ALGUNAS CLAVES
PARA LEER A PABLO NERUDA
(Su correspondencia con Héctor Eandi)
Por Hernán Lavín Cerda
En el
vestíbulo de la Pensión Lutecia, muy cerca de la jaula transparente de los
papagayos, una jaula de crespón alto, urdimbre como de oro y tan exuberante que
tal vez ha salido de alguna página de El
otoño del patriarca, la novela de Gabriel García Márquez, el profesor y
ensayista Jaime Concha nos dijo que algunas claves para descubrir, existencial
o filosóficamente, el movimiento ondulante y subterráneo de Residencia en la tierra,
obra fundamental de Pablo Neruda, se hallaban en aquel diálogo epistolar que
durante algunos años se mantuvo entre el poeta y Héctor Eandi, un escritor
argentino cuya especialidad era el cuento y sus diferentes tonos o, incluso,
ramificaciones más allá de lo tradicional.
Recuerdo que yo había
viajado a Quito desde Santiago de Chile para integrar el jurado de la Primera
Bienal de Novela Ecuatoriana, aquel concurso que organizó en mayo de 1970 la
Casa de la Cultura que entonces dirigían nuestros amigos Oswaldo Guayasamín,
célebre artista plástico, y el escritor Edmundo Ribadeneyra. Debo decir que
otro de los miembros del jurado con quien tuvimos que leer, analizar y discutir
una buena cantidad de novelas, fue el crítico y ensayista mexicano Emmanuel
Carballo. Sobre Jaime Concha diré que había llegado a Quito por asuntos de
carácter académico. Era catedrático muy reconocido en la Universidad de
California, allá en San Diego. Antes lo hizo en Washington, en medio del frío y
la nieve. Volví a verlo hace algunos años en Tabasco, durante un encuentro de
maestros y escritores latinoamericanos. Fue un reencuentro muy enriquecedor con
Jaime Concha. Hablamos de este mundo y del otro. Los años del boom
latinoamericano, la poesía chilena, su labor académica en USA, el exilio, la
desarticulación del antiguo campo socialista en Europa, en fin. Los sueños
comunes y, ¿por qué no decirlo?, también los antisueños. Sentí que ni él ni yo
éramos los mismos, pero qué diablos, así es la vida. Nos reímos, a media voz,
de la engañosa Historia Universal con mayúscula, mientras observábamos
fraternalmente a nuestro querido poeta Omar Lara.
Regreso a la ciudad de
Quito y aún estamos en mayo de 1970. De pronto, como en una ceremonia muy
libre, anticeremoniosa y regida por Su Majestad el Azar, nos vemos las caras
bajo aquel techo del mundo. ¿Quiénes son los que están allí todavía? El
inolvidable ensayista y profesor universitario Agustín Cueva, Emmanuel
Carballo, Jaime Concha, Iván Egüez, poeta y novelista de altura, y Vuestro
Inseguro Servidor, Hernán Lavín Cerda, quien hace lo posible por articular
estos recuerdos. En aquellas reuniones diurnas, vesperales o nocturnas,
hablamos de tantas cosas: el auge del movimiento popular en Chile, la poesía
más o menos coloquial, los riesgos y los aportes del llamado exteriorismo, la
expansiva temperatura de los cronopios que fueron echados al vuelo por Julio
Cortázar, el mago mayor, la epopeya, sí, aquel “barroco genital de
Latinoamérica”, según la expresión de Pablo de Rokha, la sociología de la
literatura, la nueva narrativa donde la poesía y la prosa van de la mano, el
periodismo cultural, las múltiples variantes del realismo, el sueño, la
relación entre los intelectuales y el poder, el desierto espiritual y los
riesgos de una desintegración no sólo en el ámbito de la cultura. Pero de todo
ello, y acaso por sobre todo, se nos quedó flotando en el aire que aún respiro
el fantasma de un nombre que iba y venía más allá de la Cordillera de los
Andes: Héctor Eandi, así es, Eandi.
En junio de 1972, la
Editorial Universitaria de Chile publicó el volumen ensayístico de Jaime
Concha, Neruda (1904-1936).
