Selección de Emilio Coco
Mientras cae el otoño Nosotros esperamos envueltos por las hojas doradas. El mundo no acaba en el atardecer, y solamente los sueños tienen su límite en las cosas. El tiempo nos conduce por su laberinto de hojas en blanco mientras cae el otoño al patio de nuestra casa. Envueltos por la niebla incesante seguimos esperando: La nostalgia es vivir sin recordar de qué palabra fuimos inventados.
La alondra y los alacranes Acuérdate muchacha Que estás en un lugar de Suramérica No estamos en Verona No sentirás el canto de la alondra Los inventos de Shakespeare No son para Mauricio Babilonia Cumple tu historia suramericana Espérame desnuda Entre los alacranes Y olvídate y no olvides Que el tiempo colecciona mariposas.
Cercanía de la muerte El hombre solo habita Una orilla lejana Mira la tarde gris cayendo Mira las hojas blancas Rostro perdido del amor Apenas canta y mueve La rueda del azar Que lo acerca a la muerte Extranjero de todo La dicha lo maldice El hombre solo a solas habla De un reino que no existe
Escrito para ti, en tu nombre
Pudiera ser que un día, Retornaras al tiempo Cubierta por las flores Que recogiste en el perdido sueño.
Pudiera ser también, Violeta, Siempre en el cántico nombrada, Que me dijeras de la blanca orilla Donde ahora es pasión y amor tu alma.
¿Me contarás en qué país nocturno Cantas para que el cielo se desvele, O abra sus puertas al dolor del hada Que hila en tu corazón para la muerte?
Pudiera ser que recordaras Escrito para ti, en tu nombre, Aquel madrigal de la vida Que habla de un cuerpo entre las flores.
Puerto
El puerto, corroído por el salitre, conserva las sombras de la desesperanza; flores no hay, sólo algas miserables perdido ya el perfume del fondo marino. Todo esto fue la anunciación de un tiempo en que los hombres iban en busca de los abismos cantores para redimirse de la pena del cielo. Continuamente se oye el viento silbar entre las piedras, y alguien cuelga una red en su puerta protegiéndose de la muerte que avanza. El puerto ha resistido los aletazos de gaviotas insomnes; quién sabe hasta cuándo, por el don de la memoria, persistiremos en hallar una estrella.
Ars amandi
Vendrían, si escribieras otro arte de amar entre las fieras, los pájaros que cruzan el desierto a posarse a tu lado por dos o tres manzanas de tu huerto; y al llegar a tu casa a tu ángel vieras –joya aciaga que arde en el aire callado– venir de lo imposible a consolar tu duelo. Sí, pájaros, martirio por el cielo, ángel en el umbral, puerta temible. Y vendrían otros bienes y otros males en la sabia, celeste noche oscura, a decir que en el arte de las letras finales es bella la canción y amarga su escritura.
Diamante Si pudiera yo darte la luz que no se ve en un azul profundo de peces. Si pudiera darte una manzana sin el edén perdido, un girasol sin pétalos ni brújula de luz que se elevara, ebrio, al cielo de la tarde; y esta página en blanco que pudieras leer como se lee el más claro jeroglífico. Si pudiera darte, como se canta en bellos versos, unas alas sin pájaro, siempre un vuelo sin alas, mi escritura sería, quizá como el diamante, piedra de luz sin llama, paraíso perpetuo.
Sonata
La hoja seca del tamarindo se quiebra bajo el peso de los colores del alba, así como nosotros podríamos irnos para siempre persiguiendo el vuelo de un pájaro a la puerta de entrada de un claro del bosque. Mas, qué alegría ver en la tarde palomas de alas plateadas y negras, sin preguntarnos de dónde vienen, ni adónde van entre futuros relámpagos. Qué alegría el delgado misterio que hay en las cosas casi simples: en la virtud de este jardín donde te escribo o en las hojas que caen en el columpio del patio. Todo esto me da la belleza última de lo que está a punto de desvanecerse, como el arco lunar del tamarindo, que se desdora por el encantamiento de los colores del alba, como la llama de un violín en tus manos de otoño.
Divertimento final
Qué pronto estaré quieto como este ciervo de dorados cuernos que presiente la sombra del leopardo. Veré por mi ventana las ramas del almendro y el solar de los trompos. Veré el aire profundo y el girasol que quema los muros carcomidos de los días. Veré piedras azules y encarnadas. Qué pronto estaré quieto. Hoy me contó el arúspice que ha visto en las entrañas de la paloma gris de alas de amaranto la rosa de Sarón en la tiniebla, y la Dama de ébano del ajedrez, que huía de dos alfiles y una blanca torre.
Sé que vendrás de noche
Sois sage, ó ma Douleur [...] Charles Baudelaire
Nada podrías llevarte si me persigue el mar de piel manchada; el cielo es lo profundo y en él se abisman nubes y corales. Las naves de su alcázar ya no son sino mástiles quemados; jardín donde se niegan los nombres y las fases de la luna. ¿Qué tendrías que darme si todo es tuyo, el canto y el silencio, los pájaros, los frutos que en el bosque son gnomos o arlequines? Sé que vendrás de noche, terrible maravilla que secas los naranjos para hacerlos espino y flor de cactus. ¿Cuándo veré tu rostro que guardan siete sellos de la melancolía? Sé sabio, dolor mío... El alba es de oro. No dejes que tu música se quiebre como hoja del verano. Da tu pasión en la tupida selva y busca en el lebrel los ojos puros. Sé que eres el azul que deshace los rotos farallones: Si suena un caracol sólo fantasmas hay y un viejo puerto. Por él me iré sin ti, sin mí, nocturno, vacío como un odre entre las dunas. ¡Oh infancia en la penumbra del solar que me das el naranjo y la serpiente!
El artista del silencio
A Juliana
¿Habría de negarlo? Si soy el último hombre que camina sobre la tierra y habría de negarlo si no hay pájaros que canten una canción en el otoño si no hay otoño si ya ha pasado el tiempo de las estaciones y habría de negarlo si no hay azul a quien decirle mi desconcierto si estoy donde los colores no tienen nombre en el juicio final incesante de los jardines Soy el último hombre que grita sobre la tierra que grita al cielo que se ha ocultado para siempre y habría de negarlo a quién ¿a Dios? acaso Dios es el artista del silencio de tantas hojas que no son o siguen cayendo al abismo y estallan en el aire sucio pero en qué aire. |
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