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Neruda y Reyes | Marco A. Campos

 PABLO NERUDA Y ALFONSO REYES:

UNA AMISTAD DESCONOCIDA

 

Por Marco Antonio Campos


 

a Hernán Loyola, gran nerudista

 

   Mínimamente estudiada es la cercana y a la vez distante, noble y a la vez conflictiva, relación amistosa entre Pablo Neruda y Alfonso Reyes. Una relación de magníficos encuentros lejanos y repentinos pero amargos desencuentros próximos.


   Hasta donde sabemos, Alfonso Reyes fue el primer escritor mexicano con el que, sin conocerlo en persona, Neruda tuvo contacto. Gracias a la habitual e infinita generosidad de Alicia Reyes, nieta de don Alfonso y ángel guardián de la Capilla Alfonsina en Ciudad de México, obtuve un manojo de documentos que permiten rehacer a grandes perfiles aquella distante y compleja amistad. El mismo Volodia Teitelboim, íntimo amigo y objetivo biógrafo del Poeta, la menciona apenas en su detallada biografía (Neruda, BAT, Santiago de Chile, 1984). Margarita Aguirre, otra de sus biógrafas conocidas, quien fue su secretaria particular muchos años, no sólo no la menciona siquiera, sino el paso de Neruda por nuestra república, que resultó esencial en su vida y su poesía, apenas le merece dos de las 332 páginas de su libro de 1973 Las vidas de Pablo Neruda, olvidando que México (él lo reconocía) le dio la raíz americana, el sentido subyacente del pasado prehispánico, las voces enterradas de las ciudades, amistades con grandes pintores como José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros y con escritores y poetas notables como varios de los exiliados españoles, el mismo Reyes y los jóvenes Efraín Huerta y José Revueltas. El único que dio un segmento más o menos importante a la vida de Neruda en México fue el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal en el que sigue siendo acaso el mejor libro biográfico-literario (El viajero inmóvil).

   Todo tendía a distanciar o separar a Reyes y Neruda, y en algún momento, la amistad estuvo a punto de precipitarse al vacío. Después de los años cuarenta la relación parece haberse sostenido sobre alfileres, pero contra todo, pese a los espinosos desencuentros, pese a rabietas, reproches y reclamaciones de Neruda, la amistad distante se mantuvo hasta la muerte del polígrafo mexicano en 1959. Eran dos hombres muy distintos: Reyes era un hombre de letras, de trato cortés y conversación chispeante, noble, probo, que apreciaba como Borges las grandes bibliotecas, quien gustaba de cultivar amistades valiosas en sostenidas correspondencias y cuidaba y calculaba cada línea en las cartas y los recados para proteger su imagen. En política tendía al conservadurismo. Por su lado, Neruda era un hombre que buscaba “la absorción física del mundo”, quien prefería la lectura de autores de profundidad telúrica o novelas de entertainment  (es fama su afición por la narrativa policial), quien no hacía demasiados distingos en la selección de sus amistades, y que fue, al contrario de Reyes, un pésimo corresponsal y hubiera rechazado instintiva y definitivamente ahondar en el análisis del cisne congelado de Góngora y en los versos al abanico de la señora Mallarmé. La cortesía y las buenas maneras no eran para él un lujo indispensable. Fue un hombre complejo (como todo gran artista), buen amigo de sus amigos, feroz en la invectiva, y, desde los años de la guerra civil española, con simpatías comunistas. Sin embargo existían puntos de unión entre ambos pero no parece haber habido demasiado tiempo para compartirlos: la poesía, la fascinación por las mujeres, el gusto por los banquetes opíparos y los actos de homenaje en su honor.

   Pero volvamos la vista hacia el segundo lustro de los años veinte. Neruda vive en Colombo, en la antigua Ceilán. Los que serían los días más difíciles de su vida coinciden con la primera estancia de Reyes como embajador en la Argentina. Dos cosas que don Alfonso destaca en su Diario durante su residencia porteña (una, del 24 de agosto de 1927, y otra, del 1º de enero de 1928), habrían acaso dejado al joven Neruda, quien vivía en una soledad ácida y un hastío de llanto, en estado de total asombro: el número de clubes a los que don Alfonso pertenecía apenas a seis meses de su llegada a Buenos Aires y los trabajos literarios pendientes. Los clubes eran, entre otros, el Jockey Club, el de Gimnasia y Esgrima, el de Belgrano, el de la Biblioteca del Consejo Nacional de Mujeres, el del Progreso, el de Amigos del Arte y el Argentino del Ajedrez, y entre los “trabajos pendientes” se contaban prólogos, estudios, colaboraciones, correcciones a antiguos libros, revisión de pruebas, conferencias,...

   Aunque ambos ocupan puestos diplomáticos cuando entran en contacto por primera vez a través de los oficios del cuentista argentino Héctor Eandi, Reyes, quien tenía 40 años, era embajador, mientras Neruda, quien tenía 25, era Cónsul de Elección y Honorario, con un sueldo de milagrería, que hacía más ardua su ya difícil vida. Reyes ya era el escritor consagrado, el llamado mexicano universal, querido y buscado por todos, mientras Neruda sólo había publicado Crepusculario y los Veinte poemas, y su fama se reducía a amplios círculos pero casi exclusivamente de su país. Por esos años Reyes continuaba con los estudios sobre Góngora y Mallarmé, se reunía con escritores como Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges,  que fundarían años después la revista Sur, con Ramiro de Maeztu, José Ortega y Gasset y Juana de Ibarborou, contribuía a introducir en Argentina la revista mexicana Contemporáneos, y se la pasaba en recepciones diplomáticas, conferencias, discursos oficiales, apuestas en el hipódromo, y aun jugar mucho golf y a tirarle al pichón. Una vida de “¡cuántas cosas a la vez!”, como exclama en algún momento; un mundo, digámoslo con cierta incomodidad, de sibarita aplacado, de burgués complacido; un mundo que era la clara negación de los años pobres vividos en Madrid, y el cual, agreguemos con alivio y simpatía, acabaría aborreciendo años después.

   ¿Pero Reyes fue feliz en la primera residencia argentina? Durante dos años, si leemos su Diario, no hay una sola lamentación de fondo; apenas, aquí y allá, entre líneas, golpes a la cabeza de ciertos personajes. Pero por los días del llamado “asunto Neruda”, concretamente el 24 de julio de 1929, escribe unas líneas terribles y amargas, que lo son más, viniendo de alguien tan equilibrado y objetivo como él: “Nunca comprenderá nadie hasta qué punto estos años de Buenos Aires van siendo para mí –en todos los órdenes—una escuela de sufrimiento, paciencia, tristeza, aburrimiento y penuria material. ¡Mil veces mejores mis peores instantes de dolor y pobreza en mis días heroicos y claros de Madrid!”

