Premio Nacional de Literatura en 2001. Miembro del jurado del Premio
Carbet del Caribe (1990). Miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua
(1999) y miembro del Consejo Asesor de OWWA.
Sus poemas han alcanzado una enorme difusión así como innumerables traducciones
a más de diez idiomas modernos. Entre los premios más recientes se encuentra La
Corona de Oro de Macedonia (2006), el Premio Rafael Alberti (2007) además de la
condición de Escritora Gallega Universal (2008) y el Premio LASA 2012. En 2013
fue condecorada con la Orden de las Artes y Letras de la República Francesa. La
Universidad de Salamanca ha recogido buena parte de su obra poética en la
antología El huerto magnífico de todos
a cargo de Alfredo Pérez Alencart. En 2009, la Universidad Cergy-Pontoise de
París, Francia, le ha otorgado un doctorado Honoris Causa. Sus más recientes
poemarios son Peñalver 51 (2009)
publicado por la Fundación Sinsonte de Zamora, España, y la antología La Habana expuesta (2012), de Ediciones
Vigía de Matanzas, compilada por Juanamaría Cordones-Cook. En 2008, fue electa
presidenta de la Asociación de Escritores de la UNEAC. En la actualidad se
desempeña como asesora de la Casa de las Américas y fue electa, en 2012,
Directora de la Academia Cubana de la Lengua.
MANTO
Oh las palabras formando un manto a mi alrededor. La pureza de sus sonidos anda corriendo sobre mi funda de bambula. Oh las palabras sonando sobre el lago de un país de África del Sur. Cuántas palabras entretejidas que no necesito ver sino escuchar como estrujadas, a una vez, en el fondo de los océanos hasta que un delfín asoma su cola triunfal, en el centro de las madréporas y un canto de sirena va empujando su nariz rosa hasta la punta de una luna, esa luna que las palabras van tejiendo con una hebra de plata que tiene como fondo el ardor de las algas ondeantes una hebra de plata que se agiganta como en la música de mi vecino José Claro Fumero y se transforma en un precioso manto tibio para mi bien.
FUNDA DE BAMBULA
Mi cabeza sobre una funda de bambula, otra vez, mientras vuelven los lagos en su brillo y las jirafas cruzando un mundo abandonado entre lanzas y montes tupidos. Como antaño, vuelven los mercaderes con sus escudos de hojas muertas dando alaridos y golpeando, empujando a mujeres y niños, a los mejores hombres del sur y de las costas hacia sus barcos sin regreso. La luz del horizonte está cayendo sobre la funda de bambula y de hiel. Veo la punta de los acantilados. Veo a Gorée en la palma de mi mano, la boca de sus fauces vomitando negras criaturas como la noche de la primera cacería. Una funda de bambula, otra vez. ¿Será mejor salir huyendo de esta geografía de otro mundo? ¿Será mejor virar la cabeza hacia otra parte y secar las dos lágrimas que ahora navegan entre las aguas del río Zambeze? Mis ojos dibujaron un paisaje lunar sobre los lagos, sobre una funda de bambula, otra vez.
ESCLAVAS
A medianoche, las aguas golpeaban la costa sin luces, sin redes tirando hacia la arena cuerpos de esclavas desnudas sobre la arena fosforescente cantando los cantares de las sagradas escrituras.
No volvimos jamás a ver los cuerpos de las esclavas como esponjas ensangrentadas junto a los arrecifes.
Las esclavas cantaron a medianoche, cuando las aguas golpeaban la costa sin luces, tirando hacia la arena desnuda sus gargantas fosforescentes ancladas en los cantares de las sagradas escrituras.
Manglar, 28 de abril, 2013
UN PRIMO
Callejón, regresé. Sólo en ti la compasión hallé. -Canción popular-
La calle tiene nombre, un nombre oscuro, sin importancia, como su propia desembocadura, madura y bien abierta y desdentada. Al final no hay luz sino la luz que salta desde la piel oscura de mi primo Fernando.
Estamos hablando pero no hablamos porque nuestro silencio se parece, nuestro silencio es casi igual al silencio de las fogatas en Malawi; silencio que perdura y alienta en nuestros poros pero nosotros sin saberlo, sin sospechar que ese silencio es nuestro sólo porque lo trajo algún antepasado tan nuestro como el propio silencio de la bodega entumecida que logró atravesar las dos orillas y el paso de los vientos.
Un día de octubre, cuando explotó un velero en la bahía de la ciudad y el ruido de los misiles extranjeros quebraba el tímpano de las lavanderas en el solar sin pulso y sin olvido, mi primo Fernando, salió de la calle Cristina --una calle ancha, la calle más ancha de los alrededores--, tumbada casi siempre por los aullidos de los mataderos cercanos y el silbido implacable de los ferrocarriles.
Mi primo Fernando, junto a mí, extraña los bucles insensatos de una prima remota y el olor de las panaderías de la esquina de Toyo, el aroma del ajonjolí y los domingos de carnaval corriendo como liebre dormida entre las filas de La Mojiganga.
Mi primo Fernando me cuenta todo esto sin comprender ahora el vaivén presuroso de las bicicletas; sin poder comprender el libre acento de las mariposas sobre las percas de cerveza.
Hemos llegado a una colina chica en Tallapiedra.
Pasa el tren de Santiago y mi primo Fernando se seca el sudor de la cara con una inútil servilleta de papel blanco que está espiando todos mis sentimientos.
Fernando y yo, ante un vórtice de lágrimas negras. Fernando y yo por la calle Empedrado. Fernando y yo, reconociéndonos en el humo especial de los telares de Muralla en agosto.
Mi primo Fernando, con diez tarjetas de crédito en el bolsillo pero sin zapatillas, sin aire, sin idioma:
“Tuve que irme también de la ciudad en donde viví por más de veinte años. No soporté y me fui más al Norte, a un barrio de italianos, empacadores de carne, que tampoco entendieron mi vida”.
Mi primo Fernando en su futuro nómada obsesionado todavía por el silencio de las fogatas. |