PREGUNTAS Y RESPUESTAS SOBRE LIHN A EDUARDO LLANOS [1] Se me solicitan algunas palabras sobre Enrique Lihn. Revisando lo publicado, que no es poco, compruebo que me demoraría en resumirlo. Opto entonces por rescatar algunas respuestas emitidas en tres entrevistas olvidadas o de difícil acceso. Las signadas con el primer numeral romano (I) corresponden a una entrevista que me hizo Adán Méndez con motivo de la publicación de Porque escribí (Fondo de Cultura Económica, Santiago, 1995), primera antología panorámica de la obra poética de Lihn y que lamento que hoy no se pueda seguir reeditando[2]. Las respuestas signadas con el numeral siguiente (II) provienen de una entrevista que me hizo Richard Vera, también a propósito de Porque escribí.[3] Las últimas (III) son extractos (de ahí los puntos suspensivos entre corchetes) de una entrevista que me hizo en 1994 el poeta y crítico Óscar Sarmiento para El otro Lihn, libro que se publicó siete años más tarde[4].
[I]
Adán Méndez [AM]: ¿En qué lugar colocarías a Lihn en la poesía chilena, qué papel cumple en ella? –Pienso que los grandes poetas chilenos tienen una ejemplaridad que rebasa el marco nacional. En el caso de Lihn, creo que, entre los nacidos en torno a 1930, es uno de los mayores del ámbito latinoamericano. Respecto a su papel, diría que su lucidez y su honestidad creadoras implican varias lecciones simultáneas. Él mostró que, sin necesidad de convertirse en un mero epígono de Parra, se podía compatibilizar la demolición antipoética con una lealtad hacia un lirismo genuino y renovado, que no se hace concesiones, pero que tampoco abdica de la subjetividad. También mostró en la práctica (y no sólo con declaraciones) que el compromiso social del poeta era posible y deseable, pero que no puede reducirse a una simple militancia que sacrifique la lealtad hacia el arte y su naturaleza más íntima, por mucho que a veces esa militancia lindara con el heroísmo o incluso con el martirio. [AM]: Pero, como todos, Lihn deseaba ser escuchado… –Es verdad, pero si bien Enrique deseaba una difusión y un reconocimiento más condignos de su mérito, de ninguna manera incurrió en componendas corruptas o en ninguneos edípicos, ni emprendió una carrera hacia la obtención del Premio Nobel o siquiera del Premio Nacional de Literatura. Definitivamente, no daba puntada con hilo. Y estos rasgos son visibles por igual en su vida y en su obra. Esa coherencia, que los mejores poetas chilenos de su promoción también comparten, es cada día más rara y menos valorada, pero cada vez más y más necesaria. [AM]: En el prólogo de este libro parece predominar el poeta Llanos, mientras que en la selección de los textos, el académico: es decir, al elegir los poemas usted fue menos personal que al escribir el prólogo. ¿Por qué? –No me había dado cuenta de eso. Respecto a la selección, puedo asegurar que me orienté por un criterio que en gran medida es también ‘poético’: procuré incluir los poemas que yo tendía a releer, es decir, aquellos que prolongaban el imantamiento. Aparte del prólogo, que en verdad es una semblanza más o menos personal, el libro contiene un apéndice crítico de cierta extensión, que me parece más bien ‘objetivista’. En cualquier caso, y sea de ello lo que fuere, pienso que el crítico debe pulsar todas las cuerdas que sean válidas para suscitar una lectura atenta y panorámica de las obras valiosas. [AM]: Hablemos ahora de usted, como poeta y crítico. ¿Cómo interactúan ambos oficios? –Creo que hay algunos denominadores comunes que atraviesan tanto mi actividad crítica como mi poesía. Actúo movido por una persuasión íntima, no por cálculos ni por deseos de congraciarme con nadie, mucho menos con el establishment o con los mafiosos de cuello y corbata. Procuro distanciarme tanto del hermetismo como del facilismo, y así como en la crítica no practico el ninguneo (otra cosa muy distinta es que no me alcance el tiempo para referirme a todos los textos y autores que aprecio), así también evito que en mi poesía tome la palabra un solo yo. En temas y registros mi escritura es plural. Ambos oficios –para mí– se potencian mutuamente. [AM]: ¿Qué lugar ocupa en ese contexto la antología de Enrique Lihn? Respecto a Porque escribí, creo que se trata del cumplimiento de una tarea necesaria, porque la poesía de Enrique requiere y merece una lectura panorámica, recontextualizadora y justiciera, pero no vengativa. La ingratitud y el ninguneo son signos de barbarie, y a la larga resultan culturalmente suicidas.
