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Minerva Margarita Villarreal


Minerva Margarita Villarreal nació en Montemorelos, Nuevo León, México, 1957. Es maestra de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, donde dirige la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria y la colección de poesía internacional El Oro de los Tigres. Entre otros libros de poemas de su autoría destacan: Pérdida (1992), que mereció el Premio Nacional “Alfonso Reyes” 1990; El corazón más secreto (1996; segunda edición de 2003), que obtuvo el Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines” 1994; Adamar (1998; segunda edición de 2003; edición bilingüe de 2008) y Tálamo (2011), Premio de Poesía del Certamen Internacional de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz” 2010. Presidenta del Seminario de Cultura Mexicana de la Corresponsalía de Monterrey. Es miembro artístico del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

 

 

 

10 epigramas

 

 

 

 

Lo que se hereda no se hurta

 

Un siglo después de que Homero cantara su Ilíada

el mordaz epigrama vio la luz,

inspirado en sus celebraciones más altas

pero buscando el lado oscuro de la fiesta;

debilidades y fallas destilan

en este ingenio lapidario,

que bien pudo derivar

de la certeza de los epítetos.

 

 

 

 

Círculos concéntricos

 

En noches de juerga fuiste capaz de buscar a la ligera Apronenia,

traicionando a Cintia, tu esposa, con su amiga;

así, Amiano, a tus jóvenes hijos hallarás en antros

cazando droga

como si fuera oxígeno

pues el aire que en casa se respira, envenena.

 

 

 

 

 

Manumisión

 

Dices que Drusio, tu esposo, perdió los dientes

a causa de esa droga llamada cristal;

también ha perdido el juicio,

encerrado en su cuarto a todas horas,

pendiente solo del suministro y el pago.

Y te lo ha hecho perder a ti, Drusila,

llamándote perra, flor de puta, insaciable

depredadora de sus bienes,

como te exhibe ante propios y extraños.

Ahora hablas y caminas sin rumbo

y ni escuchas ni paras.

Si en vez de dispendiar en lujos

y usar ese apellido

volvieras a tu puesto de cajera en el banco,

barata pagarías tu libertad.

 

 

 

 

De retórica y poética

a Julio Ortega

 

No hay palabra que no esté en el diccionario.

Los vicios del poema dejan de serlo

si son verificados en su retórica.

Las inversiones del retruécano

se tornan, a punto de sutura,

lisas superficies del verbo.

Puedes levantar monumentos con la hipérbole,

monstruos con el oxímoron,

acicatear con la ironía,

evitar excesos y lugares comunes,

pero la poesía,

una vez que aparece,

no conoce de regla ni ley que detengan

la fuerza de su paso.

 

 

 

 

Ayer despedimos a Kyria Laurentia

 

Ha muerto Kyria Laurentia, matrona de severa viudez,

ejemplo de rectitud y dones.

Después de las honras el cortejo tomó la ruta del cementerio.

Incontenible era el llanto de Zephas, el menor de sus hijos,

a quien todos vinculan con el narco.

—Ha de estar arrepentido del negocio.

—Hizo sufrir mucho a su madre.

—Míralo, cómo llora.

Seguimos hasta enterrar el cuerpo.

Si esta desgracia no hubiese acontecido,

el nuevo capo

no tendría que derramar tanta lágrima

a la sombra de su madre

como dinero dilapida

por los favores de las mujeres

que en el camino encuentra.

 

 

 

 

Latomías del Topo Chico y Apodaca

 

En Siracusa se plantó la semilla que,

cerca de tres mil años después,

germinó en campos de concentración:

dejaban morir a los reos.

Aquí no tenemos esclavos

pero las cárceles se han transformado en letrinas infectas.

Antes, dos niños por año,

hoy nacen ciento treinta criaturas en cautiverio.

Inventaron un túnel,

aseguraron una fuga de presos

que solo era una treta para eliminar al joven director.

En las cárceles del Topo Chico y Apodaca,

desde el lujo de sus celdas,

los capos controlan

drogas, mujeres y venganzas;

deciden cómo y cuándo

el resto de los reclusos

y todos nosotros

habremos de morir.

 

 

 

 

La litera de Claudia es detenida ante el paso de las masas

 

¡Esta aberrante multitud,

esta imprevista marcha que obstaculiza mi paso!

Ojalá mi hermano

volviera del Hades y estuviera aquí

para ordenar una leva

y así limpiar

nuevamente

las calles de Iguala.

 

 

 

 

43 d. C.

 

Desde su trono, Herodes pide superar el duelo,

viste Gucci, posa con Herodías, su bella mujer,

y los hijos que ha engendrado cada uno por su cuenta.

La fotografía los muestra altivos y radiantes;

en joyas, vestuario y maquillaje

dispendian el erario público

mientras el pueblo,

entre los basurales,

busca el cadáver de sus hijos.

 

 

 

 

Catulo en los confines de la guerra del narco

 

                                                                                                    a la memoria de Antonio Cisneros

 

Con su cuerno de chivo en la patrulla blindada

avanza contra legiones de narcos y bandidos;

en esa troca, con su chaleco antibalas,

no teme a los mil carros de combate.

Pero, valiente Catulo,

si mis ojos alcanzan tus pupilas

nada serás sino

el sobreviviente herido y sin caballo

que las fieras se rifan

cuando llega la noche.

 

 

 

 

El acto de caer

 

Una caída siempre obliga a las cavilaciones.

Si el golpe deriva en fractura

se requiere reposo y mucha materia gris

para aquilatar los pasos por andar,

y, sobre todo,

reconstruir en la imaginación

lo que mente alguna hubiera deseado:

la forma en que nosotros mismos

nos metemos el pie

para caer,

como si solo así, en la caída,

tuviéramos la dicha de contemplar el cielo.