En algunas de las páginas destinadas a Residencia
en la tierra, se reproducen fragmentos de aquel intercambio epistolar a
partir de la primera carta de Neruda a Eandi, fechada en Rangoon, Birmania, el
25 de octubre de 1927. Concha extrae esos fragmentos de la biografía del poeta
que elaboró la escritora Margarita Aguirre, pieza clave en esta historia, y
quien fue secretaria particular de Pablo Neruda durante algunos años.
A estas alturas de la
historia, debo decir que han transcurrido más de cuarenta años de mi
conversación con Jaime Concha. Ay, José Emilio Pacheco, no nos preguntes cómo
pasa el tiempo, para decirlo con esas palabras tuyas que dan título a una de
tus obras fundamentales. Debo decir que la Editorial Sudamericana publicó en
Buenos Aires aquella obra tan esperada por quienes intentamos unir los cabos
sueltos entre la vida, los desplazamientos diurnos y nocturnos, y la creación
poética del autor del Canto
General, entre tantas obras fundamentales. El título del volumen es Pablo Neruda. Héctor Eandi.
Correspondencia durante “Residencia en la tierra”. El trabajo de
compilación, el texto preliminar y las notas corresponden a Margarita Aguirre,
cuyas primeras palabras son las siguientes:
“El el otoño de 1962 y
en Punta del Este me dediqué por un largo fin de semana a perseguir a Pablo
Neruda para que me diera datos sobre su vida. Era en casa de los Mántaras, y yo
estaba entonces escribiendo por primera vez la biografía del poeta.
“—Comadrita --me contestaba
invariablemente--, usted lo sabe todo, no me pregunte a mí.
“Y si volvía a la carga:
“Invente, comadre, invente--. Y se echaba a reír.
“Pero una
tarde en que estábamos solos, al insistir con más vehemencia, cambió el tono y
me confesó que había estado pensando en lo que yo le decía acerca de los pocos
datos sobre su vida en Oriente y la época de Residencia
en la tierra.
“Me contó:
“—Por aquellos años tuve una amistad epistolar con un escritor argentino y
alguna vez él me dijo que conservaba mis cartas.
“Como el sediento al borde del agua, averigüé el nombre.
“—No debes conocerlo --aventuró--. Se llama Héctor Eandi.
“Pero yo sí lo conocía…”
Más adelante, Margarita
Aguirre cuenta cómo se inició la búsqueda de Eandi, los contactos, las
reuniones previas: “Lo estoy viendo a Eandi sentado en los incómodos sillones
ingleses (esos que tienen un respaldo muy adentro) del escritorio de mi casa.
Me explicó, con su hablar mesurado, que a pesar de las diferencias políticas él
sentía un gran respeto y admiración por la obra de Pablo Neruda y que estaba
orgulloso de haber sido su amigo en los años de juventud. Me entregó las cartas
diciéndome que las hiciera copiar si quería y que él confiaba en mí al
dármelas; por lo demás no deseaba que se publicaran sin que Neruda volviera a leerlas y a autorizarlo. No recuerdo
toda la conversación, lo que sí me reprocho ahora es no haber averiguado más
sobre esta relación ni haber escrito inmediatamente lo que Eandi me dijera…”
Del mismo prólogo deseo
reproducir este breve pasaje donde Neruda se refiere a su Residencia en la tierra:
“Mi libro recogía como episodios naturales los resultados de mi vida suspendida
en el vacío: ‘Más cerca de la sangre que de la tinta’. Pero mi estilo se hizo
más acendrado y me di alas en la repetición de una melancolía frenética.
Insistí por verdad y por retórica (porque esas harinas hacen el pan de la
poesía) en un estilo amargo que porfió sistemáticamente en mi propia
destrucción. El estilo no es sólo el hombre. Es también lo que lo rodea, y si
la atmósfera no entra dentro del poema, el poema está muerto: muerto porque
nunca ha podido respirar”.
No quisiera alejarme de
aquella atmósfera. Más aún: no debo hacer comentarios. Sólo me interesa que los
lectores se impregnen de aquella atmósfera. Por eso decidí elaborar un montaje
con algunos fragmentos de aquel epistolario. Es lo que ahora ofrezco a ustedes
para que al fin tengan una idea sobre aquel periodo de la escritura nerudiana.
De Neruda a Eandi.