[II]
[RV]: Usted ha hablado también del “ninguneo” de que fue víctima Lihn por parte de algunos críticos y poetas. ¿Quiénes y por qué? –El ninguneo fue una práctica de muchos poetas de mi generación. Hoy creo que [fue] por desconocimiento, y [espero que] esta antología hará más difícil que se mantenga esa actitud; tendría que existir una justificación. Las cosas han ido tomando su lugar. Pero además se lo ninguneaba por razones políticas. Enrique Lihn era escéptico, libertario, relativizador de las normas. Él, que fue militante del Partido Comunista, también había conocido el mundo y tenía una visión muy objetiva. Vivió dos años en Cuba durante el auge de la Revolución; asimismo, participó en las campañas de Allende. Pero no aceptaba los dogmas y su escepticismo lo hacía blanco de los dogmáticos y de los sectarios. Por otra parte, también era fácil ningunearlo para quienes tenían una posición muy hispanizante de la poesía, muy apegada a la métrica, a los ritmos convencionales, al léxico supuestamente “poético”. [RV]: Otra crítica que se le hace se refiere a ese afán de incursionar en todos los géneros del arte. –Es verdad. Había una cierta desorientación en los lectores y críticos respecto de Lihn. Es que escribió cuentos, prosa, crítica, novela, drama; actuó incluso en teatro, hizo video, en los últimos años hizo cine, comic, crítica de arte y hasta había retomado el dibujo. Esa especie de ubicuidad genérica lo tornaba un poco sospechoso para quienes tienen una concepción especializada de la literatura. [RV]: ¿Cuál es, a su juicio, la razón de esa versatilidad y de ese deseo de prodigarse en tantos campos? –Él tenía una especie de hiperkinesis espiritual, una voluntad de autoexpresión también muy firme, una inquietud creadora muy enérgica, y también en cierto modo esa inquietud creativa era una manera de sublimar el descontento con el país (ya que un artista sueña que es su patria), y su manera de crear un país utópico.
[III]
[OS]: ¿Cuándo comenzaste a leer los poemas de Lihn? –Comencé a conocer la poesía de Enrique Lihn a los dieciocho años, cuando leí La pieza oscura en la biblioteca del Instituto Chileno-Norteamericano. Cuando leí ese libro pensé, pese a la precariedad de mis conocimientos, que se trataba […] del poeta más importante después de la generación de Parra [...]. [OS]: Entonces el diálogo en torno a lo literario se dio mucho entre Lihn y tú. –Mucho. Me pasaba intercambiando opiniones críticas con él; no polemizando. Aunque no coincidíamos, lo interesante era que cada uno podía desplegar sus argumentos. […] Creo que fue perdiendo interés por algunas líneas poéticas chilenas, habiéndolo tenido en algún minuto. Por ejemplo, estoy pensando en Jorge Teillier, de quien se expresó bien a propósito de su hermoso libro El árbol de la memoria, y también de Carlos de Rokha, a quien nunca más volvió a valorar. Por otra parte, no todo era discrepancia. Compartí con Enrique, por ejemplo, el aprecio por Manuel Silva Acevedo, una figura solitaria, callada, cuya poesía lo refleja de cuerpo entero; un tipo de persona que opera en la soledad y no de cara a un público que, como decía Enrique, es “una galería imaginaria”. [OS]: Entiendo que participaste con Jorge Montealegre en una actividad que Lihn organizó en la Galería Época. –Enrique nos pidió estar presentes. La idea era congregar a los poetas y artistas chilenos en torno a la reivindicación del oficio de la sobrevivencia cotidiana. Hubo [allí] un rescate de lo humilde. Cada uno tenía que llevar un objeto, una figura, una creación, o una reelaboración de una creación ajena que fuera connotadora de esa adhesión. […] Fue una exposición bastante difícil de organizar –le dio varios dolores de cabeza a Enrique– porque, como en otras oportunidades, al final quedaba solo, gastaba muchas energías y se desgañitaba discutiendo con cierta gente. En esa ocasión se le cerraron las puertas municipales en varias partes: por ejemplo, en Santiago y en Viña del Mar. La idea era enfrentar a las autoridades pinochetistas o semipinochetistas a un desafío cultural inasimilable, como esta exposición que se adscribía al arte de sobrevivir vendiendo chucherías o haciendo trabajos muy mal pagados. La verdad es que todo resultó más bien caótico, porque la ambición de convocar a tanta gente era desmesurada para los momentos que se vivían en Chile. Los que asistimos, en todo caso, lo hacíamos con alegría y, sobre todo, con la sensación de ser cómplices de un desafío […] [OS]: ¿Cómo fueron los últimos días de Enrique Lihn? –[…] En ese tiempo yo estaba recién separado y fue poco lo que alcancé a ir a verlo; debe haber sido mayo la última vez que lo vi. Ese último encuentro fue muy especial, porque había un ambiente político muy agitado, ya que se estaba convocando al plebiscito del ’88. Conversamos de muchas cosas y se citaron muchos poemas. Ese día Nicanor estuvo particularmente chispeante, le dio mucho ánimo a Enrique. […] Resultó muy simbólica también la muerte de Enrique, porque ocurrió justo en el mismo momento en que se estaba inaugurando el encuentro Chile crea y, además, su entierro coincidió con el aniversario del nacimiento de Neruda. Enrique murió el diez de julio y lo enterramos el doce.
En enero de 1984, el poeta y periodista Hernán Miranda se encerró en una jaula del Zoológico de Santiago. Vestido de terno y corbata y portando un maletín, fue exhibido como un animal más. Miranda quería registrar las reacciones del público ante este homo sapiens, y luego publicar un artículo en el diario La Tercera. Previamente, invitó a diversos poetas y artistas de la época. Por rara casualidad, llegó a manos de Jorge Montealegre una cámara fotográfica. Mientras Nicanor Parra, Enrique Lihn y Eduardo Llanos conversaban, Jorge tomó sin aviso esta instantánea, que se mantuvo inédita hasta ahora. [1] Eduardo Llanos Melussa (Santiago, 1956). Psicólogo (U. de Chile) y docente de Psicología de la Universidad Diego Portales. Por Disidencia en la tierra obtuvo el Premio Latinoamericano Rubén Darío (Managua, 1988). Antología presunta recibió el Premio Altazor 2004. [2] Entrevista apareció (bajo el título de “Panorama de Lihn”) en Punto final, Santiago, junio 1995, p. 22. Ahí mismo había además una lúcida nota de Virginia Vidal: “Enrique Lihn es una campanada”. [3] Richard Vera: “Una mirada panorámica a la poesía de un hiperkinético espiritual”. La Época, domingo 4 de junio de 1985, p. B7. [4] Ver Óscar Sarmiento: El otro Lihn. En torno a la práctica cultural de Enrique Lihn. University Press of America, Lanham / N. York / Oxford, 2001, pp. 111-118. Los demás entrevistados son Jorge Edwards, Germán Marín, Adriana Valdés, Jorge Teillier, Pedro Lastra, Waldo Rojas, Carlos Germán Belli, Felipe Alliende, Andrea Lihn, Rigas Kappatos, Garmán Arestizábal, Claudia Donoso, Óscar Gacitúa y Jorge Montealegre. |
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