   ¿Pero cómo se inició esa rara relación Neruda-Reyes? Neruda, como decíamos (lo ha contado en las cartas a Eandi que Margarita Aguirre recogió y publicó con el título Correspondencia durante Residencia en la tierra, en las cartas a Albertina Rosa Azócar, el gran amor chileno de los años veinte, que le inspiró al menos la mitad de las piezas que componen los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, y quien está detrás de los instantes amorosos de El hondero entusiasta y la primera Residencia en la tierra, y, por supuesto, en las prodigiosas páginas de sus memorias, Confieso que he vivido), sentía que su trabajo en Colombo era detalladamente absurdo y su vida se hallaba signada por días de soledad y vacío sin fin. Los años asiáticos serían acaso los más desventurados de su vida. Para huir de las horas de angustia y desdicha se refugiaba en tablas de náufrago fugitivas como el whisky, el opio, mujeres efímeras, la lectura voraz y la escritura de la poesía.

   La amistad Neruda-Eandi nació sin que ambos se conocieran personalmente. Sólo se verían las caras por primera vez en 1933, cuando Neruda estuvo fugazmente en Argentina como Cónsul. Eandi había descubierto en Buenos Aires con asombro iluminado los Veinte poemas de amor e inclusive escribió una nota crítica que se publicó en la revista Cartel, en diciembre de 1926. Eandi se la expidió a Neruda a Rangoon. Allí comenzó un epistolario pleno de detalles nobles de parte de Eandi y de continua gratitud del lado de Neruda. Creo que sin ese conjunto de cartas ignoraríamos al menos la mitad de lo que fue la residencia asiática nerudiana. La otra fuente básica son las cartas a Albertina Azócar, la musa blanca (la otra era morena) de los Veinte poemas y sus bellísimas Memorias.

   Neruda había llegado a Rangoon, Birmania, en 1927, y casi de inmediato empezó a sentir el agua hasta el cuello. Soñaba (se lo repetía epistolarmente a Eandi) con el traslado a Europa; poco después de empezar la correspondencia Neruda le escribe que con tal de salir de ese hoyo húmedo no le disgustaría el traslado a Argentina o México. Si no me equivoco, es la segunda vez que Neruda quiso venir a nuestro país. La primera fue cuando propuso a Albertina, en los años adolescentes, viajar a México. Así lo atestiguan dos cartas, quizá de 1925 ó 1926 (Neruda no puso el año en la gran mayoría de sus cartas amorosas). De las cartas de Neruda a Albertina, escritas entre 1921 a 1932, se conservaron 111. En la 37, que está fechada en marzo 7, dice al principio del tercer párrafo: “Tal vez sería mejor que te fueras conmigo a cualquiera parte. Ah! México”; en la carta 44 la inicia así: “Es natural, que si la revolución termina, nos vamos los dos a México, a querernos libremente, aunque vivamos con pobreza”. Al parecer el hermano de Albertina, Rubén Azócar, gran amigo del Poeta, estaba por esos días en nuestro país.

      La primera carta de Neruda a Eandi data del 25 de octubre de 1927. Como se sabe (lo recuerda Margarita Aguirre en el prólogo al epistolario entre ambos), el chileno jamás guardó correspondencia ni fotografía alguna. Sólo a partir de los años cincuenta, Matilde Urrutia, la tercera y última esposa del Poeta, se hizo cargo de las tareas de archivo. Por tanto, desde los años veinte a los cincuenta sólo se guardan las cartas que envió Neruda a sus corresponsales, y las que éstos, en casos excepcionales, enviaron y tuvieron cuidado de copiar para sí. Todo debe sacarse o entresacarse de las misivas nerudianas.   

   Desde esa primera carta a Eandi, Neruda empezará una letanía de lamentos, como de sonido de plegaria árabe, que se prolongará por cosa de cinco años. Desde esa carta inicial ya habla de “aburrimiento y de abandono”. De 1928 se conservan dos cartas enviadas desde Bengala Bay y Rangoon: una, del 11 de mayo, y otra, del 8 de septiembre, donde se halla concentrado asimismo, como en otras posteriores, mucho del lenguaje y del orbe crepuscular y marchito de las musicales e intrincadas Residencias. El 11 de mayo escribe que la tarea literaria se le complica cada vez más y se la pasa en “preocupaciones pobres, en pensamientos escasos”. En la del 8 de septiembre declara estar de tal modo encarcelado por su entorno, que piensa que los otros deben estar igual: “¿Pero, verdaderamente, no se halla usted rodeado de destrucciones, de muerte, de cosas aniquiladas? ¿En su trabajo, no se siente obstruido por dificultades e imposibilidades?” Para entonces,  a sus 24 años, ya ha “completado casi un libro de versos”. Algo curioso: desde entonces el título estaba definido: Residencia en la tierra.

    En esta carta de septiembre Neruda menciona por primera vez concretamente el deseo de ir a España. Necesita dinero, y como en el caso de César Vallejo por esos años en París, el pago de las colaboraciones desde su país por el diario que lo contrató caía en un pozo vacío. Con toda justicia, como Vallejo, soltaba insultos y dicterios. “Son unos perros”, decía definiéndolos.

   En 1929, antes de las gestiones de Eandi con Reyes, hay las cartas del 16 de enero y del 24 de abril. En la del 16 de enero, Neruda le cuenta que parte –“huye”—de Birmania, y espera “que sea para siempre”. Ha pasado dos meses horribles en Calcuta. Escribe a Eandi, mientras bebe whisky y mira enfermos y alcohólicos por todas partes. Se siente roído por “el sueño, la fatiga, el calor”. En pocas palabras: vive horrizado. Es extraño y a la vez fascinante: las cartas enviadas por Neruda desde el Lejano Oriente recuerdan en su soledad y vacío pavorosos a las de Rimbaud a su madre y hermana desde Adén y Harrar. Ambos hallaron en el infierno en la tierra su residencia temporal: uno en el Asia, otro en el África Nororiental. Por esos días, curiosamente, Neruda leía Una temporada en el infierno, como lo muestra la cita que hace de memoria en una de las líneas de la carta: “Les femmes soignent ces horribles malades de retour de pays chauds” (La cita correcta es: “Les femmes soignent ces féroces infirmes au retour des pays chauds”, “Las mujeres cuidan a esos feroces enclenques cuando regresan de los países cálidos”).