Rangoon, 8 de septiembre de 1928. (Rangoon es un puerto en el sur de Birmania,
al sudeste de Asia, bajo la India y China. Hoy se conoce con el nombre de
Yangon):
“Así como con viejos
amigos se hace, cada día he postergado mi obligación de escribirle pensando en
esto como en un trabajo, en que por deber hay que mostrar lo más profundo, el
lado más legítimo, el más difícil de sacar afuera. Pero, verdaderamente, no se
halla usted rodeado de destrucciones, de muertes, de cosas aniquiladas? En su
trabajo, no se siente obstruido por dificultades e imposibilidades? Verdad que
sí? Bueno, yo he decidido formar mi fuerza en este peligro, sacar provecho de
esta lucha, utilizar estas debilidades. Sí, ese momento depresivo, funesto para
muchos, es una noble materia para mí… He completado casi un libro de versos: Residencia en la tierra,
y ya verá usted cómo consigo aislar mi expresión, haciéndola vacilar
constantemente entre peligros, y con qué sustancia sólida y uniforme hago
aparecer insistentemente una misma fuerza… Ahora con qué pagarle el Segundo Sombra que me mandó? Lo leí con sed y como si
hubiese podido tenderme otra vez sobre los campos de mi país escuchando a mi
abuelo y a mis tíos. Verdad que es algo grandioso y natural, algo conmovedor?
Olor a extensión, a caballos, a vidas humanas, repetidos de una manera tan
directa, comunicados tan completamente. Yo quiero pagarle este libro y le mando
aquí está fotografía del extraño Budha hambriento, después de aquellos inútiles
seis años de privación. Yo vivo rodeado de miles o millones de retratos de
Gautama en marfil, alabastro, maderas; se acumulan en cada pagoda, pero ninguno
me conmueve como la de este delgado y arrepentido. La otra la compré en
Cambodge, y son tres de aquellas bailarinas maravillosas. Ya nos veremos alguna
vez, Eandi; no sé, pero quisiera ir a vivir a España. Mi existencia aquí es
inhumana, imposible. Algún diario de Buenos Aires me pagaría correspondencias?
Necesito de esto malamente. El diario de Chile que me contrató no fue capaz de
cumplir, son una tropa de perros. (Se refiere al diario La Nación, de Santiago de
Chile, donde publicó doce notas sobre
sus viajes). Compañero, mi amigo: escríbame largamente, no tengo cartas de
nadie. No deseo libros, sólo leo viejos libracos, pero quisiera revistas,
periódicos. También Martín
Fierro, si vive. (Se refiere a la revista literaria cuyo primer número es
de 1924). No me olvido de abrazarlo al final de esta carta y a lo largo de la
vida”.
De Eandi a Neruda,
Buenos Aires, 18 de noviembre de 1928:
“Vivir es un oficio
cruel y difícil --miserable a veces--. Es a menudo un ir de desengaño en
endurecimiento, comprobando cómo nuestros deseos soslayaron la verdadera
realidad y nos prometieron algo que no estaba en las personas ni en las cosas.
Entonces, la literatura, la vida imaginada es un refugio, es cierto, pero de
vez en cuando, en los momentos de vivir hacia afuera, quisiéramos hallar a
nuestro lado alguien, o, en último término, algo que podamos sentir de veras
allegado a nosotros. Y allí es lo triste. Por eso ahora, pienso en usted, tan
junto a mí, a través de la distancia, y me alegro íntimamente. No es cosa de
agradecimiento: entre nosotros no debe haberlo; es cosa de alegrarnos, mi
amigo, y de ayudarnos a vivir en este aspecto de la vida en que la fatiga –y la
angustia a veces—nadie alcanza a ver. Yo tengo a usted y también, aquí, a una
compañera a quien quiero mucho. (Se refiere a Juanita Birstock, su esposa). Y
yo sé dedicarme a los cariños que me conquistan. Se imaginará cómo habré leído
sus trabajos! Y no sólo yo. Los he hecho leer a Borges (nacido en Buenos Aires
el 24 de agosto de 1899), a Luis L. Franco (escritor argentino nacido en la
provincia de Catamarca el 15 de noviembre de 1898) --ambos excelentes
poetas-- y a varios amigos. En todos la impresión es la misma: la de
hallarse ante la expresión poderosa de un espíritu torturado por el ansia de
decirse. Borges tuvo una expresión muy feliz: dijo que en sus versos hay algo
de mágico. Exactamente! Usted dice que sus libros son un hacinamiento de
ansiedades sin salida. Sí. No hay para las ansiedades posibilidad de
transmisión por medio de conceptos. Pero si sus ansiedades no tienen salida por
esa puerta imposible, tienen en cambio expresión en un lenguaje accesible
para todo espíritu que pueda ponerse en correspondencia con el suyo. Y en su
ansiedad --en sus múltiples ansiedades— hay algo gigante, algo cósmico que sacude
quizás el germen del dios fracasado que llevamos dentro. Por eso en usted es
legítimo el empleo de símbolos telúricos y la aproximación violenta de cosas y
de fuerzas que parece hubieran de exceder siempre los límites de nuestro vivir
y de nuestro sentir”.
