Mi abuelo y mi abuela tenían un caminar maduro. Ella, pausada en el galope; él, acelerado y discurrido.
Caminaban, mirando la última huella que había dejado el animal de turno. Ella seguía el paso del hombre como una secuencia natural.
El río de mi abuelo y de mi abuela no se parece al Guadalquivir ni al Guayas. Es un río de piedra que desciende sobre las sendas que faltan por conocer y adentrarse.
Mi abuela nada tiene que ver con la abuela de Perencejo. Perencejo no tiene esos senderos ni ese paso seguro y lento. El abuelo de Fulano no conoce el camino que mi abuelo guarda en el bolsillo: sendero extraviado entre la menta y el "king" sin filtro que olían sus pantalones.
Mi abuelo se parece a los astros. Mi abuela es un astro. Mi abuelo se parece a mi abuela y los dos a las estrellas.
Nada tienen del Guayas ni del Guadalquivir. Ni de los viejos Fulano y Perencejo. Los miramos a través de las radiografías de sus huellas. Miramos sus sendas como esfinges que heredamos para practicar la fe. Nada tienen que ver con mis zapatos torcidos.
Caminaron, los dos, el valle hasta la muerte. Son un río que esconde a las aguas debajo de las piedras.
BRILLOS
A Elsy Santillán Flor
Dentro de dos tres poemas me iré quién golpea la puerta? los siglos por venir ruedan abajo de los diez dedos de mis pies... Juan Gelman
Al golpear una puerta y preguntar por alguien, y responder que está o que no, y luego volver más tarde. Llamar y sentir que he vuelto con la esperanza de encontrarme con esa persona que abrió la puerta, y que ha dicho que está, que no está, que se ha ido.
La puerta está en el mismo lugar donde está el límite para ingresar a nuevas palabras. Pero basta con las mías, con las tuyas y con las del más allá... Y basta con mi puerta, que la he mandado a ventilar por futuros terremotos allí dentro.
HABANA DOS
Hay un balcón en aquella casa.
Cerca de él, dos pájaros tiran la tarde en sus plumas.
Cerca, una bandada de proyectos y gorriones.
Cerca, la turbulencia y los huracanes.
Cerca, un ciclón y el movimiento.
Hay un balcón con pretensiones de puerta.
Se abre y se duerme.
Vive y es torbellino.
Es un balcón con disfraz y alhajas.
Duerme en la Habana, se come la vieja nocturnidad.
Lejos el muelle, las balsas, los lunes. Lejos el olor a sol, a horarios. Cerca la bruma encendida en el fuego, el portón con olor a café, los carteles pegados, con una fecha que ya se ha ido lejos.
Qué triste está la puerta del balcón allí despierta, y yo con el insomnio de toda la eternidad.
Hay un ciclón cerca y no se mueve.
Hay un huracán y no despierta.
Dos pájaros tiran la tarde en sus plumas.
Miro aquel balcón y me da pena pero él está viejo para penalidades.
Qué triste es ver que el sol huye de sus poros.
Enfermo, este balcón, es medicina para creer en los pájaros que anidan debajo de su tiempo.
LA BRÚJULA
A María Teresa y Marta Eloísa
El abuelo cruzaba los montes para alcanzar el baño de luna.
Perdió el sendero que dibujó el río. Fue a descubrir el agua del mirto, del mamey, de los zapotes.
Cruzó los montes y llevó en su equipaje el mapa del camino de aguas.
Llegó a la planicie...
Procreó unas hijas que tuvieron hijos como si el río no escampara.
Las cumbres aprobaron el designio del abuelo.
El viejo fumaba. El nieto exploraba el curso del humo viejo y heredó la brújula con áncoras, con la que comenzó a destilar el misterio de las aguas.
EN LAS ESCRITURAS
Cuando Dios dijo: Háganse las aguas, se hicieron las cumbres.
No hubo orden cierta ni día octavo. Se dieron por sí solas.
De ellas supuró el líquido, los ojos de la selva, las semillas, los caminos del mar.
En ellas el demonio tentó a las aguas cuando el espíritu, en ellas, se movía.
EN LAS ESCRITURAS tres
Buscar al hombre en el agua, colocarle pasos de firme tierra, soltarlo en el camino: sentirlo caminar como veleta encendida en rojo; sacarlo a relucir en los poemas del aire, y volverlo tres partes de agua y una de espuma. |
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