Hugo Mujica nació en Buenos Aires en 1942.
Estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Esta gama
de estudios se refleja en la variación de su obra que abarca tanto la
filosofía, como la antropología, la narrativa como la mística y sobre todo la
poesía.
Entre sus principales libros de ensayos se cuentan Kyrie Eleison (1991), Kénosis (1992), La palabra inicial (1995), Flecha en la niebla (1997), Poéticas del vacío (2002), Lo naciente (2007), La casa y otros ensayos (2008) y La pasión según Georg Trakl (2009). Solemne y mesurado (1990) y Bajo toda la lluvia del mundo (2008), son sus dos libros de cuentos. Su obra poética, iniciada en 1983, ha sido editada en Argentina, España, Italia, Francia, México, Estados Unidos, Chile, Eslovenia y Bulgaria. En 2005 Seix Barral la publicó en Poesía completa. 1983-2004, en 2011 se editó su último libro de poesía: Y siempre después el viento. Su vida y sus viajes han sido el material principal de su obra, hitos como el haber vivido y participado de la década de los 60 en el Greenwich Village de Nueva York, como artista plástico, o el haber callado durante siete años en el silencio de la vida monástica de la Orden Trapense, donde comenzó a escribir, son algunos de los mojones de su historia. En 2013 recibe el premio Casa de América en España por su obra Cuando todo calla. De Cuando todo calla, Ed. Visor, Madrid, 2013 XIII PREMIO CASA DE AMÉRICA DE POESÍA AMERICANA
I
Anochece y se van replegando los ruidos;
solitario, un perro rengo cruza la calle.
Anochece y es en la quietud donde la vida nos revela lo que aprende de sí mientras late nuestra vida.
II
Se enciende el día sobre la desnudez de los llanos
la neblina disuelve su velo y los sauces emergen renacidos.
Todo se abre y el verlo abre el alma, el alma que es ese abrirse.
(El paraíso no fue perdido lo perdido es el asombro.)
IV
Viento y las nubes se deshacen; brisa y blancas se transfiguran.
Hay ecos que no son de las palabras son del aliento, no nos repiten nos convocan a escuchar lo que para decirse nos llama.
VI
Hay una hendidura en la palabra hendidura,
un desgarro donde cada palabra calla, donde todo callar crea;
es lo que en el decir es aliento no de sonido, es donde en cada palabra nos escuchamos revelados.
VII
Hacia lo alto, hacia la luz se distancian las ramas,
en lo hondo, en la oscura tierra, las raíces se encuentran, la sed las entrelaza.
X
Cuando la lejanía late adentro es que el adentro ya es afuera;
es haber llegado al alma, a ese hueco de nadie que en cada uno se abre todos.
XIII
Silencio
y en el silencio respira la noche, respira silencio.
Por la ventana entra una brisa,
entra, sale y pasa sin dejar ni llevarse nada
y súbitamente, en ese paso, nada sobra, nada falta.
XVI
Hay noches que con su propia sombra encienden su misterio,
pájaros que hacen del vacío la soltura de sus alas, y hay vidas a las que le basta el silencio para escucharse contadas.
XXI
Se acuesta el sol y todo parece en vilo como para revelar anunciar un secreto.
No basta con cerrar los labios, al silencio hay que escucharlo, dejar que nos diga él lo que de nosotros callamos.
XXII
Algunas huellas no son de pasos son de ausencias, no trazan, borran;
son el atajo hacia el final, son las que nos salvan del regreso.
XXIV
Otoño,
lenta brisa y llovizna sobre la arboleda.
Imperceptible, sin saber si es la lluvia o son las hojas, algo resuena en mis oídos.
Cuando se escribe escuchando, cuando al decirlo callamos,
es en la escritura que la llovizna cae,
es entre las sílabas que la brisa sopla
y es en uno mismo donde el otoño se despoja de lo que en la vida ya es pasado.
XXVI
No toda raíz cumple su destino de luz ni cada grieta abre su promesa de abismo;
tampoco todo andar llega a palpar la tierra: apenas uno que otro entra descalzo a la muerte.
XXVIII
El día no es solo día también es noche encendida, sombra trasparentada.
Es porque no tiene sombras que no vemos lo que el vacío enciende, que no vislumbramos lo que nos queda cuando no nos queda nada.
XXIX
Solo desde lo que se arranca del todo nace lo que nunca estuvo
(de la semilla que guardamos crece apenas lo que ya fuimos).
XXXIV
La lluvia cabe en la lluvia y en sí mismo se consume el fuego,
solo el hombre no habita su casa solo a él le desborda su alma.
XLI
Sin cerros ni arboledas el viento vuela ancho la calma del valle.
Más vasto que esperar algo es el no nombrar la espera: ese no saber lo que llega, ese dejar que nos nombre.
XLII
En el tronco partido crecen los hongos y en las grietas del muro tejen casa las arañas;
¿quién no cosechó en las heridas que en otros pechos se abrieron?
XLIV
Hay tajos que son de amor que nos abren un adentro;
hay tajos, esos mismos tajos, que nos salvan de nosotros: que nos regalan su afuera.
XLVI
Todo río vuelve a su cauce y el polvo a la tierra.
No es hacia lo alto que se despliegan las alas: volar se vuela en las honduras que las raíces cavaron.
XLVII
Siempre hay algo que no llega a volverse carne: no es que nos falte es que nos excede.
La vida no cabe en la vida por eso siempre, en algún lugar, se nos parte.
XLIX
Al final no habrá final habrá la entrega:
ese salto sin orilla desde donde darlo, ese saltar al vacío desde el que una vez llegamos,
esa entrega para la que nos fuimos vaciando. |
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