De Neruda a Eandi,
Colombo (puerto de Ceylán, hoy Sri Lanka), 24 de abril de 1929:
“Le iré escribiendo hoy
día, y bebiendo, a medida; de qué otra manera llenar este inmedible vacío de
distancia en intimidad? Mañana corregiré esta carta cuya puntuación y
ortografía irán desapareciendo más y más, siento que se llenará de alcohol y de
pensamientos confusos como en una verdadera compañía… Me gustan las cartas
suyas, hechas con gran vocabulario, con una ciencia de dignidad lingüística que
me asombra, y una seguridad emotiva, un dominio de los sentimientos como ya es
imposible poseer… Me he criado inválido de expresión comunicable, me he rodeado
de una cierta atmósfera secreta, y sufro una verdadera angustia por decir algo,
aun solo conmigo mismo, como si ninguna palabra me representara, y sufriendo
enormemente por ello. Hallo banales todas mis frases, desprovistas de mi propio
ser. “Bueno, desearía
abrazarlo más bien, en esta gran desierta hora, y que tomáramos juntos este
terrible whisky tropical. Estoy solo; cada diez minutos viene mi sirviente,
Ratnaigh, viene cada diez minutos a llenar mi vaso. Me siento intranquilo,
desterrado, moribundo… Le he hablado de Wellawatta, el barrio en que vivo? Mar
y palmeras, aguas, hojas. El mar me rodea violentamente, sin dejar nada a mi
alrededor. Mi más próximo vecino cingalés hace danzar en este instante. (Mr.
Fernando) la Devil Dance, y los largos, angustiosos gritos, esta música
infernal de cada noche, espero que han de influenciar esta carta con un sentido
sobrenatural. El canto es prolongado en cada frase (conoce, Eandi, el cante
jondo o flamenco, así es), de una monotonía tiránica, y un ritmo en anillos,
sin fin. La señora está enferma, parece, y cada atardecer me rodea esta
cadencia mortal. Es igual a la muerte. “Eandi, nadie hay más
solo que yo. Recojo perros de la calle para acompañarme, pero luego se van, los
malignos”.
Ratnaigh, el vecino
cingalés, fue de verdadera importancia en la estadía de Neruda. Alojó a Jossie
Bliss en su casa cuando Neruda no pudo hacerlo. En 1967, al regresar Neruda a
Ceylán nuevamente, seguía viviendo al lado de la casa que había sido de Pablo.
Entonces le dijo: “Has llegado a tiempo. La tuya la demuelen la próxima
semana”.
Y Pablo Neruda continúa
escribiendo su carta: “Buenos Aires. No es este el nombre del Paraíso? Borges,
que usted me menciona, me parece más preocupado de problemas de la cultura y de
la sociedad, que no me seducen, que no son humanos. A mí me gustan los grandes
vinos, el amor, los sufrimientos, y los libros como consuelo a la inevitable
soledad. Tengo hasta cierto desprecio por la cultura, como interpretación de
las cosas, me parece mejor un conocimiento sin antecedentes, una absorción
física del mundo, a pesar y en contra de nosotros. La historia, los problemas
del ‘conocimiento’ como los llaman, me parecen despojados de dimensión. Cuántos
de ellos llenarían el vacío? Cada vez veo menos ideas en torno mío, y más
cuerpos, sol y sudor. Estoy fatigado. Hace dos días interrumpí esta carta, me
caía, lleno de alcoholes… Mi compañero de tantas leguas me ha dejado; Álvaro
Hinojosa está en Bombay. Estoy, pues, solo. Le habré ya hablado de mi casa al
borde del agua, de mi vida entre las palmeras?... Yo simplemente caigo; no
tengo ni deseos ni proyecto nada; existo cada día un poco menos… Pensaba ayer
mismo que ya es tiempo de publicar mi largo tiempo detenido libro de versos.