   En la otra carta, la del 24 de abril, se confiesa, mientras bebe whisky, “intranquilo, desterrado, moribundo”. Ya se ha instalado en su casa del barrio de Wellawatta en Colombo, donde hay “mar, palmeras, hojas, agua”, y oye cada noche una música “igual a la muerte”. La soledad es espantosa. Vive recluido en un jardín húmedo rodeado de mar. Evoca Buenos Aires, a Xul Solar, y sueña con paseos por la avenida de Mayo. Eandi había comentado la opinión de Borges de que en sus poemas había “algo mágico”. Pero a Neruda no le simpatiza el entonces veinteañero Borges: “A mí me gustan los grandes vinos, el amor, los sufrimientos y los libros como consuelo a la inevitable soledad. Tengo hasta cierto desprecio por la cultura como interpretación de las cosas, me parece mejor un conocimiento sin antecedentes, una absorción física del mundo, a pesar y en contra de nosotros”. Y continúa con su letanía de lamentaciones: ahora sobre sus proyectos sin salida y sobre la existencia misma.

   Creo que es por ese entonces cuando Eandi se topa con Alfonso Reyes en una exposición de pintura  (es “la persona más amable y más cordial que usted pueda imaginarse”), quien de inmediato le ofrece su ayuda. Eandi debe hacer la petición por escrito. Los documentos con que contamos van de un poco antes del 29 de julio al 26 de septiembre de 1929. El primero es una misiva de Eandi a Reyes, que no tiene fecha, donde intercede por el amigo distante: “Como le dije en ese momento de conversación precipitada, Neruda es actualmente cónsul de Chile en Colombo-Ceylon, donde lleva una vida malísima, castigado por la soledad y el clima”. Transcribe párrafos de la carta de Neruda del 24 de abril y un párrafo extravagante de una carta del chileno Álvaro Hinojosa, “un amigo que lo acompañó algún tiempo en su destierro”. Eandi dice que Neruda sueña con ir a Europa pero no le disgustarían Argentina o México.

   Reyes responde a Eandi el 29 de julio para informar que ha hablado con el embajador de Chile en Argentina, Enrique Bermúdez, y pide al joven cuentista argentino que emplace a Neruda a definir su decisión de traslado.

   Eandi telegrafía de inmediato a Neruda, quien a su vez responde el 3 de agosto. “Aceptaría cualquier traslado pero ruégole insistir en consulado de profesión, porque actual salario elección hace vida imposible. Gracias de corazón”. Como cónsul de elección u honorario Neruda ganaba 166 dólares al mes, lo cual, explica en una carta posterior, es “el sueldo de un tercer dependiente de botica” en Ceilán. El colmo: no lo recibía cuando en algún mes no había exportaciones. En carta del 5 de agosto a Reyes, Eandi reproduce la respuesta de Neruda.

   El 7 de agosto Reyes escribe a Eandi diciendo que hace lo que puede “para servir al poeta Neruda” y que el embajador de Chile cuenta con la mejor voluntad para llevar adelante el caso. Veinte días después Eandi recibe un telegrama de Neruda: “Espero ansiosamente”. Ese mismo 27 agosto, Eandi escribe a Reyes y pregunta por alguna novedad. Al día siguiente, el embajador Bermúdez marcha a Chile para hacerse cargo de la cartera del ministerio del Interior. “Creo que hay derecho a la esperanza”, comunica Reyes a Eandi.

   Tres días más tarde Reyes escribe a Bermúdez recordándole sobre el caso, y destaca de nuevo, tomando palabras de Eandi, que Neruda “lleva una vida malísima, castigado por la soledad y el clima”. Puede acaecer algo desagradable. Solicita para él un puesto en Europa, Buenos Aires o México. Aclara que él no conoce a Neruda ni se ha dirigido a él pero hace la solicitud en nombre de los escritores argentinos amigos.

   Reyes hace llegar a Eandi copia de todas sus gestiones, quien a su vez las remite a Ceilán al amigo lejano. Por esos días también la familia de Neruda realiza diligencias en Santiago para el traslado posible.

   El 17 de septiembre el ministro Bermúdez había escrito al ministro de Exteriores de su país Manuel Barros Castañón, quien a su vez le había contestado una semana exacta más tarde, informándole que ya antes se ha ocupado del asunto y que actuará cuando mejor pueda, subrayando que la petición de traslado le parece del todo justa.  En la carta que Bermúdez expide a Reyes el 26 de septiembre adjunta el oficio del ministro. “Creo con esto haber dejado satisfechos los deseos del buen amigo y de todas aquellas personas que junto con usted se interesan por la suerte de tan meritorio funcionario”. Más clara ni el agua: Bermúdez da a entender que ya ha hecho lo que estaba al alcance de sus posibilidades y no se ocuparía más del tema.

    Se supone, podría suponerse que Eandi preguntó a Reyes y éste repuso que ahora todo estaba en manos del ministerio de exteriores chileno.

   A partir de entonces se hace el silencio en la cancillería chilena. No es difícil deducir que los candidatos eran otros. Neruda seguiría aún por dos años mudando de residencia pero sólo en ciudades asiáticas.

   Quizá no esté de más decir que en el Diario de Reyes, entre el 29 de julio y el 26 de septiembre de 1929, no hay una sola referencia al “asunto Neruda”. Al ministro Bermúdez sólo lo menciona el 29 de agosto: “Banquete para despedir al embajador de Chile Bermúdez, que va a su país de ministro de Gobernación. Lo ofrecí yo como más antiguo embajador presente”. Por esos días, como lo dice también en el Diario, Reyes estaba metido en el proyecto de la colección Cuadernos del Plata, en conferencias y lecturas, en organizar un homenaje a la poeta Juana de Ibarborou y, desde luego, en actividades inherentes a su cargo diplomático.

