Marilyn Bobes


            Marilyn Bobes
(La Habana, Cuba, 1955)

Poeta, narradora, crítica literaria y editora cubana. Licenciada en Historia. Entre sus libros figuran: La aguja en un pajar (Poesía, 1979), Hallar el Modo (Poesía, 1989), Alguien tiene que llorar (Cuento, 1996), Revi(c)itaciones y homenajes (Poesía, 1998), Alguien tiene que llorar otra vez (Cuento, 1999), Impresiones y Comentarios (2003), Mujer Perjura (Novela), Fiebre de invierno (Novela, 2005). Compiló y editó, junto a Mirta Yáñez, la antología de cuentos femeninos Estatuas de sal (1996). Entre las diversas distinciones obtenidas por su obra destacan: Premio David de Poesía de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), 1979; Premio Latinoamericano de Cuento "Edmundo Valadés" del Instituto de Bellas Artes de México, Puebla, 1993; Premio Hispanoamericano de Cuento "Magda Portal" del Centro Flora Tristán, Perú, 1994; Premio Casa de las Américas de Cuento, 1995, La Habana, con el libro Alguien tiene que llorar; Premio Casa de las Américas de Novela, 2005, con la obra Fiebre de invierno.


 

TRISTE OFICIO

 

Poetisas, dijeron.

Serán tibias

y falsas

y pequeñas.

Aunque seres livianos,

no tomarán altura porque son imperfectas.

Pero si alguna toca en la palabra

como el burro en la flauta

postulemos que es mucho hombre esa mujer

y no

que es mucha mujer un ser humano.

(No una mujer nacida de la sombra

donde seremos siervos o señores.)

Y pensemos después cómo callarla.

 

 

 

PARTE DE UNA GUERRA

 

No se puede matar a una muchacha

y acomodarse luego en los abismos de la vida ordenada

para vivir impune frente al vértigo de su último aroma,

de una cita larga, obstinadamente imaginada.

Aunque su muerte diera la alegría a los seres perfectos

y, al pie de su recuerdo, el homicida

los más turbios secretos recabara:

no se puede matar a una muchacha

que florece en los sitios despoblados de una última tregua

y en deuda con su luz

fomenta el caos

abierto el corazón. Como aguardando.

 

 

 

DONDE SE CUENTA HASTA QUE APARECISTE

 

Por delicadeza,

permití que los pájaros helados

calentaran sus picos en mi lumbre,

horadaran los leños de la noche

e hirieran con sus cantos mi silencio.

Ellos mancharon con sus plumas

mis sábanas

y picoteando sobre la pureza

me volvieron ceniza,

por delicadeza.

Por delicadeza,

consentí ser la amante de los héroes.

Alimenté mentiras y carencias

en hoteles de paso;

amordacé mi corazón de niña

y fui mujer fatal

para que nunca parecieran culpables.

Ellos se fueron

con mis mejores máscaras

y sus esposas, muertas de tristeza,

me dieron mala fama,

por delicadeza.

Por delicadeza,

pude resucitar en mis papeles

aquellos pájaros helados.

A mis tristes y efímeros amantes

con sus tibias y frívolas esposas

los transformé en metáforas.

Esparcí mis cenizas.

Hice versos

sólo para conjurar mi mala fama.

Y hoy que no creo en la delicadeza

te me apareces tú

que eres más que la delicadeza.

Estoy enferma de delicadeza

y no perderé mi vida por delicadeza

conmigo misma.

Por delicadeza.