos concéntricos

el abanico huye

después que algún sinfín

le arrancará el emblema.

tiene ahora el polvillo

la lluvia de las atómicas

que niegan espacio a la belleza

como dramáticas cabirias

despellejadas de su piel

deshaciendo las sábanas bien tersas

de los que aún miran la armonía

                     de la gracia única del mundo.

deposito este aviso

en la cabeza hueca del prototipo celular

y el sonajero de caracoles míticos

batalla entre platinas desencadenadas

                               por las herencias fatigosas

                                                  del ADN intrínseco

                                               que traen los nuevos rostros

                                                       de niños y familias.

¿a qué el clonado sin aromas?

¿a qué la metálica y tupida

                                           selva tergiversada

donde el AIDS consume cuerpos?

los fatales ojos del niño kosobar

en la prensa de la Tierra

no requieren colores

porque la muerte está ahí

–sequoia pálida–

en esa soledad que fusiona erráticamente

la nada con el crimen.

en la pared de graffitis

y hielos transformados en mares

cuento las estadísticas del llanto humano

mis señales del encierro hacia mí mismo

en esa corpulencia de la sangre

                                       en la profundidad del ojo

hallando toda respuesta

en el saltar del conejillo de indias

                                       (que puede ser la lluvia

                                                    o puede ser la muerte

                                   culminadora en casi todo)

de ese grabado japonés que miro

con el que parezco disfrutar tanto del arte

y atrás de la delicadeza del trazo

de esa firma de agua de beliro

                                                de joya y rasgo inolvidable

los ojos redondos de tan ausente vida

del niño kosobar

                                 mirándome.