   El 5 de octubre Neruda empieza a redactar una carta que sólo la expediría a Eandi el 21 de noviembre de ese 1929. Son notables los varios estados de ánimo y momentos de reflexión. Dice que ha perdido toda esperanza y repite en qué consiste y cuánto gana como cónsul honorario o de elección. Fatigado, sabe que ya nada puede hacer. Piensa o sueña en irse a vivir a una gran ciudad. En Chile no tiene ni siquiera a quien mandarle un telegrama. El colmo: el ministro que lo conocía (el gran nerudista Hernán Loyola me informa que el ministro se llamaba Conrado Díaz Gallardo) ha caído. Planifica irse a Europa en 1931. Si la equipara con Madrid, Buenos Aires le parece una provincia. Por eso quiere publicar en Madrid su libro. Sin embargo, despotrica contra todos los poetas jóvenes españoles “pobres como mendigos, pobres y sin ninguna grandeza”, esos poetas de los cuales sería cinco años después tan amigo y quienes lo consagrarían internacionalmente, y quienes, vaya una atenuante, Neruda había leído hasta entonces mal o poco. Ha terminado Residencia en la tierra y ha enviado el libro a España. Ahora sabemos que el destinatario del libro fue Rafael Alberti, quien lo más que pudo hacer es publicar unos poemas en la Revista de Occidente en abril de 1930.

   Se ha enterado de la muerte en Buenos Aires de su amigo Joaquín Cifuentes Sepúlveda a causa de haberse hundido en las aguas lodosas de la bohemia y la desdicha que corroen el cuerpo, el alma y el corazón todos los días. “Tristeza! Era el más generoso e irresponsable de los hombres, y una gran amistad nos unió  y juntos nos dedicamos a cierta clase de vida infernal”. Ha escrito para el amigo inolvidable “Ausencia de Joaquín”. Joaquín y Alberto Rojas Jiménez fueron las primeras cruces de grandes amigos que Neruda fue dejando en el camino.

   Neruda informa después que desde hacía un mes su familia efectuaba trámites en Santiago para su traslado. Reconoce que a veces es feliz en Colombo pero una “demoniaca soledad, como una sala húmeda” lo cerca.

   La publicación del libro se vuelve en las cartas posteriores un penoso ritornelo. Vive obsesionado y en constante incertidumbre. Alguna vez estalla (23 de abril de 1930): “Esta maldita gente de España no me dice una palabra de mi libro y eso me fastidia mucho”. La carta termina con un reconocimiento a ese hombre que ni siquiera conoce: “Qué bueno ha sido ese Alfonso Reyes. Debo escribir dándole las gracias? Mejor sería que cuando aparezca mi nuevo libro se lo mande con algunas líneas”. Pero el libro (él no lo imaginaba) sólo se publicaría en 1933 en Santiago y en 1935 en Madrid.

   A Neruda se le traslada poco después, en junio de 1930, pero no a Europa o a América, como esperaba, sino a una jurisdicción que comprendía Batavia (Java), Singapur y las Islas de la Sonda. Si bien en un principio vuelven las sombras, la soledad y el horror, el tono de abandono disminuye en sus cartas posteriores.

   En diciembre de ese año Neruda se casa con una criolla holandesa, María Antonieta Hagenaar, quien por las referencias y los retratos, muy lejos estaba de ser una belleza. Neruda, quien era muy alto (medía más de 1,80) la describió así en una carta a su madre: “Un poco más alta que yo, rubia y de ojos azules”.  Hablan en inglés. “María tiene muy buen carácter y nos entendemos a las mil maravillas”.

   Pero Neruda sólo escribiría una carta a Reyes hasta el 5 de abril de 1931 para acusar recibo del libro El testimonio de Juan Peña y de Monterrey, la pequeña revista ambulante que Reyes formaba en su paso por la tierra. Es decir, Neruda tardó casi dos años en agradecerle sus servicios, cuando ya ni siquiera vivía en Colombo. Apenado, Neruda escribe que no lo vaya a juzgar ingrato  por su silencio, pero que “en lo más sensible” de él quedará para siempre el recuerdo de lo que hizo. Neruda adjunta varios poemas (de seguro de las Residencias) que Reyes no conservó.

   Por ese entonces el ministerio de relaciones exteriores chileno recorta personal diplomático. Neruda se ve obligado a regresar a Chile a principios de 1932. Deja el bochorno del trópico y vuelve al neblinoso Santiago. Cinco años de soledad y lejanía en la juventud dejan un sello en el cuerpo y en el ánimo de cualquiera.

   A sus 28 años Neruda ya tenía en Chile un firme prestigio, ante todo por Crepusculario y los Veinte poemas de amor. En ese 1932 se reedita el segundo libro, con poemas corregidos y uno rehecho (el 2), en una edición lujosa. Asimismo aparece una edición limitada de 100 ejemplares de Residencia en la tierra, juzgada “la mejor edición del año”. Se edita también, luego de permanecer inédito diez años, El hondero entusiasta. La nota periodística que informa de todo esto Neruda la envía a Reyes a Río de Janeiro. Ya viviendo en Chile, Neruda estaría bien enterado del prestigio áureo de Reyes en las letras internacionales; tal vez el envío llevaba el mensaje soterrado de que en su país lo tenían en alto mérito y que le gustaría que Reyes lo viera también así. El guatemalteco Cardoza y Aragón escribía en el capítulo que le dedica en sus memorias (El río), que Neruda no daba paso sin huarache a la hora de internacionalizar su obra. Pudo agregar también: a la hora de aceptar puestos diplomáticos. Neruda estaría en países clave: Argentina, España, México y Francia.

   Para marzo de 1934 el Poeta ya está en Barcelona como cónsul. El 18 de agosto nace la hija de Neruda y de María Antonieta: la llaman con el sonoro nombre de Malva Marina Trinidad. Neruda está feliz. Reparte una tarjeta a cuanto conocido tenía en su patria y en el exterior. Una de ellas le llega a don Alfonso a Río: MARUCA Y PABLO NERUDA anuncian a usted el nacimiento de su hija MALVA MARINA”. Al lado del nombre de la niña hay un barco y arriba del nombre de los padres una lira: navegaciones y poesía.

   El gozo grande no sólo fue para él. Su hermano andaluz Federico García Lorca escribe un poema hermoso, “Versos en el nacimiento de Malva Marina Neruda”, que, perdido entre sus papeles, sólo se descubrió hasta 1984. Neruda leyó el poema pero no conservó copia y desde luego nunca lo citó en sus recuerdos.

   Pero la dicha de Neruda fue corta. La niña nació con hidrocefalia. No podía ni ver la luz. Neruda ansiaba un hijo: trajo al mundo un pequeño monstruo. Las ilusiones se volvieron una “primavera sin cenizas”. En un poema “Enfermedades en mi casa” desahoga en lágrimas su tragedia personal:

...las raíces de un árbol sujetan una mano de niña

                        las raíces de un árbol más grande que una mano de niña,

                        más grandes que una mano del cielo,

                        y todo el año trabajan, cada día de luna

                        sube sangre de niña hacia las hojas manchadas por la luna.