Quiere que se lo envíe? Se llama Residencia
en la tierra y ya
usted conoce parte de él. Son unas pocas hojas. Es un montón de versos de gran
monotonía, casi rituales, con misterio y dolores como los hacían los viejos
poetas. Es algo muy uniforme, como una sola cosa comenzada y recomenzada, como
eternamente ensayada sin éxito”.
De Eandi a Neruda,
Buenos Aires, 26 de agosto de 1929:
“Ya más cada vez, como
a través de una bruma lo veo, mi gran amigo, y se me va usted extrañamente por
entre las cosas y las sensaciones tan peculiares de ese mundo completamente
suyo. Si alguien tiene derecho a la vida, a su vida, ése es usted, creador de
su mundo, intransigente con el que todos aceptamos, con la cobardía elemental
de vivir. Me siento tentado de preguntarle muchas cosas, de su vida anterior y
de los motivos que le impulsaron a desterrarse; pero creo inútil hacerlo. Tal
vez lo que usted hace lleva en sí mismo su propia razón, si alguna tiene, y si
no tiene ninguna, es lo mismo. Antes le hablé de que ninguna época ha sido tan
heroica como la nuestra en el sentido de que es preciso un valor que llega a lo
heroico, para realizar en lo posible la propia vida, sin chocar abiertamente
contra todo. Ahora agrego otro heroísmo, más raro y difícil: el suyo, que
consiste en no tener reparos en chocar contra todo, en arrojar la propia vida a
la cara del mundo, como un gesto de rebeldía. En el fondo somos muchos los que
quisiéramos tener ese gesto, pero pocos los que alcanzan ese grado de heroísmo.
Por eso es lógico en usted despreciar los problemas de la cultura. Usted no
pertenece al clan, ni le importa su ley. Siente suyo el mundo en su
capacidad de inteligirlo, y le son indiferentes las soluciones que los demás
proponen al mismo problema… “Vi a Xul Solar para
llevarle su carta que leyó con gran cariño. Con ese motivo conocí de cerca a
ese muchacho a quien tantas veces había visto. Vive, de veras, en un mundo
metafísico. Es algo astrólogo y algo mago (en el buen sentido). Me hizo mi
horóscopo y me habló de muchas cosas metafísicas. El parece feliz en el sentido
de que realiza su vida con la amplia conformidad de su espíritu. Tiene algo de
santo que no pisa completamente sobre la tierra. Lo insté mucho para que le
escribiera a usted, y me prometió que lo haría con mucho gusto. Yo siento
repugnancia a penetrar en esas salas oscuras que se llaman espiritismo,
ocultismo, astrología, etc., por eso creo que difícilmente podré seguirlo. El se
maravilla de que usted no se encuentra a gusto en la India, pues dice que ese
es el mejor lugar del mundo para la vida del espíritu, el lugar donde más fácil
es convertirse en santo. ¡Santo! ¡Qué extraña palabra en estos mil novecientos
veintinueve años del mundo llamado cristiano! “Le he enviado varias
publicaciones, en algunas de las cuales hay trabajos míos. La Gaceta Literaria y Martín
Fierro han dejado de
existir --la segunda hace tiempo--. Ahora tenemos únicamente La Vida Literaria, que le voy
mandando a medida que aparece. Nuestro ambiente es pobre, lleno de pequeñeces,
y no permite la larga vida de publicaciones de esa naturaleza, sin finalidades
comerciales. No sé si nuestras naciones jóvenes aprenderán alguna lección de
desinterés. No es fácil porque los maestros no existen más. El mundo mostró,
con la guerra, su entraña podrida de comerciantes, y hoy parece ser su único
lema el ‘make money’ de los sajones del norte… Magnífico su ‘Tango del viudo’.
