EL TESTIGO
Al final, estaba solo. La oscuridad siempre nos halla solos.
Salí del fuego como un profeta sale de la muerte. Mi espalda fue la última oscuridad que miraron del mundo los que se quedaron atrás, atrapados de los talones y las manos por lo definitivo.
Al despertar yacía bajo una sábana como un mar blanco. A mi alrededor la muerte era un perfume oscuro y las ventanas atrapaban al día y lo echaban encima de mí.
No podía olvidar que éramos nueve pero al final estaba solo.
El microbús iba a través de la penumbra. A ambos lados había grandes árboles y todo parecía apacible. Luego sonó un disparo, el primero, y su sonido fue exactamente como el último. Y todo se detuvo. El autobús, la noche, los otros autos, los días venideros.
Entonces vinieron esas voces ininteligibles y aún así humanas. Maldiciones dichas en lenguajes vulgares. Y la gasolina rociada como aceite sobre una cabeza, un acto de fe convertido en terror.
Fue tan difícil comprender que habían sido capaces.
Todos estábamos adentro cuando empezó. Un bautizo de fuego en plena carretera, bajo la sombra de los árboles, al inicio de una noche que ya no tuvo límites.
Y al final, estaba solo. Y aún no comprendo cómo me levanté y salí de aquella selva de luz envilecida, erguido como un hombre pero siendo menos que un hombre:
un recordatorio, una carta sombría, un vestigio donde los que se asomen podrán sentir el peso de la luz estos días.
(De El círculo, 2014)
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Han pasado los días negros, he visto hacia atrás golondrinas que migran ya no al sur sino siempre hacia el norte, hacia el frío, hacia el acantilado por donde baja el cielo. Días negros como cartas llenas de frases sin terminar. A través de ellos he vuelto hasta esa calle donde existe una casa de una sola ventana y habitaciones en penumbra donde la vida, mi antigua vida, es un residuo de sombra bajo muebles repletos de vestidos manchados por el polvo. En ese breve sitio no queda nadie para mí. Nadie que pueda mirarme y decir una palabra que resuma la noche y la convierta en un punto final. Pero sé que el caldo aún hierve, que la carne y la pasta aún se sirven, incluso en platos más hermosos, y la albahaca florece en las macetas. Sé que los que debían permanecer aún permanecen. Una fotografía o muchas deben decirles que les pertenecí, el dibujo de un plano en la pared, líneas curvas que no tenían fin, como mis piernas y mis labios de entonces; un libro, una receta inexplicable, un canción tristísima, algo debe decirles que aquella fue la casa de mi adolescencia enfebrecida y enfurecida y terrible, un enorme cuento de amor reducido a un reflejo: el de un niño que mira hacia las aguas y comprende la noche.
(De El círculo, 2014)
EL OLOR DEL CAFÉ
El olor del café viene de abajo, de ahí donde un perro ladra a la oscuridad, no hay nadie ahí, eso quiero creer pero no importa, el viento se ha aquietado, las aves no han vuelto con la tarde, el silencio ha crecido en las paredes como un mapa del cielo, todo acaba y empieza, no obstante, la tristeza es la misma, por ello, confundido, me asomo al mundo, es nuevo, y sin embargo nada me parece distinto o más hermoso. Me siento en el balcón y observo la ciudad, oscurece, el frío suelta sus trineos, la oscuridad se mueve, dentro de mí la siento, de pronto avanza en mí como otra sangre. Nada parece estar con vida. Los edificios parecieran vacíos. Las calles, como ríos que se volvieron látigos debido a la sequía, se estrellan en la espalda del viento. De lo que debía venir nada viene, salvo el aroma del café que me hace pensar en la otra casa, en el olor de la vainilla, en el lujo de unos zapatos nuevos, en las voces alegres de los tíos y el calor de la madre y al beso de la madre y el padre de mi madre, y el dolor que crecía entre todos nosotros como una gran penumbra y a toda la claridad de esa penumbra, a todo eso vuelvo a través de esta inútil memoria, cuando veo sin quererlo hacia atrás, hacia el centro de ese paisaje de árboles raquíticos donde no queda bosque, ahí donde las épocas del mundo se volvieron memoria de la dicha para dejarnos solos.
(De El estanque colmado, 2010)
LA ADIVINANZA
Mi capa es la tiniebla pero mi sombra es luz. Se halla en mi mano una moneda dispuesta a la limosna pero mi voz es lo terrible, cuando así lo desea. Si dijera esto a un niño le preguntaría ¿Quién soy? Y sería solo una adivinanza y no un enigma y una proclamación. Mi espalda es el invierno que oscurece a los árboles pero mi rostro es la blancura de la nieve más fría. Si hundo mi pie en el fango es tan solo en la hierba que aparece una huella. Veo, escalones abajo, los incipientes actos de los magos, y escucho, por encima de mí, las palabras de Dios en la lengua monumental de sus profetas. Veo a los ángeles en un palacio interminable jugando como ínfimos infantes en interminables jardines y escucho la confesión del viento en los antiguos árboles y la profecía del mundo en la boca del mar y revelo la edad de las estrellas a los hombres y el corazón del hombre a la desolación de los abismos. El beso de Dios arde en mi frente. Soy hijo y no puedo ser otra cosa más que hijo. Los trigales se inclinan a mi paso y el rey pide consejo y ejecuta conforme lo que digo. Mi mano es pesada como el hacha de piedra. Para mis ojos no hay distancia ni tiempo ni lugar ni cortina ni pared ni secreto. Sobre mi cabeza los gorriones y las ramas altísimas y las antiguas torres y el universo mismo. Bajo mis pies el mundo y bajo el mundo, los nombres de los muertos. Si le hablara a los niños, podría preguntarles, fingiendo ser astuto, ¿Saben los nombres de los muertos? Mi capa es la tiniebla pero mi sombra es luz y al revelar aquello que en mí se ha revelado me vuelvo yo el misterio. Mi destino es la hora más postrera del hombre: La claridad penúltima... El último silencio.
(De Breve historia del alba, 2007) |
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