   No sólo “Enfermedades en mi casa”, sino “Melancolía en la familia”, “Maternidad” y “Oda con un lamento” llevan en sí “la cristalización poética del drama que estremece el hogar”, dice Volodia Teitelboim.

   No mencionaría de nuevo a la hija. No le da carta de existencia ni en sus memorias (Confieso que he vivido) ni en ninguno de los textos que se recogieron póstumos en el libro con el título escasamente afortunado de Para nacer he nacido. Malva Marina fue una de esas heridas tan profundas que un solo roce hace gritar. ¿Cómo –se preguntaría Neruda-- ese sueño puro, ese sueño pacientemente anhelado, esa aspiración a las pequeñas y continuas dichas que significaba el nacimiento de la hija, pudo convertirse en una pesadilla diurna y nocturna? ¿Cómo un poeta que espera y aspira la belleza es capaz de traer al mundo tal estantigua?

   Se desentendió de la niña. María Antonieta Hagenaar, escribiría Teitelboim, vio todo siempre con “la mirada triste de una buena esposa”, una mujer que terminó siendo para el Poeta transparente como el agua y “tan distante como la luna”, una mujer que –al menos no está documentado-- no mereció ni siquiera que el Poeta le escribiera un poema de amor.

   Poco tiempo después, por medio de Rafael Alberti, Neruda conoce a la argentina Delia del Carril, cuñada de Ricardo Güiraldes, veinte años mayor que él. Se separa pero no se divorcia de Maruca. En 1943, en México contrae matrimonio con Delia; no imaginaba entonces los problemas legales y políticos que le causaría su condición de bígamo.

   Neruda se acuerda de escribirle de nuevo a don Alfonso el 12 de mayo de 1935. En la carta adjunta un homenaje que le han hecho “los compañeros españoles” para destacarle su amistad y admiración. En la carta previene también a Reyes sobre la campaña difamatoria que desde Chile Vicente Huidobro, o como él lo afrancesa desdeñosamente, Vincent Huidobro, organiza contra él. La página de homenaje de los jóvenes españoles figura en la primera edición de los Cantos Materiales, que formaría parte después de Residencia en la tierra (quizá era una manera de que Reyes se diera cuenta ahora no sólo de su reconocimiento nacional sino internacional, al mismo tiempo que contrarrestaba la campaña “de injuria y envidia”, que llevaba a cabo innecesariamente su magnífico compatriota y virtuoso antimago).

   “Chile ha enviado a España al gran poeta Pablo Neruda, cuya evidente fuerza creadora, en plena posesión de su destino poético, está produciendo obras personalísimas, para honor del idioma castellano. Nosotros, poetas y admiradores del joven e insigne escritor americano, al publicar estos poemas inéditos –últimos testimonios de su magnífica creación—no hacemos otra cosa que subrayar su extraordinaria personalidad y su indudable altura literaria. Al reiterarle en esta condición una cordial bienvenida, este grupo de poetas españoles se complace en manifestar una vez más y públicamente su admiración por una obra que sin disputa constituye una de las más auténticas realidades de la poesía española”.

   Firmaban al calce desde Pedro Salinas hasta Miguel Hernández, pasando por todos los nombres de la Generación del 27. Reyes quizá pensó que ni en sus grandes momentos de España recibió un homenaje así.

   Lo dicho por Neruda era cierto. Huidobro descargaba su artillería contra el compatriota once años más joven. Poco antes Huidobro había tenido un intercambio de alto voltaje de insultos y calumnias con Pablo de Rokha, en el cual, aunque parezca extraño, el dinamitero de Rokha apagó primero las mechas de las cargas. El fuego cruzado entre estas tres grandes figuras de la poesía chilena duró lustros y no se apagó ni siquiera con la muerte. Descendientes y amigos la continuaron. En honor de Neruda (no fue el caso con Juan Ramón Jiménez) debe subrayarse que él no fue quien tiró la primera piedra.

   En esa carta del 12 de mayo, Neruda dice también a don Alfonso que le envía poemas, los cuales, muy probablemente (no están en el archivo), pertenecerían después a la segunda de las Residencias. Comenta que ha visto con amigos españoles Romances del río de enero y “un “delicioso libro de versos”, y le pide que se los remita. “Soy el hombre terrible que no escribe cartas”, se justifica. Sobreentendemos asimismo en la carta, que Reyes le ha escrito antes, porque Neruda agradece a Manuela el envío de una botellita de Sedobrol, la cual lo ha librado de “tantas angustias”.

   Por el 1937 despiden a Neruda del consulado general en España “por llevar a cabo actividades incompatibles con su cargo”. Regresa a su país. En una fecha claramente deliberada, el 7 de noviembre, vigésimo aniversario de la Revolución de Octubre, se forma la Alianza de Intelectuales de Chile para la Defensa de la Cultura. En el mismo acto –escribe Teitelboim— Neruda es electo Presidente. La alianza, según el biógrafo, ha sido el más vasto y activo movimiento de difusión de la cultura en los anales del país. Agrupaba “gente de todas las disciplinas del arte y del saber”. En ella había intelectuales de toda suerte de ideologías y seguidores de cualquier estética, “salvo los fascistas y los reaccionarios”. Eran miembros artistas, intelectuales, escritores, poetas, políticos. Entre muchos estaban Juvencio Valle, Ángel Cruchaga, Humberto Díaz Casanueva, Acario Cotapos, Rubén Azócar, Bernardo Leighton. Hubo comités desde Iquique y Antofagasta hasta Temuco y Concepción. El punto central del inicio de sus actividades fue la defensa de la república española.

   Un par de meses más tarde, en enero de 1938, Neruda se entera de que ha sido llamado por su gobierno y puesto a disponibilidad el escritor y embajador de México en la Argentina Alfonso Reyes. Neruda vio la hora exacta para devolver el favor recibido al buen hombre que tan bien se había portado nueve años antes y quien ha sido tan afectuoso en su correspondencia, y que, muy en especial, como embajador ha defendido con pundonor a los refugiados españoles suscitando la cólera y recibiendo los ataques abyectos de la reacción argentina.