Lo he hecho leer a varios amigos que opinan otro tanto. Yo entro a sus poemas
como podría entrar a un universo totalmente nuevo, donde creyera haber vivido
ya otra existencia. Cada palabra, cada expresión me despierta como recuerdos de
ante vida, me ofrece vislumbres de una luz que alguna vez me alumbró. Nada más
ajeno a sus poemas que el significado habitual de las palabras con que están
hechos. Ese es el portento. De cada palabra extrae usted el secreto mágico que
todas llevan, y con esa sustancia sus poemas taladran, ascienden, penetran,
vuelan, y el mundo --un mundo espectral que está en las cosas y no es las
cosas-- le pertenece por entero”.
De Neruda a Eandi,
Wellawatta, Ceylán (hoy Sri Lanka), 27 de febrero de 1930:
“Tendido en la arena,
solo, en las mañanas grito de alegría EANDIIIIII, y todo lo que se me ocurre.
Los pescadores me miran asombrados, y les ayudo a tirar las redes. Qué joyas
sacan del mar, parece increíble. Pescados dorados con rayas de violeta, y el
rojo, el verde, el ultramarino pintados tan violentamente, y los extraños
hocicos convulsionando y muriendo, es un placer extremo ver las redes recién
sacadas. Los pescadores (aunque budistas) son muy brutales, y cortan los bellos
animales aún vivos, cosa terrible. “Contento,
indudablemente. En las tardes también sentado con mis pocos libros y mi whisky
and soda, me siento feliz. Sin embargo, mi querido amigo, no me faltan amargas
preocupaciones. Por suerte el primero de abril termino de pagar una deuda con
el banco (2000 rupees) y me ha costado sangre vivir pagándola, con dinero
apenas para mi arroz. En fin. La cuestión sexual es otro asunto trágico que le
explicaré en otra carta. (Este tal vez es el más importante motivo de miseria).
Y una mujer a quien mucho he querido (para ella escribí casi todos mis Veinte Poemas) me escribió
hace tres meses y arreglamos su venida, nos íbamos a casar, y por un tiempo
viví lleno de su llegada, arreglando mi bungalow, pensando en la cocina, bueno,
en todas las cosas. Y ella no pudo venir, o por lo menos no por el momento, por
circunstancias razonables tal vez, pero yo estuve una semana enfermo, con
fiebre y sin comer, fue como si me hubieran quemado algo adentro, un terrible
dolor. “Esto ha pasado, sin
siquiera poder decírselo a alguien, y así aliviarse, se ha enterrado con los
otros días, al diablo con la historia”.
(Se refiere a Albertina
Azócar, hermana del escritor chileno y compañero juvenil de Neruda, Rubén
Azócar, uno de mis maestros en la Universidad de Chile, y a quien tuve la
fortuna de conocer allá por la década de 1960 en la antigua Sociedad de Escritores
de Chile. Una oficina instalada en un vetusto edificio de la calle Agustinas,
muy cerca de la calle Estado, y en frente de la Casa Lavín, aquella tienda de
popelinas y casimires importados que fue propiedad de Don Julio, mi padre.
Albertina fue el motivo de inspiración de muchos de los Veinte poemas de amor y una
canción desesperada, que escribió Neruda en aquel tiempo. Al morir el
poeta, se dio a conocer el epistolario escrito en la época de sus amores. Sin
embargo, Albertina sostuvo siempre que las cartas del poeta habían sido
sustraídas por el autor del libro Poemas
Oscuros, Fernando de la Lastra. Véase Cartas
de amor de Pablo Neruda, Madrid, Ediciones Rodas, 1975. En el volumen Voy
a vivirme (Variaciones y
complementos nerudianos), Dolmen Ediciones, Santiago de Chile, 1998, Volodia
Teitelboim señala con agudeza: “Si Delia del Carril mantuvo bajo un sello
hermético las cartas enviadas por Neruda, las que recibió Albertina Azócar
trascendieron al público en mil novecientos setenta y cinco, desatando cierto
escándalo medio siglo después de haber sido escritas. La historia que detalla
cómo ese secreto fue violado es digna de novela policial o de película de
suspenso. De la trama no se excluyen el abuso de confianza, el intento de
seducción o soborno, la avaricia, los clásicos candelabros, el juicio criminal
ante los tribunales y la sentencia judicial condenando al autor del fraude y
compilador, Sergio Fernández Larraín, a devolver las cartas…, después que las
había impreso”. ¿Cómo se dio el insólito vínculo entre Fernández Larraín y
Fernando de la Lastra? La pregunta aún flota en el aire.)
