EL GATO Se sabe legendario y mágico Nos mira siempre como a sus inferiores desde las grandiosas tinieblas milenarias de Keops o de Karnak, donde era venerado e inmune a toda terrenal ofensa. Uno puede admirarlo sobre un mueble mullido o una consola sorteando sin romperlos frascos de cristal y otros endebles ornamentos y espejos, avanzando entre ellos como un soplo de seda y fuego. O bien, podemos verlo sobre el borde pétreo de un muro en el jardín, ejecutando largos y estremecedores conciertos de inmovilidad con estatuarias dotes sobrenaturales. Se puede uno topar con él en un estante –a riesgo de un zarpazo– confundido entre los bibelotes de armiño o lana, o acurrucado en la vitrina de un museo junto al tranquilo cuerpo disecado de un felino congénere o cómplice remoto. En la casa, cuando se halla esculpido en uno de esos trances de asombrosa quietud, suele fijar en nosotros, como un dardo, su gélida mirada por un tiempo sólo registrable con uno de esos artefactos fílmicos de acción continua aptos para observar el crecimiento de una planta o una flor. Sus fosfóricas pupilas –eso suele decirse–, son un túnel de luz hacia el infierno. Uno siente al verlas de reojo que si intentara sostener la vista sobre ellas durante dos minutos temerarios podría llevarlo a enloquecer de pronto, sufrir algún masivo infarto o derrumbarse, sangrando por los ojos, al pie de alguna de esas domésticas deidades. AZUL ENDRIAGO Allá está el mar, que luce su imponente nombre azul, jadeando siempre como si se ahogara en su propio caudal embravecido; bramando ferozmente como líquida quimera encarcelada por los roquedales y las urbes costeras. ¿Quiere inundarlo todo, quiere destruir la morada de todos los terrestres? ¿Cubrir los territorios que fueron suyos durante milenios? No es pequeño enemigo el viejo azul. Es neurótica fiera de cuidado, y odia a las criaturas que no habitan su reino. A ciertas horas plácido acaricia y lame las frágiles arenas – como una dócil ballena transparente que protege a sus crías, pero luego se enturbia, frunce el ceño nervudo y montañoso de sus crestas más altas, se enfurece, encabrita desmelena escupe espuma de color esmeralda. Quiere destruirnos para recobrar los territorios que ocupan hoy los continentes y llevar a su averno legendario nuestros huesos. BRAVATA DEL JACTANCIOSO No soy bello, pero guardo un instrumento hermoso. Eso aseguran cuatro o cinco ninfas y náyades arteras —dijera el jerezano—, que son en la materia valederos testigos y jueces impolutos. Dice alguna muy culta y muy viajada que debería fotografiarse mi genital ballesta en gran tamaño y exhibirse en el Metro, en vez de esos hipócritas anuncios de trusas sexy para caballeros. Y agrega que esta lanza de buen garbo —son palabras de ella—, de justas proporciones y diseño maestro, debería esculpirse, alzarse en una plaza de alta alcurnia, un obelisco, tal el de Napoleón en la Concordia, o la columna de Trajano en aquel foro que rima con su nombre. Yo no me creo esas flores, pero recibo emocionado el homenaje de todas estas niñas deliciosas. Yo celebro. AMOR La regla es ésta: dar lo absolutamente imprescindible, obtener lo más, nunca bajar la guardia, meter el jab a tiempo, no ceder, y no pelear en corto, no entregarse en ninguna circunstancia ni cambiar golpes con la ceja herida; jamás decir "te amo", en serio, al contrincante. Es el mejor camino para ser eternamente desgraciado y triunfador sin riesgos aparentes. POEMA Todo poema es su propio borrador. El poema es sólo un gesto, un gesto que revela lo que no alcanza a expresar. Los poemas de perfectísima factura, los más grandes, son exclusivamente un manotazo afortunado. Todo poema es infinito. Todo poema es el génesis. Todo poema nuevo memoriza el futuro. Todo poema está empezando. |
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