   Neruda escribe en papel membretado de la Alianza tres misivas: una al presidente mexicano Lázaro Cárdenas, otra a Vicente Lombardo Toledano, presidente de la Universidad Obrera de México y secretario general de la Central de Trabajadores de México, y una tercera a la LEAR (Liga de Artistas y Escritores de México). Las dos últimas son para informar sobre la comunicación que se ha dirigido al presidente mexicano, “respecto a las noticias que les han llegado” acerca de la disponibilidad  en que se ha puesto a Reyes y piden información al respecto. La primera, la sustancialmente importante, inicia con amplios y sinceros elogios al presidente Cárdenas, “a su espíritu progresista, a su política antiimperialista y de esforzada solidaridad”. Gracias a él, gracias a su solidaridad con España, México, se dice en el comunicado, es la vanguardia del continente. “Pues bien, la expresión más destacada de la solidaridad de México hacia España, ante los ojos de los países del sur de nuestro continente, ha sido el embajador Alfonso Reyes, quien, como toda la prensa democrática lo ha manifestado alborozada, ha puesto públicamente todo su esfuerzo en la república Argentina para proteger el nombre de España y la situación de los ciudadanos españoles allí residentes en los momentos más críticos para ellos, protegiéndolos de las asechanzas de la reacción. Como escritor, el señor Alfonso Reyes ha puesto la gran fuerza moral y de convicción de su pluma al servicio de España (...) Por eso nos ha sorprendido grandemente el saber que este hombre, cuya sola existencia es honra de las letras de nuestra lengua y de nuestra América, y garantía para una representación democrática, ha sido llamado por vuestro gobierno y sea tal vez declarado en disponibilidad”.

   Sorprendido, Reyes envía al “querido Pablo” el 2 y 5 de mayo de 1938 dos cartas de clara gratitud. Redacta la segunda porque siente que la primera ha sido algo fría y protocolaria. Por primera vez tutea a Neruda. En la primera misiva, luego de algunas pertinentes aclaraciones sobre la LEAR y su envidioso presidente Ermilo Abreu Gómez, informa que el gobierno cardenista no ha tomado ninguna medida especial contra él ni le ha retirado su confianza. Se trata sólo de reacomodos, de renovar el servicio exterior y traer al país a quien ha estado fuera mucho tiempo. Tiene trato directo con el presidente, quien le asignará pronto una encomienda.

   En la segunda carta, ya habiendo sopesado la dimensión del acto adherente, escribe conmovido hasta la raíz:

   “Pero, sobre todo, quiero que sepan ustedes que no creo haber recibido en mi vida un documento más satisfactorio y confortante para mi conducta que su carta dirigida al presidente Cárdenas. Mi agradecimiento no puede tener mejor expresión que el persistir en una actitud que ha merecido la aprobación de ustedes. Gracias de todo corazón. La parte final de tu citada carta, en que ofrecen ustedes su solidaridad a México, no puede leerse sin sentir ahogos de emoción y no ciertamente por un mero concepto patriótico, sino por un alto concepto humano”.

   Trece días después el presidente Lázaro Cárdenas nacionaliza el petróleo.

   Neruda llega a México como cónsul general el 16 de agosto de 1940. El consulado se hallaba en Brasil 21, equidistante una calle del zócalo y la plaza de Santo Domingo. En Ciudad de México ambos personajes se encontrarían físicamente por primera vez. Ignoramos cómo ocurrió el encuentro. Sin embargo, contra lo que todo en apariencia vaticinaba lo opuesto, ambos se vieron poco en los años de la estancia nerudiana. El rumbero Neruda, a quien le encantaba llenar de gente su casa para el almuerzo, no parece haber tenido de comensal a Reyes como veremos en unas cartas posteriores. Aun al final, luego de unos reclamos de Neruda, estuvieron al borde la ruptura. Teitelboim, al enumerar amistades del poeta y quiénes iban a visitar la Quinta Rosa María, habla también de a qué casas él solía asistir: “Iba a visitar a Alfonso Reyes, a Enrique González Martínez, al general Heriberto Jara y al escritor José Mancisidor”. Las visitas a Reyes, como veremos poco después, o no se dieron o fueron mínimas. La casa de Reyes estaba entonces en Córdoba 95, en el barrio de la Roma. Reyes ya era una gloria americana. Entre varias actividades presidía la Casa de España, que más tarde se convertiría en el Colegio de México. Pero contra lo que afirma Volodia, la amistad estuvo a unas olas del naufragio. Luego de algunas invitaciones de Neruda a Reyes (las invitaciones no parecen haber sido recíprocas, o al menos, no hay documento que registre una sola), da la impresión de que Reyes comienza a darle la vuelta, o aun se la da. Más tarde, en unas cartas confidenciales, Reyes explicaría al poeta chileno que había hecho esto para evitar el círculo de amigos mexicanos que rodeaba a éste y porque tenía escaso gusto por la vida en sociedad, pero también creemos que al mexicano no le gustaba ni la actividad política izquierdista ni los conflictos en que se metía Neruda en la vida diplomática y en la vida cultural. Estoy por creer, pese a declaraciones epistolares o protocolarias, donde sólo hay elogios desmedidos pero sin el fruto carnoso de los juicios críticos, que a Reyes no le gustaba la poesía nerudiana. Eran dos posiciones estéticas casi del todo alejadas. Reyes estaba más en el gusto del modernismo o de cierto postmodernismo, más cerca de Othón, Lugones y Darío,  de Machado y de Juan Ramón, que de López Velarde, del surrealismo, de Huidobro y de Lorca. Un apasionado estudioso de la obra gongorina y mallarmeana no debió sentirse cómodo leyendo poemas como letanías, versos donde golpeaban inmisericordes continuos adverbios y gerundios, y donde los contenidos, difícilmente legibles, hablaban de soles húmedos, de lluvias infinitas, de sudores sexuales, de gotas lentas derramándose en el cuerpo, de casas agónicas, de cosas continuamente destruidas, de paisajes y comercios desechos. Aún más: estoy por creer que Reyes acaso se preguntaría, como Juan Ramón, si las Residencias merecían la pasión de los lectores y la celebridad que ya entonces conocían.

  Pero desde su llegada a nuestra ciudad Neruda quiere atraerlo. A las pocas semanas de su arribo, Neruda funda una revista, Araucanía. El 17 de octubre de 1940, es decir, a un poco más de un mes y medio de haber llegado a México, envía a Reyes una carta-invitación solicitándole pertenecer al comité de patrocinadores de la revista, la cual no busca tener un carácter puramente oficial, sino ser un vínculo chileno-mexicano-americano. Los temas no serán sólo literarios. Reyes aceptó de inmediato. Pero la revista duró un solo número, porque el gobierno de su país estimó, por el título y la portada, que Chile no era “un país de indios”.

