Catedrático de la Universidad de Puerto Rico, director de la Revista Exégesis y miembro del Grupo Guajana. Es autor de Pájaros de invierno (1978), Goyescas (1980), Estuario (1981), volúmenes recogidos en Una lluvia tan grande de campanas (2002) junto con Para un día sin réquiem y sin sombras, Los códices secretos y Poemas del auxilio mutuo. Posteriormente
ha publicado Del fuego sobre el agua
(2012), selección de los libros La llama
en llamas, El puerto en el laberinto
y Poemas de la luna nueva. En
Paraguay apareció una antología general titula Las cuerdas del aguacero (2013) que incluye además poemas del libro
El colibrí de piedra.
UN NARDO EN LAS SABANAS
Una misma uña furiosa parece haber dibujado la Alhambra que serías finalmente, y las estelas de piedra mayas que te imaginaron y el océano agreste donde te encontré. Un jardín quebrado como los desiertos se añora y se adivina en sus nostalgias, y una sed de muerte asida a sus escarabajos desea todavía las flores prometidas de la estrella ¿cansada? de ser nueva que creara el mago en nuestro nombre para perpetuar por todo el orbe de mi vida tu eclipse de azucena y el nardo insomne de tu ausencia. Percibo el aroma de tu vuelo y sus almendras como una luz que titubea sus manzanas en la distancia aún sin luna donde fuiste amazona de mi alhambra antes que escaparas del sueño en tus halcones como un sol de limonero en la mañana una rosa solitaria en tu incensario un mito de jade maya que te encubre y un océano de palmas blancas --naturalmente caribe-- como tú, que sacudes todavía con tu olor a las sabanas.
ERES EL VIENTO QUE ERAS
Has llegado siempre –y diré que dije siempre– a este lugar en que habitan mis costumbres más mapuches porque habita aquí mi memoria gastada y mis medidas más exactas y cada una de las líneas de mi mano con su sueño torcido de ónix y su desvelo todavía suspirando la sombra de mis luces de casi medio siglo la acuarela de las piedras que recogí al pie de tu pirámide la cítara y los arcos de la mezquita de Córdoba...
Has llegado siempre como dije que diré sin residuo ni migaja y como siempre te encontré reinita o quetzal que igual cantabas en lo alto de las ruinas de Misiones aquel atardecer de nuevo cielo que rondaba el río Paraná.
Porque vuelves como la línea que se cierra casi en herradura y porque vengo a ti por la suerte que me das somos la aguja en el tejido que rebota y retoza en los minutos como un colibrí de fuego que no quemas una fugacidad que no termina una intermitencia repetida al infinito un ritmo de alabanza para ellos y para su patria una red de pentagramas de agua que enreda y teje la ternura
Subí a tramos breves y a tragos hondos por esa pira de tu cuerpo en que me quemas y supe allí, en ti, en lo alto de tu Pirámide del Sol que el horizonte era un punto recogido de tus pechos el horizonte era el punto de lo alto donde estabas Teotihuacan era la altura enardecida de tu pecho y que todos los vientos venían hacia ti, del páramo abierto del norte del páramo abierto del sur del este persiguiendo los oestes del oeste que se escurre hacia el sol que nace. Decir que vivo en ti y a barlovento y que llegas siempre como el viento que desordena los papeles fluida, ágil, impenitente algo que derrama el agua en la mesa algo que se mueve, se inclina, encarrila y se descubre en la sorpresa Siempre llegaste a mi vida, barlovento, como ahora ahora mismo estás llegando Un surco que se abre una pendiente que arrastra y ese viento, viento fuerte que hincha las velas que me llevan y muestran mi rumbo a sotavento sobre la mano abierta del océano y enardece mi bandera que me recoge el cuerpo debajo del abrigo o me revuelve, se me escurre y me lame bajo las ropas mis erizos. Siempre llegas a mi vida como el viento aquel de Teotihuacan un poco entre el susto y la sorpresa el viento que apaga a veces y a veces enciende la vela en la tormenta la vela en las iglesias la vela de los sustos la vela de aquel lecho y tantas noches la vela de la mañana aquélla y de mis pasos la vela de nuestros sábados de gloria la vela grande de mi vida de mi vida en pie que en ti, viento, y por ti, Velita, encuentra su sentido.
ESE CORAZÓN
La hoja que no cae prendida y victoriosa la rosa encendida en la floresta el susurro de un beso que renace el sueño que brota de lo oscuro la ansiedad que sacude sus cenizas los pasos que animan el camino la nuca que se vuelve los ojos que se anidan la memoria transparente de un abrazo la sangre de un te quiero herido en su ternura...
Pero aún eres más... la palabra que anula la distancia la ansiedad de un tiempo eterno y sin nostalgia el salto que se entrega en el vacío y ese corazón que canta siempre al compás del mar y el sol de la mañana.
COMO SALTA EL AGUA EN LA CASCADA
Nunca se extravía un colibrí Busca en el convite del camino y llama como un dedo desde allá en la mano de las flores
Me llama con cara de mimo y bigote de chaplín Me llama desde allá coqueto y payasito Con cara de melo de trapecista del viento y flautista de hamelín cuando atajado en la poza no hallamos sombra para un sueño y oímos pasar los pájaros toda la noche aferrados a la orilla de un desahucio
Sí, el tiempo es humo extraviado en el archivo fugaz del calendario Me llama desde allá... Pero huele a aguacero en el granero y los ojos de mis luciérnagas aún te buscan un cielo mudo para amarte Y aún soy vega y quebrada y puente y agua llovida Y habita en mí el río vivo de los días sordo a la queja de las sombras y aferrado a la memoria del viento de la luz y de las aguas Pues cuando se ama de oído cuando se palpa en la vena las cuerdas de un madrigal y mana lentamente el manantial nada nos roba el sueño de cantar como salta jubilosa el agua en la cascada
Me llama desde allá muy pajarito. |