José Luis Díaz-Granados (Santa Marta,
Colombia, 1946). Poeta, novelista y periodista. Muy joven, a los 22 años,
publicó su primer libro de poesía El
laberinto y ganó el Premio "Carabela", en Barcelona, España
(1968). Fue comentarista bibliográfico de "El Tiempo" de Bogotá
(1979-20). Su novela Las puertas del
infierno (1986), fue finalista del Premio "Rómulo Gallegos" al
año siguiente. Ha sido presidente de la Casa Colombiana de Solidaridad con los
Pueblos y presidente de la Unión Nacional de Escritores (UNE). Ganó el Premio
Nacional de Periodismo "Simón Bolívar" en 1990 por su entrevista al
poeta nacional Luis Vidales, y el Premio de Novela "Aniversario Ciudad de
Pereira" en 1994 por su obra El muro
y las palabras. El gobierno chileno le otorgó la Medalla de Honor
Presidencial "Centenario Pablo Neruda" en 2004. Sus libros de poesía
se hallan reunidos en el volumen titulado La
fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003). Otras novelas suyas son: El esplendor del silencio (1997), Ómphalos (2003), La noche anterior al otoño (2005), Los años extraviados (2006), Cita
de amor al mediodía (2010) y Fulgor
de la Calle Grande (2012). Ha publicado también varios libros para niños.
El 2008, fue el Poeta Homenajeado en el XVI Festival Internacional de Poesía de
Bogotá. En 2014, el Fondo de Cultura Económica publica El Laberinto. Antología poética, 1968-2008.
INSTANTÁNEAS DE JORGE GAITÁN DURÁN
Años sesenta, un día, una mañana. Gaitán Durán, amable, me indicó que Gonzalo González, el director del suplemento, Estaba por llegar. Siéntese, espérelo…
No sabía él que yo conocía Amantes, Su mejor libro, y que había jurado Dejarme barba, como él, cuando fuera mayor, Y ser viajero del mundo, como él, Revelador de Sade y de asombros perdidos.
Lo vi, noches después, en la librería La Gran Colombia, de pie, recostado Sobre estantes con libros que alumbraban La estancia, indiferente, hojeando un tomo De poesías de Quevedo, mientras discutían Estanislao Zuleta y el psiquiatra Socarrás.
Lo vi una tarde en la Biblioteca Nacional, Con una joven rubia. Lo vi después Con otra muchachita en una exposición.
Lo vi junto a Eduardo Cote y Alejandro Obregón En el Teatro “El Búho”, callado y expectante, Rojo, sonriente y contenido, frente a una riña De brasas de todos los colores verbales Entre Marta Traba y Oswaldo Guayasamín.
Y lo vi un mediodía caminando de prisa Por la Carrera Séptima, con su gabán azul Y unas gafas oscuras pequeñas y cuadradas. Iba con su elegancia descuidada Repartiendo fulgores invisibles.
Era el emperador de la poesía. Era el rey, Era el as, era el relámpago De la eternidad cruzando la ciudad.
Meses después, un día, una tarde, Manuel, mi hermano, trémulo, agitado, Me informó que el rey había caído De una nave sin dios al mar eterno.
En ese instante helado también murió mi infancia.
JÚBILO
No faltarán palabras para cantar el júbilo, siempre tendré un murmullo. Para abrir el silencio, para herir la clausura de la noche siempre tendré en mis labios un balbuceo, un canto, una balada, nunca un eco que roce mi boca o mi destino. Nunca vendré de nadie para alabar tu cáscara, sobrarán los instantes para besarte íntegra. No faltarán las sonrisas ni goces en las ceremonias improvisadas. Todo se hará a su tiempo y será pronto. Ahora abandonémonos a este ocio invisible.
LA FIESTA PERPETUA
Mi historia está llena de silbidos y dédalos, de voces y de veces, de jodidas preguntas, de estaciones narradas para un inventario de cicatrices y de resonancias.
Mi historia es una casa que envejece con sus recintos intactos. Mi historia es un cuerpo que habita entre estupores y una boca que incendia las palabras cuando bebe el amor. Mi historia debe ser un banquete, una fiesta perpetua donde conviven el duende y el disturbio.
LA NUEVA CASA
El exilio es una nueva empresa, un nuevo oficio.
