Poeta, narradora, crítica literaria y editora cubana. Licenciada
en Historia. Entre sus libros figuran: La
aguja en un pajar (Poesía, 1979), Hallar
el Modo (Poesía, 1989), Alguien tiene
que llorar (Cuento, 1996), Revi(c)itaciones
y homenajes (Poesía, 1998), Alguien
tiene que llorar otra vez (Cuento, 1999), Impresiones y Comentarios (2003), Mujer Perjura (Novela), Fiebre
de invierno (Novela, 2005). Compiló y editó, junto a Mirta Yáñez, la
antología de cuentos femeninos Estatuas
de sal (1996). Entre las diversas distinciones obtenidas por su obra
destacan: Premio David de Poesía de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC), 1979; Premio Latinoamericano de Cuento "Edmundo Valadés" del
Instituto de Bellas Artes de México, Puebla, 1993; Premio Hispanoamericano de
Cuento "Magda Portal" del Centro Flora Tristán, Perú, 1994; Premio
Casa de las Américas de Cuento, 1995, La Habana, con el libro Alguien tiene que llorar; Premio Casa de
las Américas de Novela, 2005, con la obra Fiebre
de invierno.
TRISTE OFICIO
Poetisas, dijeron. Serán tibias y falsas y pequeñas. Aunque seres livianos, no tomarán altura porque son imperfectas. Pero si alguna toca en la palabra como el burro en la flauta postulemos que es mucho hombre esa mujer y no que es mucha mujer un ser humano. (No una mujer nacida de la sombra donde seremos siervos o señores.) Y pensemos después cómo callarla.
PARTE DE UNA GUERRA
No se puede matar a una muchacha y acomodarse luego en los abismos de la vida ordenada para vivir impune frente al vértigo de su último aroma, de una cita larga, obstinadamente imaginada. Aunque su muerte diera la alegría a los seres perfectos y, al pie de su recuerdo, el homicida los más turbios secretos recabara: no se puede matar a una muchacha que florece en los sitios despoblados de una última tregua y en deuda con su luz fomenta el caos abierto el corazón. Como aguardando.
DONDE SE CUENTA HASTA QUE APARECISTE
Por delicadeza, permití que los pájaros helados calentaran sus picos en mi lumbre, horadaran los leños de la noche e hirieran con sus cantos mi silencio. Ellos mancharon con sus plumas mis sábanas y picoteando sobre la pureza me volvieron ceniza, por delicadeza. Por delicadeza, consentí ser la amante de los héroes. Alimenté mentiras y carencias en hoteles de paso; amordacé mi corazón de niña y fui mujer fatal para que nunca parecieran culpables. Ellos se fueron con mis mejores máscaras y sus esposas, muertas de tristeza, me dieron mala fama, por delicadeza. Por delicadeza, pude resucitar en mis papeles aquellos pájaros helados. A mis tristes y efímeros amantes con sus tibias y frívolas esposas los transformé en metáforas. Esparcí mis cenizas. Hice versos sólo para conjurar mi mala fama. Y hoy que no creo en la delicadeza te me apareces tú que eres más que la delicadeza. Estoy enferma de delicadeza y no perderé mi vida por delicadeza conmigo misma. Por delicadeza. |