Pablo Neruda sigue
escribiendo aquella carta que envió a Héctor Eandi desde Ceylán, y que está
fechada el 27 de febrero de 1930:
“Me paso el día leyendo
sin cesar, y encuentro cada vez más que el único placer que me va quedando es
leer. Leo casi solamente en inglés, toda clase de cosas, especialmente los
nuevos ingleses (hace tres días ha muerto el más grande entre ellos, D.H.
Lawrence), que tienen esto de curioso, que no se preocupan de ser ingleses
‘nuevos’ (a excepción de Joyce) sino de relatar directamente, con cierta
debilidad y descuido exteriores que es bastante agradable e inesperado para
hombres como yo cuya sola noción literaria ha sido modificar la forma, problema
cutáneo que me parece sin sentido. Demasiado tarde, para mí, tengo en los
huesos esta clase de destino superficial de la condición poética, y
naturalmente, como mal camino conduce a la esterilidad y a la gran fatiga.
Actualmente no siento nada que pueda escribir, todas las cosas me parecen no
faltas de sentido sino muy abundantes de él, sí, siento que todas las cosas han
hallado su expresión por sí solas, y que yo no formo parte de ellas ni tengo
poder para penetrarlas. En cambio qué bueno es leer, oír música y bañarse en el
mar. “Mis vecinos más
próximos son tamiles o cingaleses o burgher (criollos holandeses), y se han
puesto muy mezquinos y desagradables este último tiempo, atribuyéndome grandes
perversidades y haciéndome enemistad, todo porque vienen algunas muchachas a
verme, ellas mismas muy asustadas, porque esta gente ha aprendido todos los
cristianos escrúpulos de mierda, y hacen tabú de todo acto sexual… Yo nada sé
de mi libro que envié a Madrid hace ya tres meses, le diré en cuanto sepa. Escribo
casi nunca… Lo veo a usted bastante vivo y viviendo y pienso en su nuevo
trabajo de la casa sueca; por mi parte yo apenas si soy capaz de levantarme
cada día, escribir esta carta es un acto a la vez heroico y sumamente agradable
(esto porque significa una respuesta suya) y a menudo en la mañana no me
levanto, por dos días o tres vivo a medio dormir, comiendo un plato de arroz al
día y un poco de whisky, pero hay que contar también que es aburrido estar
solo. Tengo una cantidad de animales, perros, gatos, y uno muy curioso y
simpático: un ‘mongoose’, (lo he visto traducido por ‘mangosta’). Es un roedor
que sólo existe en la India, y que es el único ser que ataca a las serpientes
venenosas. El mío es muy pequeño, y las serpientes casi lo matan, pero es un
valiente demonio, y con el boy no nos cansamos de celebrarlo. Ni de noche ni de
día se aparta de mi lado, y si no está junto a mí rechaza toda comida. Por lo
demás es muy gracioso, con una gran cola”.
En este punto suspendo
la muestra de aquella amistad epistolar entre Pablo Neruda y Héctor Eandi. Creo
que nos ha permitido que toquemos la atmósfera que como una espiral fue
creciendo alrededor de Neruda en los años de la incertidumbre y el desamparo:
aquellos días de Residencia
en la tierra. El desvarío emocional, el vértigo en ciertas construcciones
sintácticas, los circunloquios, algún desequilibrio al interior de una
correspondencia más o menos lógica (sirva de ejemplo “Galope muerto”), el sueño
en vigilia y aquel ritmo seductor y envolvente, abrieron el camino a formas
nuevas, audaces, insólitas. La poesía en nuestra lengua tuvo, entonces, una
puerta de escape hace su propia renovación. Delirio as veces, temperatura y
metamorfosis. Un nuevo sistema de vasos comunicantes que aún nos comunican a
través de una sustancia inaugural, como bajo el poder de la hipnosis, una
hipnosis a medio filo, al fin muy despierta y poderosamente expresiva.
Ciudad de México, 1980, 2004, 2014 |