Los flamantes compañeros parecen viejos que acabaran de nacer.
Todo es nuevo.
Hay nuevos modos de reír y de llorar.
Hay otro estilo de meter la pata y de cortarse el pelo.
Todo es reciente, inédito, curioso, impertinente, extraño, sorpresivo.
El exilio es una casa enjuagada, con una ventana y dos puertas.
LAS PALABRAS
El niño Sartre me enseñó su parábola Una noche, a través de millares De piedrecitas plateadas.
No cabía en mi cuerpo de diecisiete años Tanto júbilo claro y oscuro y culminante.
Cada palabra de Las palabras era una piedra De plata, pero también una gota de lluvia, Una brasa en la nieve y una uva.
Al amanecer, estaba embriagado de campanas.
MATRIMONIOS
Me casé dos, tres veces. Fue en el siglo Pasado. Con cada mujer escribí libros, poemas. Escribí libros y letrillas. Con cada una de ellas Bebí y viví rones y estancias. Crucé en navíos Los insondables lagos, extraviados De todo el mundo y de nosotros mismos.
Éramos fábricas de sangre y de cansancios. Éramos a la vez perfumes y batallas, En danzas de alboradas aún llenas de estrellas.
Me casé dos, tres veces. Y tal vez fui feliz Porque ahora es de miel y leche puras La tinta con que escribo estos silencios.
PELDAÑOS
Me veo vivir subiendo una escalera.
En un peldaño hay una espada, en el siguiente un aguijón, en el ulterior un gato y luego veo una cerradura.
¿En qué peldaño saldrá el sol?
PEQUEÑA ELEGÍA
Has desertado en silencio de tus sueños y tus voces Exiliado voluntario de este amanecer lleno de noches, Desde una altura invisible nos miras sin mirarnos. Eras, hermano mío, yo convertido en otro, Como si me hubiese contemplado durante muchos años En un cuerpo, en un rostro, en unos ademanes Que se llaman Felipe y que se han ido. Un hálito sin música se llevó el tono de tus signos Y yo busco en mí mismo, dentro de mi fuego arterial, Algún gesto, algún ritmo, algún grito que detenga tu vuelo.
POEMA CERO
Hay hombres que cazan lagartijas con una mano podrida. Hay hombres que beben miel en el mar para calmar la sed. Hay quienes se ocultan en la transparencia para defecar. Hay hombres que duermen en el fango para ver crecer los helechos. Hay quienes no salen de su casa para poder viajar. Hay hombres que no aman por temor a naufragar en alma ajena. Hay hombres sin patria que padecen la despierta pesadilla de la suya. Y hay quienes cantan en silencio desde el escondite de su tedio.
SAUDADES
(Invierno aún golpeando en primavera).
Viendo y oyendo a Charles Aznavour En La Habana, al filo de la medianoche, Mientras estallan olas contra el Malecón, Veo y escucho sordas oquedades Y siento vuelos y palpo rupturas, Tantas, que siento que la noche es sol De cielos rojos y Bogotá es París De tiempos idos, tiempos aturdidos Que ahora son sólo sueños, sólo sueños, Sólo sórdidos sueños o suspiros.
SILENCIO Y MEMORIA
I
No tengo miedo, nunca tengo miedo, Porque está aquí mi padre. En la sala, leyendo, mi padre. Entrando por la puerta, Colocando el sombrero en el perchero, Saludando a mi madre, mi padre, Escuchando, escuchándome, Contemplándome el sueño, mi padre.
2
Hace cuatro décadas se convirtió en poema. Entre los naranjales y las palmas Sus manos blancas y orgullosas Saludaban o se despedían Y sus ojos melancólicos, rotundos, Miraban algo escépticos El fulgor delirante de la tarde.
3
Ahora no sé si duerme en algún sótano Donde el mar aletea tal vez llamándolo, O si libra un combate en orbes locos Mientras su rostro invisible es la semilla De una nueva estación o de una estrella.
4
Su recuerdo es verano y es océano Y es arcilla y es nieve y es ciudad, Y es ese rostro único, esa figura única, Ese padre que veo entre estas letras Que me bebo entre lágrimas Mientras contemplo su sueño Y me aproximo a él con pasos lentos. |
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