   Muchos años después, Neruda contaría en un artículo muy gracioso, la exigua historia de la revista. Entre otras cosas, mencionaría que en ese número colaboraron “desde el Presidente de la Academia hasta don Alfonso Reyes, maestro esencial del idioma”. E ironizando, decía que quienes le pidieron que la suspendiera o cambiara de título, uno, el embajador de México en Chile, parecía Caupolicán redivivo, y el otro, el Presidente de la república, Pedro Aguirre Cerda, “era el vivo retrato de Michimalonco” (Para nacer he nacido).

   El 16 de abril de 1941 hay otro mensaje donde Reyes agradece a Neruda la reservación de una butaca para el concierto del señor Tapia Caballero.

   Pero a partir de allí todo son declinaciones. El 24 de septiembre de ese mismo 1941 se disculpa por no poder asistir, a causa de mala salud y fatiga, al banquete que, entre otros, el propio Neruda ha organizado. Y aclara: “Usted sabe mejor que nadie cuán viejos y cuán firmes son mis sentimientos para usted y para su obra”.

   A fines de diciembre de ese año Neruda es ferozmente golpeado por unos nazis alemanes y unos nazis mexicanos en un restorán del parque Amatlán de Cuernavaca.  En ese sitio —dice Volodia Teitelboim-, “con aire de égloga mexicano, durante la hora plácida de un domingo por la tarde, Neruda, Delia [del Carril], [Luis Enrique] Délano y su mujer Lola Falcón y su hijo Poli, más tarde cuentista que va al grano, junto con su amiga Clara Porset, conversan sobre el tema de todos los días y de cada hora: la guerra que ruge a lo lejos y está golpeando detrás de ellos”. Las reprobaciones son ácidas, suben de tono y se brinda por los presidentes estadunidense y mexicano. De pronto surge de un reservado un grupo de pronazis, y a botellazos y sillazos, sin importar niños y mujeres, golpean a diestra y siniestra. A Neruda le abren una herida de diez centímetros que estuvo a punto de causarle una conmoción cerebral. Los médicos prescriben inmovilidad absoluta. Jamás se aprehendió a los agresores.

   Margarita Aguirre roza apenas el hecho en su libro Las vidas de Pablo Neruda, y con exageración, que satisfacía la vanidad del amigo pero muy poco a la verdad, escribe “que los escritores del mundo se indignaron y Pablo recibió miles de adhesiones”.

   En México en el diario El Nacional del 5 de enero de 1942, se reproduce el comunicado al Congreso de la Unión, solicitando una inmediata y severa punición a los responsables. La carta tiene, entre varios ilustres firmantes a los poetas Enrique González Martínez y Carlos Pellicer, los pintores María Izquierdo y José Clemente Orozco,  el actor Carlos Bracho, el fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, los escritores José Revueltas y José Mancisidor, y desde luego, nuestro polígrafo Alfonso Reyes.

   El 27 de octubre de 1942 un Comité Especial, presidido por Pablo Neruda y Octavio G. Barrera, enviaron una misiva a don Alfonso, donde informan la muerte de Miguel Hernández en una prisión de Alicante, tuberculoso, y lo invitan a participar en una velada para el 30 de noviembre donde intervendrían asimismo poetas, escritores y filósofos como José Carner, Ruiz Funes, Herrera Petere, Wenceslao Roces, Jules Romains, el antifascista alemán Ludwig Renn, Octavio Paz, Carlos Pellicer y el propio Neruda. Reyes continúa con sus amables denegaciones: el 7 de noviembre responde felicitándolos por la idea de evocar a Hernández, “gran poeta, hombre bueno, víctima de incalificables desmanes”, pero se excusa de asistir “por absoluta imposibilidad y ausencia”.  ¿Qué quiso decir Reyes con “absoluta imposibilidad y ausencia?”

   Estas son las dos denegaciones registradas pero todo hace suponer que hubo más, como se deja entrever en las tres cartas confidenciales que Reyes envía a Neruda, fechadas el 4, 5 y 7 de julio de 1943, es decir, un mes y tres semanas antes de que el Poeta dejara México. ¡Cuántos serían los sentimientos de culpa de don Alfonso que escribe tres cartas y se justifica tan prolijamente!

   Pero veamos. De hecho la explicación o las explicaciones esenciales ya están en la primera misiva; en la segunda y tercera, sólo hay añadidos a las explicaciones y justificaciones.

   ¿Pero qué pasó la noche del 3 de julio de 1943? Por lo que se entrevé, Neruda, en una reunión, hizo a Reyes unos reproches “de índole personal y otros impersonales”. Si nos atenemos a Reyes, de los personales, uno “era accidental y otro general”. Considera que las palabras de Neruda fueron “cariñosas pero dolorosas”. El de carácter personal, el menos grave, nace por un problema con el embajador de Brasil en México. A Neruda no le era ajeno, siendo diplomático, entrometerse en asuntos de política internacional. Ya en España eso, en mucho, fue la causa de la pérdida de su puesto. Pero ¿qué pasó en México? Neruda intervino en hechos políticos de la república sudamericana (emprendió la defensa del comunista Prestes), pidió la solidaridad de Reyes y éste le solicitó que le comunicara cuál era el ambiente en la cancillería chilena en torno al Poeta para ver qué conducta adoptar. Neruda sintió eso como una negativa. En la carta del 4 de julio Reyes le dice que sin vacilaciones se ponía a sus órdenes.

   El reproche de índole personal es porque Reyes no aceptaba las, al parecer, frecuentes invitaciones del Poeta y porque el otro no se sentía invitado. Reyes acepta la regañina pero se justifica diciendo que una de las causas de no encontrarse eran los amigos próximos de Neruda (casi seguramente los de izquierda), quienes lo habían calumniado, entre otras cosas, deformando lo que fue su conducta acerca de los hechos de la guerra civil española y aun se habían ensañado con él porque creían que regresaba “caído” en 1938. “Han falseado mi biografía y mi obra”, destaca. Por eso, para no incomodar, para no ser el aguafiestas en reuniones con gente que no lo querían ni quería él, prefirió declinar las invitaciones. Una segunda causa es que, contra lo que podía suponer Neruda, no le gustaba andar en tertulias ni rondar los cafés. “Todos los días rechazo un término medio de cuatro invitaciones y acepto las imprescindibles por no acabar de pasar por un grosero, las menos que puedo. Las cosas oficiales me importan un pito, como he alejado tres o cuatro proposiciones de puestos y acomodos, sobre los cuales he visto a algunos de mis censores arrojarse después con manifiesto deleite. Mi trabajo es privado”. En suma, prefería cuidar sus horas de soledad y sus tareas literarias.

