Ha publicado Las puertas y los pasos, Premio David de Poesía, UNEAC, 1975; Café Nocturno, 1984; la plaquette Ella canta en La Habana, 1985; Como la noche incierta, 1991 (junto al poeta Aramís Quintero); Aquí fue siempre ayer (Unión, 1997); Esta tarde llegando la noche –libro con el cual obtuvo el Premio Casa de las Américas, 2004 y el Premio de la Crítica de ese mismo año–, Más horribles que yo (Ediciones Matanzas, 2006), Premio de la Crítica 2007. Ediciones Unión (de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba) publicó, en el año 2008, su antología poética Fábula lluvia. Parte de su obra ha sido recogida en antologías editadas en Cuba y en el exterior.
DÍSCOLO
Tú que escribes por mí, dime si has visto el aire horizontal que minucioso en el transcurso de la noche pasa y lo descubre todo, incluso el alma muerta de las cosas, la luz que inclina su mirada hacia las hojas llenas de palabras, hacia las hojas donde unos dibujos de esmerados nervios acaban diciendo, mejor me acompañas y escribimos juntos, no las mismas páginas sino algo terrible, con sangre y desesperado. Una historia absurda como fue esta historia de tú y yo sentados en sillones dando fuertes gritos pero sin hablarnos. Humildes, sin nombres, como si este tiempo detenido encima de nosotros mismos nos borrara el nombre, o no permitiera que fueras mi amada, repleta siempre de infortunios que caían del cielo o yo provocaba, díscolo, inventado por quién sabe dónde, como a la deriva como esos papeles que andan por la casa estrujados como los zapatos que ya nunca usamos, siniestros zapatos. Tú que escribes por mí, dime cómo viste, dónde estabas cuando los muertos cercanos, tranquilos comieron hirvientes cebollas y escogían las tazas, primorosas tazas, las de la vitrina, con flores, para el café amargo. Un día me contaste que una de las ánimas, la más intimista, quería acariciarte tu pelo rojizo pero vio a María que bailaba sola en la sala oscura –el aire apagaba las velas radiantes– y se fue, la viste salir deslizada por una ventana como un pez plateado que no recordabas por inalcanzable y que pertenecía al mundo de lo extraordinario, donde no hay mañanas, dices, sólo transparencias, ni noches, ni páramos; pero hay una lluvia que tampoco es lluvia por su ligereza, por iluminada. Dime más, ¿de dónde viniste?, háblame y deja olvidados, que el polvo los muerda hasta destruirlos, hasta que zozobren todos los zapatos.
CAMPO DE SPORT
Yo nunca he vuelto a estar ni mucho menos cerca de aquel olor que había en los campos de sport. La hierba, solamente, recién cortada a veces, hace que resucite aquella sensación que cada día añoran mis sentidos. Digo campo de sport y un sobresalto recorrerá mi cuerpo y a la memoria acude una inaudita claridad que yo aprovecho para vivir de nuevo y otra vez el tiempo, la plenitud que ejerce su dominio desde un extremo a otro de la tarde. Campo de sport e irradia la invencible figura de mi padre en el gimnasio entre anillas, caballos con arzones, paralelas. La cancha de hand ball, un templo acústico en donde paso a paso imité a los atletas y mientras resonaban violentos pelotazos hacía abstracción y comparaba el olor en ascenso por las altas paredes con el opuesto, el acre poseído de todos los gimnastas y su musculatura exhibida después en los baños de mármol. Pero el placer intenso, summum de la persecución de lo inefable, estuvo siempre allí, concentradísimo, en el cuarto donde guardaban las pelotas. Un haz de luz traspasa los cristales de un leve intenso color fuego amarillo, dejando ver el polvo, minúsculas partículas, inclinado hacia el suelo donde inquietos reposan los balones de basket. Dios me cubría cuando aquellas dos manos acariciaban la redondez alzada hasta mis labios para reconocer el más amable de todos los olores que hubo siempre en el mundo. Cinco dedos accionan sobre la esfera curtida por el uso y que según tengamos adiestrados los brazos le podrían imprimir velocidad y ritmo al dribble con que serán burlados los contrarios. Murmura el agua cuando no cae deprisa; sube tan lentamente que puede provocar desasosiego y ansiedad entre los nadadores que hacen calentamiento alrededor de la piscina. Recién pintado el fondo es réplica del cielo. A cielo huele el aire al circular por la sala de esgrima. Y tritones de lúcidas aletas sueñan con una rapidez capaz de ir acortando disímiles distancias. Ella es Raquel Mendieta, oigo decir; mis ojos como desorbitados persiguen la figura, chorreando todavía en el pecho y la espalda unas íntimas gotas de agua dulce. Disipado en la tarde hay un clamor. En lontananza, donde adquiere la forma inusual del olvido, hay un clamor que oscurece la hierba y el camino, de escombros que te incitan a seguir al olor innombrable de esa parte del mundo que fue el campo de sport. |