Nelson Simón


            Nelson Simón  (Pinar del Río, Cuba, 1965)

Poeta, escritor para niños y editor. Director de la editorial Cauce, Uneac. Su obra ha merecido Premios como el Julián del Casal, Uneac 2000; Premio Oriente de literatura infantil, 2002; La Edad de Oro 2002 de poesía y 2007 de cuento. Ha obtenido en dos ocasiones el Premio de la Crítica, en el 2001 por el poemario A la sombra de los muchachos en flor y en el 2004 por el volumen de cuentos para niños Brujas, Hechizos y otros disparates. En el 2002 le fue otorgada la Distinción por la Cultura Nacional. Tiene publicado los libros de poesía: Ciudad de nadie, edit. Loynaz 1992, 2008; El peso de la isla, edit. Loynaz 1994, 2002; Criatura de isla, edic. Bahía, España, 1996; Con la misma levedad de un náufrago, edit. Letras cubanas, 1996; Para no ser reconocido, edit. Cauce, 2002; A la sombra de los muchachos en flor, edit. UNION, 2001, 2002. Textos suyos han aparecido en varias antologías de poesía cubana e hispanoamericana. Ha sido traducido al inglés, francés e italiano.

 

 



DESCAMPADOS 1

 

Y andamos como perros,

rastreando la mínima rosa del sudor

entre zarzales. Los ojos encendidos,

cuajarones de sangre que inyectan la mirada.

La piel abierta al polvo, la polución entrando

con sus finos tatuajes, ácaros del deseo

royendo la epidermis, dejando lentamente sus estrías

y cada vez más pálida la cara, sin fotosíntesis

a lo largo del largo invierno. La muerte en los montículos

de escombros. La muerte entre los hombres

agrupándolos. Y entre las piedras y las barras de hierros

retorcidos, flores del descampado: cajetillas de Fortuna,

pañuelitos blancos que huelen a mentol

y semen ya vencido, látex para salvarse de la muerte

en los montículos de escombro, y el miedo.

¡El sol!

El sol está tan frío que me asusta, que pierdo mi control

y no me reconozco. Me arrastro, casco mi cuerpo

contra una roca como si fuera un huevo

y mi temor aumenta, me derramo,

mi vaho va a estrellarse en el espejo que yo mismo levanto,

Licor del Polo, podredumbre bien disimulada

empañando mi imagen, ocultándome

entre los montículos de escombros donde la muerte

taconea en su tablao flamenco. Me arrastro,

apunto hacia la isla con mi hocico, la vida

se me enreda en los zarzales, luna menguante es ya

mi juventud, tordo gris mi perfil que vuela.

Parásito ya ando. Gusanillo del placer. Ave vacía.

Dibujo círculos sin sentido sobre los montículos

de escombros y hay hombres retorcidos

temblando

entre los hierros deseosos.

 

 


 

DESCAMPADOS 2

 

Edificios al fondo, panalitos humanos y chorros

de amarga miel bajan las escaleras. La música retumba

allá a lo lejos, pero yo la escucho: oído de murciélago

he de tener para entrar en los descampados y el alma

más desierta, más seca y estéril que ellos mismos.

Descampados del alma, fruto inevitable de la lejanía...

El recuerdo de la lluvia me detiene a mitad de un trillo. Oigo la hierba,

su canción creciendo al revés en mi interior. Tu cuerpo,

jugosa brizna que arrancaba música del mío, ahora

duerme lejos. Abandono total, ausencia del amor y la ciudad

creciendo, arrinconándonos en estos claros mataderos,

mecánica y moderna, con paredes de cera, panalitos humanos,

chorros de amarga miel, historias tabicadas

que se filtran de una celda fría o otra fría celda.

Y alambres encendidos corriendo por los techos,

desprendiendo un calor que no me alivia.

Helado estoy. Contaminado por el paso de los coches

y el lujo de una falsa libertad que termina

en los escaparates de los luminosos almacenes.

Necesito una lluvia tropical que me anegue, y luego

todo el verdor y el brillo de las cosas sencillas

que no arrastran sus chorros hacia las cloacas.

Ahora me estremezco. La música retumba y los hombres

se buscan en las dunas, bajo la paja seca. Yo afino mi oído

de murciélago:

uno chorrea su baba de viejo lobo ibérico,

otro brama como un toro al hundirse la pica

entre sus bravas carnes, otro se sueña flor

-aroma delicado Ives Saint Laurent sobre trozos de tubos

y placas de hormigón -. Abandono total

y la ciudad creciendo hacia los descampados.

A punto de extinguirnos en el mínimo ruedo que nos dejan,

respirando el último oxígeno y el vicio

para sentirnos vivos. Helado estoy. Contaminado.

Aquí huelo a laurel y cerezas escarchadas.

Muy cerca un sexo se levanta victorioso, reclama mi atención,

escucho el latido que se siembra en su costado.

Estoy en mi zona más telúrica. Tiemblo y me agrieto.

Los músculos se sueltan y las abuelas

ignoran estos sitios mientras hierven

su corazón jubilado en los pucheros.

Me agrieto y tiemblo: me sacude un sismo de seis grados.

Edificios al fondo y hermosos cardos

que deshidratados se instalan en mis ojos.

¡Cuánto color descubro entre la paja seca y moribunda!

¡Parecen girasoles los cardos en invierno!

No hay más remedio que inventarse el placer.

Poner parches, costurones negros donde quisimos encontrar la felicidad.

Helado estoy. Contaminado. Y aún faltan

algunas tristezas por contar para que llegue el verano.

Descampados del alma: fruto inevitable de la lejanía.

Pasan hombres tocándose. Sexo rápido y árido

y yo entre ellos: abandono total, ausencia del amor y la ciudad

creciendo, arrinconándonos, mecánica y moderna,

en estos claros mataderos, que son los descampados.

 


 

 

IMPOSIBLES

 

Ahórcate un momento. Cuelga de uno de esos días

en que el país asfixia.

Cae y deja fluir la leche de tu carne

pasto para el gusano y el absurdo. Permanece.

El sueño no basta. La escritura no libera tu espíritu.

La culpa ha de ser la misma

y a esta hora las vacas pastan sigilosas

en sus jugosos cuartones turísticos

bien diseñados de un verde que deslumbra

y seduce. Para ti la fiebre.

La cabeza que se parte de tanto pensamiento atascado

y tanto animalito fosforescente e imposible

que entra por los ojos.

El mundo ante ti virtual ajeno futurista

pero aclimátate en la cueva

donde sueñas aquello que ya soñaron otros hombres.

No alces la mirada. Sé humilde

hasta en el modo en que te tiendes a contemplar el cielo.

Envejece con resignación

ahorrando el oxígeno y los días

que se deslizan bajo tus pies:

se están vendiendo parcelas en la luna…

Dolly tiene otra hermana…

El euro ha unido a Europa…

Por la calle Alcalá veintiocho mil homosexuales

demuestran que las aguas de un río

nunca son las mismas…

Las palabras no alivian. Son la cáscara

atascada en los remolinos del fregadero.

Entramos al milenio y creo oír las mismas voces.

Pedaleo en mi bicicleta forever siempre forever

azul pastel y el cielo oxidado sobre tus párpados

el plátano que abunda

y el sinsonte sin argumentos sobre la madrugada.

Maneras de asumir la resignación

y el sexo cada vez más escaso y necesario

cada vez más caro un minuto de tierno placer.

Asómate. Sé el gato que imperturbable

en la ventana ve pasar la vida.

Ahórcate un momento. Cuelga de uno de esos días

en que el país asfixia.