   En cuanto a los reproches impersonales se refieren, a excepción de la guerra civil española, a una falta de compromiso político. El ataque fue un puyazo al lomo, porque en las tres cartas Reyes se deshace en explicaciones para mostrarle sus varias tareas de solidaridad en el decurso de los años.

   Neruda vuelve a México en septiembre de 1949 para asistir al Congreso de la Paz. No hay ningún dato que historie de que ambos hubieran tenido algún contacto epistolar o de otra índole en esos seis años que dejan de verse. Para su alarma, en un principio, Neruda debe quedarse en  México a causa de que, casi a su llegada, sufre una trombo-flebitis. Cuenta en Confieso que he vivido que ocurrió el mismo día de la muerte de José Clemente Orozco, es decir, el día 7 de ese mes. 

   Hacia marzo de 1950 da un recital de sus poemas. Invita a presentarlo a Reyes, quien declina asistir pero envía un texto donde destaca sobre todo su compromiso político:

   “La humanidad necesita siempre de sus poetas, y más en las horas de angustia y desconcierto. Fuerza es que alguna voz superior exprese los duelos y las esperanzas, y redima con la palabra y con la idea las inquietudes que oscuramente agitan la entraña de los pueblos. La vida del espíritu es vida de arisca independencia. Es justo que hable, que grite y que cante quien tenga algo que decir. Es justo que luche quien tenga algo que pelear.

   Huésped de México, persona universal, en quien se concentran vastas y ardientes simpatías, amigo de tantos años y de tantos vaivenes, poeta cuya obra sigo con amor y respeto, al saber que se dispone usted a ofrecer una recitación de sus poemas, quiero acompañarlo con estas líneas, escasa prenda de mi admiración y mi cariño.

   Haga de cuenta que lo llevo hasta el estrado del brazo, le estrecho ambas manos y le cedo la palabra. No lo presento, no, que usted por sí mismo es alta presencia, aquí y en todas partes, y su público se ha congregado para escucharlo a usted y no a mí.

   Una frase trae cola y resume en algo esa espinosa amistad: “amigo de tantos años y tantos vaivenes”.

   Una de las intenciones era que la primera edición del Canto general intervinieran los tres grandes muralistas; muerto Orozco, sólo pudieron ser Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, quienes ilustraron las guardas. El libro se presentó el 5 de abril de 1950.

   Reyes vuelve a saber indirectamente de Neruda hasta 1954. El Poeta cumple el 12 de julio cincuenta años. No es un secreto que le encantaban los homenajes y un aniversario así no era desaprovechable. Se forma un comité para la festividad. Se piensa realizar --se dice en la carta-invitación-- una “reunión fraternal de escritores, artistas e intelectuales de América” y se convida a Reyes para unas charlas donde dé a conocer “ciertos aspectos de la cultura de su país” e intercambie puntos de vista e ideas con escritores del continente. Con fecha de 19 de abril, dos amigos del círculo estrecho de Neruda, Tomás Lago y Ángel Cruchaga Santa María, amigos desde muy jóvenes, firman la carta. Lago se presentaba como Director del Museo de Arte Popular y Cruchaga como Premio Nacional de Literatura. No está de más señalar que Neruda escribió con Lago a dos manos Anillos en 1926, y que sobre Cruchaga escribió en Batavia, en febrero de 1931, una introducción a su poesía. ¡Qué cosas! Quien firmaba como Premio Nacional de Literatura fue quien acabó casándose con la callada y elusiva Albertina Rosa Azócar. Las decisiones de las mujeres suelen llegar luego de seguir caminos misteriosos y aun  inescrutables.

   Reyes responde el 27 de abril. Se disculpa con Lago y Cruchaga. La carta dice:

   “Gracias de corazón. Es imposible. Yo ya no salgo de mi tierra, desde el grave accidente cardíaco que sufrí en 1951. Vivo recluido y entregado exclusivamente a acabar algunos últimos librillos, tarea de que ya no tengo derecho a distraerme. Ustedes mismos acepten el ser mis embajadores y ofrezcan mi cordial saludo al poeta Pablo Neruda en su 50º aniversario”.

   No hay huellas de que entre 1954 y 1959 se hubiera reanudado algún contacto entre ambos personajes. En el “archivo Neruda” de Reyes quedó, sin embargo, un artículo publicado en el periódico Excélsior el 22 de marzo de 1959. Tenía como título “Pablo Neruda vuelve a las andadas” y lo firmaba un tal Alberto Cervantes Coy, un anticomunista furibundo, a quien hoy nadie recuerda.

   ¿Por qué Alfonso Reyes guardó este artículo estúpido y canallesco contra un amigo?

   Por unas acusaciones del Poeta al ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Germán Vergara, el articulista corre el bulo infame, entre otras cosas, de que Neruda se nacionalizó ruso y lo acusa de ejercer “un turismo político de la más baja especie”, de que la prensa chilena lo reprueba como “un ejemplar de la extorsión política”, y de que tiene en América, en sus amigos comunistas, “una verdadera cadena difusora de sus versos y posturas de zarzuela”.

   ¿Por qué –me repito- Reyes guardó esta nota periodística con mentiras infames contra un amigo?

   Neruda vuelve unos días en enero de 1961 a Ciudad de México pero ya no podría encontrarse con el antiguo camarada que solía rehuirlo. Reyes murió el 27 de diciembre de 1959. Sin embargo, en una entrevista que le hizo Julio Scherer, publicada en Excélsior el 8 de enero de aquel año de 1961, Neruda habla de lo mal pensado que está el Premio Nobel. “Responde a un sentido provinciano. Está muy lejos, por una parte. Se pelea mucho, por otra parte. Hay grandes cambios, además.” Y agrega que a menudo se piensa en un latinoamericano y se lo acaban dando a un europeo.

-Ya lo vimos con Alfonso Reyes- acota Scherer.

   Y el poeta chileno se deshace en elogios para el escritor mexicano.